El padre Alfar Antonio Vélez, de Colombia, revela que su madre fue drogada y violada, pero que al quedarse embarazada no quiso abortar y nació él

* ”Mi madre era una mujer de mucha fe, muy practicante y muy santa. Ella decía que, pese a las tan terribles circunstancias, llevaba en su seno el milagro de una nueva vida, una vida que Dios le había dado y que, por sus convicciones, no podía abortar. Y que si Dios se la había dado debía encontrarle el sentido. Para ella lo más duro era no poder mostrarme un padre que me amara, que me enseñara a caminar, pero lo sobrellevaba sintiendo que yo la llenaba totalmente. Y que, tarde o temprano, sería su bastón. De hecho, los tres años que vivió conmigo a raíz de una larga enfermedad hasta su muerte, en 2009, fueron para ella los años más bellos de su vida”

* “Dios nos creó a su imagen y semejanza. Mi respiración es la respiración de Dios. Somos lo más bello del mundo. Entonces, no tenemos derecho a quitarle la vida a ningún inocente porque no tiene la culpa de cómo vino al mundo. La culpa las tenemos aquellos que, de pronto, nos equivocamos y no hacemos la voluntad de Dios”

28 de abril de 2012.- Hace 42 años su madre quedó embarazada tras ser drogada y violada por varios hombres en Medellín. Pero no quiso abortar y lo trajo al mundo. Hoy es un sacerdote ejemplar, a cargo de dos parroquias en Comodoro Rivadavia. Por primera vez, el padre Alfar Antonio Vélez cuenta su conmovedora historia.

(Clarín / Camino Católico) Ella era una joven de condición humilde, buena y bonita, llena de ilusiones a sus 27 años, allá por 1968. Había dejado su pueblo, Argelia de María, en la provincia colombiana de Antioquia, para ir a su capital, Medellín -imagen de la izquierda-, a cursar la carrera de medicina. Trabajaba duro en una empresa para costearse los estudios. Sola en la ciudad, iba relacionándose, buscando hacer amistades en su círculo más cercano. Por eso, un día aceptó inocentemente la invitación a una fiesta que le hicieron sus jefes y compañeros de oficina. Fue una decisión con consecuencias horrorosas. Esos mismos jefes y compañeros le habían tendido una trampa: en la fiesta la drogaron, luego la llevaron a un sitio apartado y -borrachos- la violaron repetidamente. Como consecuencia de ello quedó embarazada. Fiel a sus convicciones, asentadas en una profunda religiosidad, decidió no abortar y salir adelante. Así es que dio a luz a Alfar Antonio, que con el tiempo conocería su tan traumática concepción y se sobrepondría apelando también a la fe. Una fe creciente que lo llevaría a descubrir su vocación sacerdotal, ordenarse y llegar a ser el mayor orgullo de su madre.

Llevado por su carisma misionero, el hoy padre Alfar Antonio Vélez vive desde hace unos años en Comodoro Rivadavia, en la provincia de Chubut, donde tiene a su cargo dos parroquias (San Jorge y Santa María Goretti), siendo muy valorada su labor religiosa por sus superiores. A raíz del reciente fallo de la Corte que – al interpretar el artículo 86 del Código Penal- determinó que todos los abortos por violación -no sólo los de una mujer insana- son «no punibles», decidió abandonar su discreción y contar por primera vez, ante el pedido de Valores Religiosos, su conmovedor caso.

-¿Cuándo y cómo se enteró de algo tan dramático?

-Primero debo decirle que la familia de mi mamá era muy moralista y que, cuando se enteraron de que había quedado embarazada, la obligaron a casarse con un viudo para tratar de tapar todo. Pero ese matrimonio no funcionó porque, cuando volvió a quedar embarazada, su marido empezó a tener una doble vida, además de que la golpeaba y se emborrachaba. Como sus padres la presionaban para que no se separara, decidió seguir con su marido y el hijo de ambos, pero para sobrellevar tanta adversidad me entregó a mi abuela.

-¿Y entonces?

-Mi abuela empezó a darme todo lo que necesitaba: alimentación, llevarme a la escuela … y yo fui abriéndome paso un poco por mi cuenta. Ello provocó una relación de cierta distancia con mi madre que, al final, no pudo vivir más con su marido y le tocó sola salir adelante con mi hermano. Un día, como mi abuela me pedía que le diga papá a mi abuelo, le pregunté cómo podía ser él mi abuelo y mi papá a la vez. Ello provocó una reunión con mi madre, que me contó lo que le había pasado. Que mucha gente quería que me abortara, otras que me vendiera y otras que me regalara. Y que, incluso, había mucha gente interesada en mí.

-¿Por qué ella no quiso abortar? ¿No temía que su maternidad fuese muy traumática?

-Mi madre era una mujer de mucha fe, muy practicante y muy santa. Ella decía que, pese a las tan terribles circunstancias, llevaba en su seno el milagro de una nueva vida, una vida que Dios le había dado y que, por sus convicciones, no podía abortar. Y que si Dios se la había dado debía encontrarle el sentido. Para ella lo más duro era no poder mostrarme un padre que me amara, que me enseñara a caminar, pero lo sobrellevaba sintiendo que yo la llenaba totalmente. Y que, tarde o temprano, sería su bastón. De hecho, los tres años que vivió conmigo a raíz de una larga enfermedad hasta su muerte, en 2009, fueron para ella los años más bellos de su vida.

-¿Cómo fue su reacción cuando se enteró? ¿Qué edad tenía?

-Para mí fue muy duro. Tenía apenas 10 años. Reaccioné con mucha severidad contra mi madre. Con el paso del tiempo y de una vida muy triste, fui a la iglesia a reclamarle a Dios, a preguntarle por qué a mí. Como yo le hablaba a los gritos, vino un sacerdote y me dijo que estaba formulando mal la pregunta: «No es por qué, sino para qué», señaló. Que creía que Dios, precisamente a raíz de mi situación, me estaba llamando para cosas grandes. En fin, me dijo que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos y que iba a ser un instrumento de El. Y me leyó el pasaje de Jeremías, donde Dios lo llama, pero este se resiste y el Señor le dice: «No te preocupes, yo haré todo por ti».

-¿A partir de entonces su vida dio un vuelco?

-Si, aquella charla me marcó. Ese sacerdote terminó siendo como un padre. Y fue construyendo en mí la obra de Dios porque el Señor se vale del hombre para salvar al hombre. Empecé a valorar la vida, a integrarme a personas de bien que valoraban mi esfuerzo para superar la situación. Llegué a ser catequista sin darme cuenta de que Dios me estaba preparando para elegir el sacerdocio. Alcancé a tener una novia, aunque la relación no fue realmente seria, hasta que decidí ir al seminario, hablé con el director espiritual y terminé confirmando mi vocación religiosa. Comprendí que Dios había querido que mi mamá no abortara porque confiaba en mí y anhelaba que, aunque fuese fruto de un pecado muy grave, sea su instrumento para llegar a tantas partes con su luz, su gracia y su amor.

-¿Tuvo asistencia psicológica?

-No. Sólo religiosa, y la amistad muy grande que entablé con todos los sacerdotes de la parroquia.

-¿Qué le diría a su padre si tuviera ocasión de encontrarse con él?

-Sólo lo abrazaría. Y le daría gracias a Dios por ser mi verdadero padre y darme la oportunidad de vivir, pues sé que los padres de este mundo son una especie de boceto, un borrador. Padre, lo que se dice padre, solo es Dios.

-¿Cuál sería su mensaje a la sociedad sobre la punibilidad o no del aborto en caso de violación?

-Que volvamos a leer el Génesis, donde dice que Dios tomó barro, hizo al hombre y le insufló aliento de vida. Dios nos creó a su imagen y semejanza. Mi respiración es la respiración de Dios. Somos lo más bello del mundo. Entonces, no tenemos derecho a quitarle la vida a ningún inocente porque no tiene la culpa de cómo vino al mundo. La culpa las tenemos aquellos que, de pronto, nos equivocamos y no hacemos la voluntad de Dios.

-¿Y qué palabra tendría para una mujer que fue violada?

-Le diría que Dios es el dueño de la vida y que a ella la hizo instrumento de vida. Que la culpa la tiene el violador, no el niño que lleva en su seno. Creo que la decisión de abortar se acabará cuando pensemos que toda vida es un regalo de Dios, más allá de cómo fue concebida, del dolor, o de la alegría. El sabe por qué y con el tiempo uno va descubriendo el para qué.

-¿No puede llegar a ser una carga terrible para la madre?

-Para mi madre fue su máximo orgullo haber defendido la vida. Y su máxima satisfacción y alegría fue haber visto en mí a un hombre de bien para la sociedad. Ella pensaba acerca de cuántos hombres y mujeres de bien se privó la sociedad por el aborto.

-¿Qué hubiera sido de usted sin su fe?

-Siempre digo que la fe es lo más valioso que tenemos. Y que -aunque perdamos todo- no la podemos perder. Dios se vale de mí para hacer obras; yo soy solo su instrumento. Y si el quiere que mi testimonio ayude a hacer recapacitar a una persona y salve una vida, entonces esta entrevista habrá valido la pena.

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