Edward Evanko era actor de Broadway, buscaba nuevos horizontes y halló la Eucaristía y se ha ordenado sacerdote a los 66 años

«El párroco me preguntó, sin preámbulos: «¿Has pensado alguna vez en ser sacerdote?»… Por aquellos años, yo no había pensado en el sacerdocio, yo era un actor ocupado… Hubo momentos en que no era quizá tan activo para profesar mi fe. A veces confesaba a mis amigos que tenía una especie de sequedad, una ausencia de algo y que no sabía lo que era. Empecé a razonar y a encontrar respuestas… Me puse a llorar y luego le dije que me diera tiempo para pensar. Nunca lo había visto y me preguntaba ¿Es esto lo correcto?”

18 de agosto de 2015.-  (PortaLuz  Camino Católico) Era común verle como actor de reparto en el cine y series de televisión hace unas décadas e incluso incursionando en la música pop. Hijo de emigrantes venidos de Ucrania, nacido en Canadá, Edward Evanko llenaba sus ojos de niño con las verdes praderas de Manitoba, en las que estaba inserta su ciudad, Winnipeg. Amaba, recuerda, mirar el horizonte e imaginar siempre un infinito hacia el cual avanzar.

Fue bautizado en la fe de la Iglesia Católica Ucraniana de rito bizantino (fiel al Papa en Roma) que profesaban sus padres, cantó en el coro y luego se convirtió en monaguillo en la Iglesia de la Santísima Virgen María de Winnipeg.

La madre de Edward murió cuando él tenía doce años y su padre volvió a casarse con otra mujer, también devota. En ese tiempo Edward ya mostraba su gusto y habilidades por las letras, obras de teatro y participando en festivales de canto. A nadie sorprendió entonces que más tarde se licenciara en Artes por la Universidad de Manitoba y que comenzará su carrera actoral con roles en series de televisión y programas radiales de Canadá, a través de la cadena CBS. Al año siguiente se marchó a Inglaterra para perfeccionarse. Tomó clases de canto, que le posibilitaron más tarde el trabajo en dos compañías de ópera. Pero, como era habitual en él, buscó nuevos horizontes.

Se trasladó a Broadway y ya con 31 años protagonizó Los Cuentos de Canterbury, ganando así reputación en el competitivo ambiente artístico de Estados Unidos. No tenía impedimentos, dice, para formar familia. Pero reconoce que “algo” lo mantenía en su interior expectante, pendiente de lo porvenir, aunque sin saber aún “dónde lo llevaría”. Era como si aquello por lo cual había venido a la vida “aún me estuviera esperando”. Tras esa búsqueda desconocida, regresó a Winnipeg y siguió deslumbrando en producciones locales. Incluso editó su primer álbum homónimo en 1970 por Decca Records y según cuenta al semanario Winnipeg Free Press, la discográfica decía que haría de él un Tom Jones y referente musical de todo un país. Luego grabó discos para musicales de Broadway con Capitol, RCA y Destiny Records… su carrera parecía asentarse con proyectos de cine y televisión en Canadá y Estados Unidos. Transcurrieron décadas, pero Edward “aún seguía buscando en el horizonte”.

En el horizonte, la Eucaristía

El amor cotidiano de Edward en estos años -aunque oculto a su propia conciencia- era la Eucaristía. Todo lo acomodaba para participar en ella. Hizo consciente este amor recién en la década de sus cincuenta años, en particular durante un trabajo que le obligó a permanecer por unos meses en Vancouver rodando un filme. “Vivía cerca de la catedral católica del Santo Rosario y me enamoré de ese lugar, su música, el coro, las melodías del órgano, un todo… Asistía a misa y de tanto verme por el lugar, creo, me pidieron un día que leyera las escrituras cada domingo en la eucaristía de las 11 de la mañana. Un par de años más tarde, ya participaba en las reuniones de feligreses”.

Pero el estupor se plasmó en el rostro de Edward cuando pocos días después de la Pascua –“no recuerdo bien el año”– el párroco  le preguntó, sin preámbulos: «¿Has pensado alguna vez en ser sacerdote?» Dice el aludido que su primer pensamiento fue imaginar “que era una especie de broma y le dije: «Siempre pensé eso del sacerdocio cuando era monaguillo». Luego el Padre me retrucó: «No. Te estoy hablando en este momento, solo dime y podrías estar en Roma el próximo otoño preparándote para el sacerdocio si quieres»”.

“Por aquellos años, yo no había pensado en el sacerdocio, yo era un actor ocupado», recuerda. Sin embargo, estas palabras del sacerdote lo impactaban “como una tonelada de ladrillos (…) hubo momentos en que no era quizá tan activo para profesar mi fe. A veces confesaba a mis amigos que tenía una especie de sequedad, una ausencia de algo y que no sabía lo que era. Empecé a razonar y a encontrar respuestas”.

De un momento a otro, no solo la carrera, sino la vida completa de este hombre podía cambiar. Vibraba en su ser íntimo. Todo dependía de un sí. En segundos el niño que gustaba de otear el horizonte de Manitoba queriendo volar hacia un infinito, el que fue monaguillo, el hombre amante de la Eucaristía se fundieron, quedando en silencio ante el sacerdote… “Me puse a llorar y luego le dije que me diera tiempo para pensar. Nunca lo había visto y me preguntaba ¿Es esto lo correcto?”.

Unidad en la doctrina

Fue sabio y buscó su respuesta yendo cada día a misa, con su interrogante en las manos. Vino la paz y con ella aceptó la invitación. Dejó todo, como era necesario, y viajó a Roma, ingresando al Pontificio Collegio Beda, centro que acoge y forma vocaciones tardías. Allí conoció a otro sacerdote ucraniano, con quien se animó a conocer también el legado cultural y rito bizantino de la iglesia católica ucraniana.

Tras cuatro años de intenso estudio completó su formación en Estados Unidos y Canadá. Finalmente fue ordenado sacerdote en 6 de agosto de 2005 en la iglesia católica ucraniana (de rito bizantino) cuando tenía 66 años. Respecto de las diferencias del rito romano con el bizantino que celebra la Iglesia Católica de Ucrania (fiel al Papa en Roma)  Edward comenta que son diferencias sólo en ciertas formas dadas por la historia “teológicamente somos idénticos. Nuestra Divina Liturgia es la enseñada por San Juan Crisóstomo, quien fue obispo de Constantinopla, y tiene énfasis propios… la palabra de Dios es el mejor guión”, finaliza.

 

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