Emilie Lemmons, fallecida de cáncer: “Me siento envuelta en su amor. Es la presencia de Cristo»

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* "¡Ojalá cada persona supiera recibir esa presencia y luego extenderla a los demás!”

emilblogphoto.jpg* Esta joven madre ha contado su última batalla contra el cáncer en un blog

9 de octubre de 2009.- “Emilie murió anoche mientras dormía. Nuestras manos estaban entrelazadas conforme su vida se iba apagando”. Era el día de Nochebuena del año 2008 -hace apenas unos meses- cuando Stephen Lemmons, marido de Emilie Lemmons, se permitió escribir esta entrada en el diario o blog que llevaba su mujer en internet. Fue su primera y única aportación, y también el párrafo que cerraba definitivamente el diario de una vida. Desde entonces, el testimonio de esa vida y de esa muerte de Emilie Lemmons se ha expandido entre las gentes de sensibilidad y de fe con la serena cualidad de cuanto es hermoso, puro y hondo.

(Ignacio Peyró / Alba) Rondando los cuarenta años, Emilie Lemmons mantenía todavía un aspecto de muchacha risueña, con el extra gracioso de unas gafas que le daban cierto aire, a la vez, de intelectualidad e indefensión. Puede decirse que no le faltaban motivos para la alegría humana, ante todo la conciencia de ir cumpliendo coherentemente con su propio proyecto vital: casada con el hombre de su vida -”mi mejor amigo, además”-, podía vivir plenamente su fe católica en familia, con el contento permanente de ir viendo crecer a su niño pequeño, Benjamin, rubio como un querubín.

emil1.jpgVeredicto: cáncer

La fundación de su familia había colmado tanto a Emilie que decidió dedicarle lo mejor de su tiempo, reconvirtiéndose de reportera incisiva, premiada y exitosa en escritora y columnista desde su propia casa. Tiempo para su hijo, para su marido; tiempo también para leer y escribir y ser leída: una vida de gozos y dolores sencillos pero sabrosos; significativos por estar abiertos a la trascendencia. Quizá, un ideal de paz para alguien que tenía una percepción intelectual y una hondura humana insospechadas. Desde marzo de 2006, cuando nació su hijo Benjamin, Emilie actualizaba un diario –lemmondrops.blogspot.com– y colaboraba con la revista ‘The Catholic Spirit’, de la diócesis de Minnesota. Su columna se llamaba “Notas de una nueva mamá”.

Todo cambió en el verano de 2007. Comenzó como suelen comenzar estas cosas: un dolor inexplicable, todavía no muy agudo, en el abdomen. Pruebas. Radiografías. Escáneres. Más pruebas. “Espero que no sea nada; por favor, rezad por mí”, anotó Emilie en su diario, entre observaciones sobre esa “sabiduría de la mesa de la cocina”, mezcla de humor y filosofía de la buena, de la que era tan partidaria. Un negro presentimiento se iba formando ya en su alma. En un momento dado, es vencida por las lágrimas pero prefiere no llorar delante de Stephen. Los médicos no se ponen de acuerdo y ella se teme lo peor. Llora aún. Pero sus lágrimas no eran tanto de pena por sí misma sino por una preocupación aún más fundamental: estaba embarazada de Daniel, su segundo hijo. Antes de terminar el mes de agosto, ya tenía un diagnóstico. Sonaba a veredicto: cáncer.

Días después, el cáncer se diagnosticó definitivamente como sarcoma, con un tumor “complicado, del tamaño de un melón”. Cierto especialista inaprensivo susurra la palabra que Emilie más aborrecía oír: “aborto”. La incertidumbre por su niño continúa, y Emilie vive su embarazo como una celebración deemil.jpg la convivencia con su niño no nacido -una celebración que en cualquier momento se puede terminar. Emilie sufre y reza. El embarazo, con todo, sigue su curso, con una penalidad que en ningún momento emborrona la alegría. Daniel nace y Emilie escribe: “No dejo de pensar que este niño me puede haber salvado la vida”.

Cómo es la vida de Emilie con el sarcoma, cómo logra hacerse una rutina con la experiencia de lo terrible día a día? Los momentos de desaliento son inevitables, parecidos a palpar la pura nada. “Sé que la mayor parte de creyentes y de santos -la Madre Teresa, Thomas Merton, San Juan de la Cruz- han pasado por las dudas y por las noches oscuras del alma. Pero, aun así, siento como si debiera culparme a mí misma por lo insuficiente de mi fe, como si dejara con demasiada facilidad de confiar en la presencia de Dios. Hay tantos momentos en los que me parece que Dios ‘ha salido del cuarto’ y me ha dejado sola con lo mío… Es duro luchar contra la duda que me persigue en esos ratos”. Sequedad de alma, enfermedad de cuerpo: Emilie es intervenida en diversas ocasiones pero el sarcoma se apodera poco a poco, poco a poco, de todo su organismo.

Pero también hay momentos para llegar por el consuelo humano a saber de la caricia de Dios. “En estas semanas irreales, agónicas, he sentido en toda su extensión cómo me quiere la gente a la que quiero. Cuando me siento perdida y abandonada, me ayuda el pensar en Daniel, en cómo ha crecido a lo largo de estos meses. Y, ante todo, el pensar que el Señor volverá pronto, que en realidad no se ha ido nunca”. La fe de Emilie, sometida a las mayores pruebas, va depurándose en luz. “Me siento envuelta en su amor. Es la presencia de Cristo en el mundo. ¡Ojalá cada persona supiera recibir esa presencia y luego extenderla a los demás!”

Lágrimas de alegría

Conforme pasa el tiempo, una evidencia atroz, una pena secreta va haciéndose presente en la vida de Emilie. No verá crecer a sus propios niños. Todavía mantiene la esperanzaemil20081229cnsph01622_web.jpg del milagro pero sabe más que nunca que sus días están contados. En ocasiones, este dolor la abate casi por completo: Stephen será viudo, Benjamin y Daniel serán huérfanos. No verá cómo juegan al béisbol. No podrá contestar a sus preguntas. No irá a sus fiestas escolares. Empieza a hablar de sí misma en pasado. Desde el hospital, al oír las voces de los niños por teléfono, algo se le rompe dentro y sólo puede echar a llorar.

Emilie anota también sus alegrías: muchas de sus amigas esperan niños; recibe visitas y cartas; el pelo le vuelve a crecer tras la quimioterapia; vuelve a casa y participa mal que bien en prepararla para la Navidad. En sus últimos días, ya desahuciada, saca fuerzas aún para escribir una columna,”El gozo en la oscuridad“, una meditación personal de Adviento, de cara a su Navidad postrera. La escribe sin solemnidad, dejando que su verdad se imponga por sí misma.

“Así como yo sé que existen las lágrimas de la alegría, de la misma profundidad humana surgen las lágrimas de la pena. Es como si una y otra estuvieran íntimamente entrecruzadas dando respuesta a la vida. La alegría es aceptar la vida en su conjunto tal como es, y no sólo cuando responde plenamente a nuestras expectativas. Me he abandonado por completo en las manos de Dios y vivo intensamente cada día, absorbiendo y abrazando la vida tal y como se presenta”.

Sus últimas palabras fueron de un poema de Raymond Carver. Las recogió su marido y dicen así:

-”A pesar de todo, ¿conseguiste lo que querías de esta vida?
-Sí.
-¿Y qué querías?
-Llamarme a mi misma “amada”, sentirme amada sobre la tierra”.

Emilie sabía que para eso se necesitaba un Dios de amor.

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