El Papa Francisco envía a su limosnero, el arzobispo Konrad Krajewski, para ayudar a los supervivientes del naufragio de Lampedusa

* «El Papa me pidió expresamente que no me quede detrás de un escritorio firmando pergaminos, sino que vaya a encontrar a los pobres, a los necesitados, en el cuerpo y en el espíritu. El Papa quiere que me encuentre con ellos en sus realidades existenciales, en los comedores, en las casas de acogida, en las casas de reposo o en los hospitales»

* «Si alguien pide ayuda porque está solo o abandonado, debo correr a su encuentro y abrazarlo para hacerle sentir el calor del Papa, por ende de la Iglesia de Cristo. Quisiera hacerlo personalmente, como hacía en Buenos Aires, pero ya no puede. Por esto quiere que lo haga yo en su lugar

9 de octubre de 2013 (L’Osservatore Romano / Camino Católico)  El limosnero del Papa, el arzobispo Konrad Krajewski, se encuentra desde hace cuatro días en la isla de Lampedusa, enviado especialmente por Francisco para «proporcionar las exigencias más inmediatas» a los supervivientes del naufragio acaecido el pasado jueves y que hasta la fecha se ha cobrado 211 víctimas mortales.

Según relata en su Twitter el diario vaticano, L’Osservatore Romano, Krajesci lleva «una ayuda a cada uno de los sobrevivientes para proporcionar las exigencias más inmediatas». El religioso ya ha visitado la morgue y el campo de refugiados, y también el muelle de Lampedusa. «Cada buzo que se sumerge lleva consigo un rosario bendecido por Francisco«, explica la publicación del Vaticano. Monseñor. Krajewski, desde el lunes por la mañana se encuentra en el barco de la Guardia Costera trabajando en el lugar de la tragedia en la recuperación de los cuerpos de las víctimas. 

El Papa Francisco quiere estar constantemente informado sobre la recuperación de los cuerpos de los inmigrantes fallecidos en el naufragio del jueves pasado en la isla de Lampedusa a través del obispo de Agrigento, monseñor Francesco Montenegro y el propio limosnero pontificio, monseñor Konrad Krajewski, ambos en la imagen de la derecha tomada hace unas horas. Ayer por la mañana fue monseñor Montenegro quien informó al Papa a través del secretario Alfred Xuereb.

El testimonio del nuevo limosnero pontificio fue publicado, hace unos días, en una entrevista con el periodista Mario Ponzi de “L’Osservatore Romano”.  El arzobispo Konrad Krajewski cuenta lo que le dijo el Papa Francisco, al confiarle el encargo de limosnero:

«No serás un obispo de escritorio, ni te quiero ver atrás de mí durante las celebraciones. Te quiero saber siempre entre la gente. Tendrás que ser la extensión de mi mano para llevar una caricia a los pobres, a los desheredados, a los últimos. En Buenos Aires salía a menudo por la noche para ir a encontrar a mis pobres. Ahora ya no puedo: me es un poco difícil salir del Vaticano. Entonces tú lo vas a hacer por mí, tú serás la extensión de mi corazón que los alcanza y les lleva la sonrisa y la misericordia del Padre celeste».

Desde entonces, el padre Konrad Krajewski, que prefiere ser llamado de esta forma a pesar de ser arzobispo, recorre ciudades y alrededores «para llevar la solidaridad del obispo de Roma a los suburbios más oscuros y más desesperados» y ya «empezó a visitar a los huéspedes de algunas casas de reposo», de la misma forma que ahora está en Lampedusa por expreso deseo del Pontífice. 

«Me llena de alegría saber que cuando ahora abrazo a uno de estos más desafortunados hermanos nuestros les transmito todo el calor, todo el amor y toda la solidaridad del Papa. Y él, Papa Francisco, a menudo me pide que le cuente. Quiere saber», cuenta Krajewski, en la imagen de la izquierda con el Papa en el momento de su consagración como Arzobispo.

El nuevo limosnero, que vive en Roma desde 1998 y fue maestro de ceremonias del Papa Juan Pablo II, pudo conocer «ese sotobosque que gravita alrededor de los Sacros Palacios, sobre todo durante la noche. Un sotobosque poblado de gente desesperada, sin hogar fijo, que a menudo necesita más que comida –Roma en este sentido es muy generosa– calor humano, alguno dispuesto a escucharla, a hacerle sentir el calor de un abrazo, de una caricia».

Así, con la ayuda de las monjas de la Guardia Suiza, de las del almacén privado y de un grupo de jóvenes voluntarios de la misma Guardia Suiza, el padre Konrad organizó una especie de comedor itinerante. «Recogíamos lo que quedaba después de las comidas y de las cenas de la Guardia. Lo empaquetábamos en muchas raciones individuales y, después de las 20.30, salíamos del Vaticano para llevar comida a los pobres que pueblan la noche en la Plaza San Pedro». Unas cuarenta personas sin hogar que se alojaban como podían bajo los arcos de la Vía de la Conciliazione. «Era una manera para acercarnos, para estar un poco con ellos». Una práctica que continúa todavía. 

Justamente de esos desheredados, explica al diario vaticano, «recibí el regalo más hermoso el día de mi ordenación episcopal. Invité a unos veinte de ellos y me regalaron dos días enteros sin tomar ni siquiera medio vaso de vino. Fue muy difícil resistir a la tentación del alcohol. Lo hicieron con el corazón, y lo lograron. Sabían que esto para mí habría sido el regalo más hermoso. Incluso lavaron su ropa en las fuentes de Roma y al día siguiente, en el Aula Pablo VI, regresaron y me regalaron un ramo de flores: a decir la verdad no sé de dónde lo sacaron, pero fue una manera para expresar su afecto. Y estoy feliz porque ahora, cuando voy a verlos, llevo conmigo el corazón del Papa justamente para ellos».

El Papa se lo pidió públicamente –según explica el padre Krajewski– durante la audiencia «que nos concedió a mí y a mis familiares el día siguiente de la ordenación episcopal: ser el limosnero significa, sobre todo, ejercer una caridad que va más allá de los muros. Me pidió expresamente que no me quede detrás de un escritorio firmando pergaminos, sino que vaya a encontrar a los pobres, a los necesitados, en el cuerpo y en el espíritu».

Así pues, no es suficiente el subsidio ofrecido a los necesitados. «Claro que no. El Papa quiere que entre en contacto directo con ellos, que me encuentre con ellos en sus realidades existenciales, en los comedores, en las casas de acogida, en las casas de reposo o en los hospitales. Le pongo un ejemplo. Si alguien pide ayuda para pagar un recibo, está bien que yo vaya a su casa, si es posible, para llevarle materialmente la ayuda, para darle a entender que el Papa, a través del limosnero, está cerca de él; si alguien pide ayuda porque está solo o abandonado, debo correr a su encuentro y abrazarlo para hacerle sentir el calor del Papa, por ende de la Iglesia de Cristo. Quisiera hacerlo personalmente, como hacía en Buenos Aires, pero ya no puede. Por esto quiere que lo haga yo en su lugar».

Las cartas en las que mucha gente pide ayuda que llegan a Roma, pero también de muchas otras partes de Italia, «representan un cuadro doloroso de miserias en aumento, que tienen que ver con la persona en su totalidad y no solo bajo el perfil estrictamente económico. Es más, diría que lo económico es un simple aspecto de este cuadro. Situaciones precarias se transforman en un abrir y cerrar de ojos en situaciones desesperadas. Así como desesperadas son las condiciones de los inmigrantes y de los refugiados que se dirigen a la Limosnería. Por no hablar de los enfermos graves que no encuentran acceso a las curas médicas ni a los fármacos. Para ellos hemos predispuesto un servicio garantizado por nuestros médicos voluntarios y tratamos de satisfacer a todos». 

«El Papa nos ayuda. Algunos entes y asociaciones caritativas ponen a disposición sumas de dinero además de sus mismas estructuras para acoger a la gente. El año pasado logramos distribuir, en nombre del Papa, más de 900.000 euros».

Una fuente muy importante para el apoyo de esta actividad caritativa sigue siendo la distribución de los pergaminos con la bendición apostólica.

La explicación profunda y espiritual de la misión a partir de la crucifixión de Cristo

Monseñor Krajewski, al final de la ceremonia de consagración como arzobispo el pasado 21 de septiembre, para explicar su misión, describió el mosaico de la Crucifixión del jesuita esloveno Iván Rupnik en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, en la imagen de la derecha. «A la derecha de la Cruz está la figura del centurión romano. No vemos el rostro del soldado. Se dirige hacia Cristo, que tiene los ojos cerrados, mientras María abraza, por detrás, a Jesús y recoge con la mano la sangre y el agua que salen de su costado y comunican la salvación que él llevó a cabo. Mientras está haciendo esto, ve al centurión y ve su rostro». 

El religioso explicó que en Polonia «se dice que las personas malas no tienen rostro. Incluso lo perdieron. Pero María ve al centurión. Él, uno de los hombres que crucificaron a Jesús, no debería tener rostro, pero ella lo ve». 

El limosnero añadió: «solo los que verdaderamente aman logran ver los rostros de aquellos que para todos los demás no tienen rostrolos dispersos, los últimos, los lejanos o los no creyentes. María ve el rostro de ese que era un extranjero, un no creyente. Sin embargo, fue justamente él el que confesó primero la fe en Cristo: ¡este era verdaderamente el hijo de Dios! Entonces, no es cierto que sea un extranjero, un hombre perdido y lejano, es más, es el primero y el más cercano». 

Una enseñanza muy actual para los hombres y mujeres de nuestra época. «Hay que decir que si los que estamos aquí presentes no vemos el rostro del soldado, quiere decir que todavía no amamos como María, ¡que amamos demasiado poco! María nos invita a cada uno de nosotros: crecer en el amor para abrirnos a los demás; encontrar a Dios a través de los demás», concluyó.

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