Destiny, bautizado por el Papa a los 6 años de llegar en patera porque el trato en una parroquia lo transformó: «Si pones a Dios en primer lugar, no hay nada imposible»

* Su visado temporal caduca a mediados de mayo y si no encuentra un trabajo, pronto podría ser deportado: «Confío en que Dios me echará de nuevo una mano»

Camino Católico.-  Destiny Chigoziem Osonyeokele llegó a Italia en un barco desde su Nigeria natal después de haber vivido la desaparición de su padre en un sufrimiento desgarrador por ver que en su país no tenía futuro. Durante la vigilia pascual, el pasado 8 de abril de 2023, un día antes de su cumpleaños, recibió el bautismo, la confirmación y la comunión de manos del Papa Francisco. Destiny se ha hecho cristiano al vivir la experiencia fraterna de la hospitalidad en una parroquia romana a través de Caritas

Su padre desapareció en 2017 en los tráfagos de la guerra. Una víctima más de la violencia silenciosa que carcome la sociedad de Nigeria y le impide despegar. A sus 25 años, Destiny había visto demasiado sufrimiento. El vacío desgarrador lo empujó a huir de una tierra yerma de futuro. «Solo quería buscar una vida mejor», esboza con timidez a Victoria Isabel Cardiel C. en Alfa y Omega. Su reconstrucción de lo que pasó es borrosa. «Es una historia muy triste, no se puede explicar con palabras», asegura con el tono de voz de quien se siente pertenecer al grupo de la mansedumbre derrotada. Su huida es como la de tantos otros chavales de su país, un monumento al coraje y a la fortaleza.

Rezando en la patera

Destiny Chigoziem Osonyeokele durante la Vigilia Pascual / Foto: Vatican Media

Con el corazón oprimido y sin saber si iba a volver a ver a sus hermanos y a su madre, salió de madrugada en un autobús desde Ciudad Benín, la urbe más grande del estado de Edo, en el sur del país, hasta Kano (Níger). De allí, en otro vehículo, atravesó el desierto del Sáhara hasta que finalmente logró llegar a Trípoli (Libia). 20 días de viaje infernal.

En la capital libia conoció a otros nigerianos y encontró trabajo de limpieza en una casa. Afrontó primero el muro del racismo y, después, las vejaciones de la Policía en un centro de detención. «No eran muy amables conmigo», desliza sin entrar en detalles. Estuvo cuatro meses encallado en el país magrebí, donde los abusos y la extorsión son la moneda corriente para las personas sin papeles en tránsito. De aquellos días solo explica que dormía poco, siempre alerta, «por si tenía que salir corriendo».

Entonces llegó su oportunidad. Subió junto a otras 130 personas, entre ellas mujeres y niños, a una patera cochambrosa que partió desde la costa de Trípoli. «Tenía mucho miedo. Rezaba sin parar. Podía morir o vivir», explica. Aguantó durante cinco horas, ovillado en aquella barcaza, el frío, la oscuridad y los embates del oleaje hasta que los avistó la Guardia Costera: «Eran como hijos de Dios. Así los recibimos, porque habíamos rezado por ello. Nos llevaron a la costa, nos dieron ropa seca y comida caliente. Mi mayor alegría y felicidad es que Dios escuchó nuestras plegarias. Todos sobrevivimos».

El bautizo oficiado por el Papa obra de Dios

Destiny Chigoziem Osonyeokele acoge la oración del Papa en la Vigilia Pascual / Foto: Vatican Media

Desde Catania, en Sicilia, fue transportado a Roma, donde fue acogido por Cáritas. Primero frecuentó la iglesia de los pentecostales, pero después se acercó hasta la iglesia católica de San Bartolomé. Esa experiencia le cambió la vida. Pocos meses después, mostró al párroco su interés por bautizarse.

Lo que nunca había imaginado es que sería el Papa Francisco quien oficiase el rito durante la Vigilia Pascual: «Me sentí muy feliz y agradecido. Sé que ha sido obra de Dios. Cuando lo pones a Él en primer lugar, no hay nada imposible». El domingo de Pascua —un día después— cumplió 31 años con una preocupación en ciernes: su visado temporal caduca a mediados de mayo y si no encuentra un trabajo, pronto podría ser deportado. «Confío en que Dios me echará de nuevo una mano», dice.

La ruta del Mediterráneo central, que conecta Túnez y Libia con Malta e Italia, es la más mortífera. En el último trimestre se ha alcanzado otro deshonroso récord con 441 personas fallecidas. Hasta el 11 abril, las llegadas por mar a Italia han sobrepasado las 31.290. Lo que supone cuatro veces más respecto a 2022, cuando arribaron a las costas del país 7.928 personas. Amparado en estas cifras, el Gobierno italiano ha decretado el estado de emergencia nacional durante los próximos seis meses. Un resorte político —que también activó en febrero de 2022 para hacer frente a la acogida de refugiados ucranianos tras la invasión rusa— que, de momento, es una página en blanco.


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