Enrique Martínez Domínguez, viudo mexicano de 71 años con ocho hijos y 18 nietos, ordenado presbítero: “La intención de ser sacerdote la siembra Dios»

* La llamada al sacerdocio la sintió de joven y abandonó el seminario por problemas de salud pero ha vivido con su esposa Guillermina, fallecida hace dos años, un fructífero apostolado matrimonial, sirviendo 32 años como diacono permanente

* «Yo he querido ser obediente a Dios, no elegir una ruta personal, sino siempre en respuesta a la directriz de Dios, a quien siempre he sentido cerca. Éste es el momento más decisivo de mi vida, uno vislumbra que estamos en la etapa final, no existe temor ni nostalgia, por lo que he de seguir haciendo la voluntad de Dios»

20 de agosto de 2013.- (Venessa Rivas Medina / El Heraldo / Camino Católico)  Enrique Martínez Domínguez tiene 71 años de edad, de joven ingresó al seminario pero por motivos de salud dejó los estudios, conoció a Guillermina con quien se casó y se dedicó al “apostolado matrimonial”. A dos años de la muerte de su esposa, esta semana fue ordenado sacerdote en la Arquidiócesis de Chihuahua en México en compañía de sus ocho hijos y 18 nietos.

El día de la solemnidad de la Asunción de la Virgen, el pasado jueves 15 de agosto, en la Catedral Metropolitana de Chihuahua, Enrique Martínez Domínguez recibió la imposición de manos del arzobispo Constancio Miranda Weckmann y fue ordenado presbítero. «La intención de ser sacerdote la siembra Dios», afirma el padre Enrique, quien desde que era niño sintió el llamado de Dios a servirle.

Tres intentos para ser sacerdote

Sentado en la comodidad de la sala familiar Enrique empieza a recordar su infancia, ello acompañado de su hijo Marcos, quien es piloto aviador de la Fuerza Aérea Mexicana.

Enrique nació en el ejido de El Porvenir, en el municipio de Camargo, donde ni siquiera conocieron a los sacerdotes, sin embargo sus padres siempre predicaron con el ejemplo, lo fueron formando hasta que Dios le sembró la inquietud, apenas tenía 6 años y no sabía de qué se trataba, pero su madre le platicaba vidas ejemplares de los Santos.

Enrique recuerda que en el ejido no había escuela primaria, sólo había los tres grados elementales y le daba vuelta a lo que había, así pasó sus primeros 10 años, cuando sus padres lo encargaron con unos tíos en Camargo para que pudiera estudiar en la escuela primara Cuitláhuac. Cuando terminó regresó al rancho a trabajar en las labores del campo. Por suerte, otra escuela llamada Colegio Particular Camargo le ofreció una beca para que estudiara una carrera comercial. Durante los 3 años que permaneció en este sitio se fue acercando a la iglesia para conocer; fue monaguillo y asistía a clases de religión que le sirvieron para fortalecer su catequesis.

Terminó a la edad de 17 años, sus padres ya habían decidido emigrar a Ciudad Juárez, por lo que él también se iría a la ciudad fronteriza a probar suerte. El Seminario Arquidiocesano de Chihuahua se cruzó en su camino, por un buen tiempo estuvo realizando los estudios, sin embargo por motivos de salud tuvo que abandonarlo. Enrique consiguió un préstamo para operarse de una mastoiditis y sinusitis, al terminar de pagarlo decidió reingresar al Seminario pero no le fue posible continuar ya que como secuela de las operaciones hacía ruidos al respirar.

Ante ello decidió buscar empleo en La Perla, mina de fierro, un 11 de julio, Día del Minero. Huyendo de las muchachas que lo pretendían, se subió al camión que iba rumbo a Camargo, donde lo invitaron a una fiesta, ahí conoció al amor de su vida: Guillermina Amparán Rey. «Desde que la vi me ganó, sentí que a ella se le iluminó la cara y a mí se me abrieron los ojos».

En esa fiesta quedaron flechados, la camarguense lo había atrapado. Tal vez Dios quería que viviera el ministerio del matrimonio, pero él, un día que terminaron, regresó en su tercer intento a querer ingresar al Seminario pero se comprobó que no estaba en las condiciones, ya que seguía provocando ruidos y tenía problemas con guardar silencio. 

No tardó mucho en reencontrarse con Guille, como le decían con cariño, por lo que el 14 de octubre de 1967 se casaron, ella ataviada con un vestido blanco y su velo alto y él de traje oscuro, teniendo como marco la Parroquia de Santa Rosalía en Camargo.

Un matrimonio promotor de la fe

Enrique y Guille siempre vivieron el apostolado del matrimonio, ayudando a quien pudieran a descubrir y vivir su fe. Durante un lapso corto vivieron en La Perla, en la parroquia del lugar trabajaban como matrimonio y en un compromiso misionero emigraron al mineral de Hércules, en Coahuila, para ayudar a la gente a vivir la fe en su trabajo.

Este matrimonio formó parte de los primeros fundadores del pueblo de Hércules, desarrollaron varias actividades, tanto deportivas, recreativas, educacionales y pastorales. En ese entonces Enrique era el jefe de personal, o relaciones industriales; le tocaba promover la educación. Siempre de la mano de Guille lograron establecer un jardín de niños, una primaria y una secundaria. Luego se logró la apertura de la clínica y en el campo religioso se construyó la capilla.

«Gracias a la Diócesis de Saltillo, como simple laico me autorizaron a tener al santísimo sacramento, administrando a los demás y comulgando yo mismo». Con Guille impartía catequesis a los niños y adultos, organizaban peregrinaciones en las fiestas de Guadalupe. Seis años y medio permanecieron en el lugar.

En 1976 regresaron a Chihuahua a trabajar con la Compañía Minera La Perla, después a Cementos de Chihuahua.

En este lapso nacieron sus 8 hijos: Francisco, Enrique, Celia, Isela, Roque, Marcos, Melina Rocío y Celina Patricia. A la fecha tiene 18 nietos de entre 17 y 1 año de edad. Por opción familiar optaron por una vida de austeridad, y sin contar con recursos económicos todos sus hijos asistieron a la universidad.

Enrique siempre recibió el apoyo de Guille, su fiel compañera de luchas, quien falleció el 7 de febrero del 2011 a consecuencia del cáncer. Perderla fue un momento muy significativo, «si se ha vivido en plena disponibilidad para Dios, la misma muerte no es un desenlace trágico, sino contemplar hacia dónde vamos». Durante 3 años lucharon contra la enfermedad, los últimos 3 meses Guille y Enrique se internaron en el Hospital Central Militar hasta que llegó la etapa definitiva. 

Diaconado permanente

Enrique recuerda que al año de casado se empezó a mencionar el Diaconado Permanente en la iglesia, algo que surgió del Concilio Vaticano II. Empezó a investigar y promover con información de la Diócesis de México y República Dominicana para conocer las experiencias, todo ello alentado por el sacerdote José Dolores Cano.

Fue ordenado Diácono Permanente el 8 de septiembre de 1981 junto con Cornelio Corral, «fuimos los primeros en Chihuahua, ello significó ingresar al estado clerical, igual que los sacerdotes, pero con un grado inferior, lo que me dio la oportunidad de trabajar a nombre de la Iglesia, pero desde luego apoyado por Guille mi esposa y mis 8 hijos».

Ser diacono permanente lo llevó a él y a su familia a vivir a la Parroquia de San José de la Montaña, donde permaneció por 23 años como el encargado de la vicaría fija. Recalca que siempre estuvo apoyado por Guille y sus hijos quienes tomaban parte activa en los grupos juveniles, coros y catequesis.

Hasta hace 9 años pidió regresar a su domicilio ubicado por la avenida Juan Escutia, fue entonces que el arzobispo José Fernández Arteaga autorizó el cambio a San Francisco Javier, en la colonia Villa Nueva. Los primeros 5 años apoyando al párroco Raymundo López y los últimos cuatro a Elvis Granados. A la muerte de Guille, Enrique le pidió al señor Arzobispo permanecer en el diaconado permanente, pero que quería incorporarse de lleno y estar a disposición de la diócesis para cualquier lugar donde se le necesitara.

Varios sacerdotes fueron sugiriendo la idea de que se ordenara sacerdote, de la misma manera lo hizo el arzobispo si es que Enrique quería. Luego sostuvo una plática con el Arzobispo para hacer la solicitud formal. «Ordenar a un diácono permanente como sacerdote no es ordinario, es una excepción, porque el estatuto nuestro asienta que es diaconado hasta la muerte, pero el obispo puede ordenar alguno excepcionalmente».

Los diáconos permanentes pueden ser casados o célibes. Los casados, al quedar viudos y examinando cada caso en particular, con la anuencia del obispo. El arzobispo Constancio Miranda Weckmann quiso someter la solicitud a la Santa Sede, después de un año y medio le dijeron que podía proceder.

Enrique estuvo durante 4 semanas en un diplomado de teología en la Universidad Pontificia de México, en el curso síntesis teológica, luego una semanas más estuvo haciendo ejercicios espirituales en el Monasterio de los Benedictinos, ubicado en Cuernavaca.

«Yo he querido ser obediente a Dios, no elegir una ruta personal, sino siempre en respuesta a la directriz de Dios, a quien siempre he sentido cerca. Éste es el momento más decisivo de mi vida, uno vislumbra que estamos en la etapa final, no existe temor ni nostalgia, por lo que he de seguir haciendo la voluntad de Dios». La muerte de Guille fue un cambio fuerte en su vida, «el dolor de la despedida ha sido recompensado con esta nueva gracia de parte de Dios». Ahora, Enrique sabe que el camino de Dios se le está develando.

Una bendición para la familia

«Junto con mis hermanos estamos muy contentos por esta celebración que es la ordenación de nuestro papá, entendiendo el compromiso de la educación que siempre nos ha proporcionado», explica su hijo Marco, capitán primero piloto aviador de la Fuerza Aérea Mexicana quien radica en México.
Subraya que su papá y su mamá han sido un ejemplo. El día que a Enrique le informaron que había sido autorizada su ordenación, habló por teléfono con todos sus hijos. Su hija Celia expresa que la ordenación de su padre como presbítero es una bendición de Dios, «es un regalo para la diócesis y la familia».

Por su parte, Martha, la hermana de Enrique, quien viajó de Ciudad Juárez para estar presente en un momento importante para la familia, destaca sentirse emocionada, «las lágrimas son de alegría, es su vocación desde chiquito siempre fue muy dedicado a Dios y ahora Él se lo concede». Martha recuerda además a su hermano Félix Martínez, quien también fue sacerdote de la diócesis de Juárez y que murió a la edad de 33 años. De los 8 hermanos de Enrique, sólo sobrevive Martha.

Finalmente Enrique dice que falta que los laicos sean auténticos miembros de la Iglesia y colaboradores de la construcción del Reino de Dios. «Desde el Concilio Vaticano II se reconocía al laicado como un gigante dormido y a la fecha sigue adormilado, pero cuando despierte el mundo de la política, la economía y la sociedad cambiará y se establecerá el reinado de Dios».

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