El Papa en la Audiencia 1-5-19: «Jesús nos revela que Dios se pone junto a nosotros en la lucha contra el mal y nos enseña a pedirle que nos ayude a evitarlo y a superarlo»

* «Las primeras páginas de los Evangelios lo atestiguan. Inmediatamente después de recibir el bautismo de Juan, en medio de la multitud de los pecadores, Jesús se retira al desierto y es tentado por Satanás. Así comienza la vida pública de Jesús, con la tentación que viene de Satanás. Satanás estaba presente. Mucha gente dice: «¿Pero por qué hablar del diablo que es una cosa antigua? El diablo no existe». Pero mira lo que el Evangelio te enseña: Jesús se enfrentó al diablo, fue tentado por Satanás. Pero Jesús rechaza toda tentación y sale victorioso»

Video completo de la transmisión en directo realizada por 13 TV de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «En el tiempo de agonía Dios pide al hombre que no lo abandone, y en cambio el hombre duerme. En el tiempo en que el hombre conoce su prueba, Dios en cambio vela. En los peores momentos de nuestras vidas, en los momentos más dolorosos, en los momentos más angustiosos, Dios vela con nosotros, Dios lucha con nosotros, siempre está cerca de nosotros. ¿Por qué? Porque él es el padre. Así comenzamos la oración: «Padre nuestro». Y un padre no abandona a sus hijos» 

1 de mayo de 2019.- (Camino Católico)  “Queridos hermanos y hermanas: hoy reflexionamos sobre la penúltima invocación de la oración del padrenuestro que dice: «No nos dejes caer en la tentación». Esta petición se encuentra en el centro del drama entre nuestra libertad y las insidias del maligno. Es una frase difícil de traducir en las lenguas modernas, pero está claro que Dios no es el que nos tienta, como si Él fuera el que busca hacernos caer en el momento de la prueba”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del primer miércoles de mayo de 2019, continuando con su ciclo de catequesis dedicadas a la oración del Padre Nuestro.

En su catequesis, el Santo Padre recordó que el Padre Nuestro comienza de manera serena: nos hace desear que el gran plan de Dios se cumpla entre nosotros. Luego mira a la vida y nos pregunta qué necesitamos cada día: el «pan cotidiano». Luego la oración se dirige a nuestras relaciones interpersonales, a menudo contaminadas por el egoísmo: pedimos perdón y nos comprometemos a darlo. Pero es con esta penúltima invocación – precisó el Pontífice – que nuestro diálogo con el Padre celestial entra, por así decirlo, en el corazón del drama, es decir, en el terreno de la confrontación entre nuestra libertad y las insidias del maligno: “Cuando el mal aparece en la vida del hombre, Dios lucha a su lado, para que pueda ser liberado. Un Dios que siempre combate con nosotros, no contra nosotros. Es en este sentido que nosotros rezamos el Padre Nuestro”.

 “También Jesús vivió momentos de prueba y tentación, pero supo vencerlos – explicó el Santo Padre hablando en nuestro idioma – se impuso al demonio durante las tentaciones en el desierto, y cuando experimentó la desolación más absoluta en el huerto de Getsemaní, dio testimonio de que confiaba en su Padre Dios. En aquel instante previo a su Pasión, cuando sentía un gran abandono, pidió a sus discípulos que velasen y orasen con Él, pero ellos no fueron capaces de hacerlo. Sin embargo, cuando nosotros somos probados y tentados por el maligno, Él vela y está junto a nosotros. De este modo, sabemos que no estamos solos en el momento de prueba y dificultad, sino que estamos recorriendo, junto a Jesús, el camino que el bendijo con su presencia salvadora”. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuamos en la catequesis sobre el «Padre Nuestro», llegando ahora a la penúltima invocación: «No nos abandones en la tentación» (Mt 6:13). Otra versión dice: «No nos dejes caer en la tentación». El «Padre Nuestro» comienza de una manera serena: nos hace desear que el gran proyecto de Dios se pueda realizar entre nosotros.  Luego mira a la vida y nos pregunta qué necesitamos cada día: el «pan cotidiano». Luego la oración se dirige a nuestras relaciones interpersonales, a menudo contaminadas por el egoísmo: pedimos perdón y nos comprometemos a darlo. Pero es con esta penúltima invocación que nuestro diálogo con el Padre celestial entra, por así decirlo, en el corazón del drama, es decir, en el terreno de la confrontación entre nuestra libertad y las insidias del maligno.

Como es bien sabido, la expresión griega original contenida en los Evangelios es difícil de interpretar con precisión, y todas las traducciones modernas no son tan exactas. Sin embargo podemos converger de manera unánime en un elemento: sea cual sea la forma en que entendamos el texto, debemos excluir que Dios sea el protagonista de las tentaciones que se presentan en el camino del hombre. Como si Dios estuviera al acecho para poner insidias y trampas para sus hijos. Una interpretación de este tipo contrasta en primer lugar con el texto mismo, y está lejos de la imagen de Dios que Jesús nos reveló. No lo olvidemos, el Padre Nuestro comienza con “Padre”. Y un padre no pone trampas a sus hijos. Los cristianos no tienen nada que ver con un Dios envidioso, en competencia con el hombre, o que disfruta poniéndolo a prueba. Y estas son las imágenes de muchas divinidades paganas. Leemos en la Carta del Apóstol Santiago: Nadie, cuando es tentado, debe decir: ‘Yo soy tentado por Dios’; porque Dios no puede tentar al mal y no tienta a nadie. (1,13). En todo caso, es todo lo contrario: el Padre no es el autor del mal, ningún hijo que pide un pez recibe una serpiente (cf. Lc 11, 11), como enseña Jesús, y cuando el mal se asoma a la vida del hombre, combate a su lado para que pueda ser liberado. Un Dios que siempre lucha por nosotros, no contra nosotros. ¡Él es el Padre! Es en este sentido que rezamos el «Padre Nuestro».

Estos dos momentos, la prueba y la tentación, han estado misteriosamente presentes en la vida del mismo Jesús. En esta experiencia, el Hijo de Dios se ha hecho completamente nuestro hermano, de una manera que casi roza el escándalo. Y son precisamente estos pasajes del Evangelio los que nos muestran que las más difíciles invocaciones del «Padre Nuestro», las que cierran el texto, ya han sido escuchadas: Dios no nos ha dejado solos, sino que en Jesús se manifiesta como el «Dios con nosotros» hasta las últimas consecuencias. Él está con nosotros cuando nos da la vida, está con nosotros durante la vida, está con nosotros en la alegría, está con nosotros en las pruebas, está con nosotros en la tristeza, está con nosotros en los desafíos, cuando pecamos, pero siempre está con nosotros. Porque es Padre y no puede abandonarnos.

Si estamos tentados a hacer el mal, negando la fraternidad con los demás y deseando un poder absoluto sobre todo y sobre todos, Jesús ya ha combatido por nosotros contra esta tentación: las primeras páginas de los Evangelios lo atestiguan. Inmediatamente después de recibir el bautismo de Juan, en medio de la multitud de los pecadores, Jesús se retira al desierto y es tentado por Satanás. Así comienza la vida pública de Jesús, con la tentación que viene de Satanás. Satanás estaba presente. Mucha gente dice: «¿Pero por qué hablar del diablo que es una cosa antigua? El diablo no existe». Pero mira lo que el Evangelio te enseña: Jesús se enfrentó al diablo, fue tentado por Satanás. Pero Jesús rechaza toda tentación y sale victorioso. El Evangelio de Mateo tiene una nota interesante que cierra el duelo entre Jesús y el enemigo: «Entonces el diablo lo dejó, y he aquí, los ángeles se acercaron a él y le sirvieron» (4:11).

Pero en el tiempo de la prueba suprema, Dios no nos deja solos. Cuando Jesús se retira a orar en Getsemaní, su corazón es invadido por una angustia indecible —le dice a sus discípulos— y experimenta la soledad y el abandono. Solo, con la responsabilidad de todos los pecados del mundo sobre sus espaldas; Solo, con una angustia indecible. La prueba es tan lacerante que algo inesperado sucede. Jesús nunca pide amor para sí mismo, pero esa noche sintió su alma triste hasta la muerte, y entonces pide la cercanía de sus amigos: «¡Quedaos aquí y velad conmigo! (Mt 26:38). Como sabemos, los discípulos, agobiados por un adormecimiento causado por el miedo, se quedaron dormidos. En el tiempo de agonía Dios pide al hombre que no lo abandone, y en cambio el hombre duerme. En el tiempo en que el hombre conoce su prueba, Dios en cambio vela. En los peores momentos de nuestras vidas, en los momentos más dolorosos, en los momentos más angustiosos, Dios vela con nosotros, Dios lucha con nosotros, siempre está cerca de nosotros. ¿Por qué? Porque él es el padre. Así comenzamos la oración: «Padre nuestro». Y un padre no abandona a sus hijos. Aquella noche de dolor de Jesús, de lucha, son el último sello de la Encarnación: Dios baja a encontrarnos en nuestros abismos y en las tribulaciones que salpican la historia.

Es nuestro consuelo en la hora de la prueba: saber que este valle, desde que Jesús lo cruzó, ya no está desolado, sino que está bendecido por la presencia del Hijo de Dios. ¡Él nunca nos abandonará!

Oh Dios, pues, aleja de nosotros el tiempo de la prueba y de la tentación. Pero cuando llegue este tiempo para nosotros, Padre nuestro, muéstranos que no estamos solos. Tú eres Padre. Muéstranos que Cristo ya ha tomado sobre sí también el peso de aquella cruz. Muéstranos que Jesús nos llama a llevarla con Él, abandonándonos confiados al amor del Padre. Gracias.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre la penúltima invocación de la oración del padrenuestro que dice: «No nos dejes caer en la tentación». Esta petición se encuentra en el centro del drama entre nuestra libertad y las insidias del maligno. Es una frase difícil de traducir en las lenguas modernas, pero está claro que Dios no es el que nos tienta, como si Él fuera el que busca hacernos caer en el momento de la prueba. De hecho, Jesús nos revela que Dios se pone junto a nosotros en la lucha contra el mal y, por eso, nos enseña a pedirle que nos ayude a evitarlo y a superarlo.

También Jesús vivió momentos de prueba y tentación, pero supo vencerlos; se impuso al demonio durante las tentaciones en el desierto, y cuando experimentó la desolación más absoluta en el huerto de Getsemaní, dio testimonio de que confiaba en su Padre Dios. En aquel instante previo a su Pasión, cuando sentía un gran abandono, pidió a sus discípulos que velasen y orasen con Él, pero ellos no fueron capaces de hacerlo. Sin embargo, cuando nosotros somos probados y tentados por el maligno, Él vela y está junto a nosotros. De este modo, sabemos que no estamos solos en el momento de la prueba y la dificultad, sino que estamos recorriendo, junto a Jesús, el camino que el bendijo con su presencia salvadora.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica, en modo particular a los sacerdotes de la Diócesis de Cartagena, acompañados por su obispo, Mons. José Manuel Lorca Planes. Pidamos al Señor que aleje de nosotros todo tipo de tentación y que sepamos percibir su presencia a nuestro lado en todo momento de nuestra vida. Dios siempre nos acompaña y hace más ligero el peso de nuestra cruz. Que el Señor los bendiga.

Francisco

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