Familia Sánchez-Ballester, 13 años de misioneros en Ucrania y en plena guerra: «Rezamos y decidimos quedarnos. El Señor nos ayuda, protege y nos da lo que necesitamos»

* «El Señor nos protege también en lo económico, muchísima gente se ha volcado para ayudarnos. También nos ha impresionado la actitud de nuestros hijos. Cuando empezaron los bombardeos, les preguntamos si querían irse de Ucrania, tenían que ser libres. Todos dijeron que se quedaban, que ellos también formaban parte de esta misión. Hay un conflicto mucho más profundo por el odio que Jesucristo ha venido a romper. Los edificios o las ruinas, con el tiempo y la ayuda de los hombres, se pueden reconstruir, pero las heridas de la guerra interior son más difíciles de curar»

El testimonio de vida y fe de Pedro Sánchez y Begoña Ballester en el programa Ecclesia’ de TRECE del domingo 

Camino Católico.-  Desde una localidad de Murcia, San Pedro del Pinatar, hasta el epicentro de la actual guerra en Ucrania: Kiev. La familia formada por Pedro Sánchez, Begoña Ballester y sus 12 hijos viven en este país desde el año 2010, y se han topado en este último año con el conflicto de  la invasión de Rusia a Ucrania. Un año después, en el programa ‘Ecclesia’ de TRECE del domingo,  Pedro y Begoña han contado cómo han vivido de primera mano las consecuencias de la guerra y cómo a pesar de ello la misión que realizan como familia del Camino Neocatecumenal continúa.

Para permanecer en la misión, Pedro y Begoña encuentran un apoyo indispensable, porque “siempre entre la familia nos ayudamos, pero el Evangelio sirve para el hombre en cualquier situación que se encuentre”. Para Pedro, la trascendencia de este conflicto y del mal en el mundo no se queda sólo en guerras como la de Ucrania, sino que “hay un conflicto mucho más profundo por el odio que Jesucristo ha venido a romper». «Los edificios o las ruinas, con el tiempo y la ayuda de los hombres, se pueden reconstruir, pero las heridas de la guerra interior son más difíciles de curar”.

A pesar de estar en medio de un conflicto, Pedro reconoce que “dentro de lo que cabe lo llevamos bien. Con las precariedades, los bombardeos, las alarmas… el Señor nos ayuda y nos da lo que necesitamos”. Además, aunque es esta guerra la que está presente en todo el mundo, “no es el primer conflicto que vivimos aquí en Ucrania”, asegura Pedro, que sin embargo, se muestra convencido de que “Dios me trajo aquí a encontrarse conmigo, y vimos que era Su voluntad venir aquí”. “Si fuera por vivir bien… yo vivía bien en España, tenía mi empresa y mi trabajo”, se sincera el español residente en Ucrania, que desde que llegó a este país se dio cuenta de que “nosotros no podemos hacer nada; es más lo que hace el Señor con nosotros”.

La familia misionera ha permanecido en Kiev y ha conocido la cruda realidad de la guerra

Cuando estalló la guerra, “nosotros, rezando por separado, vimos que el Señor nos pedía quedarnos con nuestra gente ucraniana. Pero empezó una estampida brutal. Mi marido fue a ver el refugio que había en el edificio y empezamos a dudar, le dijimos a los niños que prepararan sus cosas en una mochila. Al ver cómo se acercaban los bombardeos me asusté y decidimos salir. Nos metimos 17 personas en un coche de 8 plazas, íbamos escoltados por los GEO en un convoy español, fuimos 200 kilómetros detrás de ellos avanzando muy despacio. Pero en la última parada, antes de abandonar Ucrania, rezamos de nuevo y decidimos quedarnos. Tuvimos la certeza de que nuestra misión seguía allí y que el Señor nos protegería. Y así ha sido”, asegura Pedro a Israel Remuiñán en la Revista Misión.

En Kiev –entre el sonido de las sirenas antiaéreas y la tensión de vivir en un país en guerra– han experimentado un tiempo de bendición absoluta. Y no sólo espiritualmente: “El Señor nos protege también en lo económico, muchísima gente se ha volcado para ayudarnos. También nos ha impresionado la actitud de nuestros hijos. Cuando empezaron los bombardeos, les preguntamos si querían irse de Ucrania, tenían que ser libres. Todos dijeron que se quedaban, que ellos también formaban parte de esta misión”, responde Begoña emocionada y con la voz entrecortada.

En este tiempo han perdido a personas conocidas por culpa de la guerra. Pero cuando se les pregunta por el sufrimiento, Pedro asegura que “el Señor está presente en los momentos más duros, la muerte no existe porque ya está vencida. Cuando sabes que Cristo ha vencido a la muerte, la guerra se convierte en un absurdo. Cuando lo natural es defenderse, nosotros anunciamos el amor al enemigo. Si vivimos con odio, no somos cristianos. Es el escándalo de la Cruz, anunciar que la solución no es vencer a Rusia, sino curar tu problema interior. La solución es tu conversión. Para mantener la guerra es necesario el odio, y la única opción pasa por la destrucción del enemigo. Nosotros los cristianos vemos la vida desde un prisma diferente: a mí me toca morir por mi mujer todos los días, en lo más sencillo y queriéndola mucho. La guerra es injusta y mala, estamos de acuerdo y lo denunciamos, pero hay que dar una respuesta diferente, hay que dar una palabra de amor. La Iglesia no puede ser una ONG”.

Ahora Pedro y Begoña esperan viajar a España a conocer a su nieta, de su segunda hija, que se casó y vive en España. “Tiene sólo seis meses y está preciosa”, explican. Pero saben que su vida está en Ucrania “hasta que Dios quiera”. Aún tienen el recuerdo de la Pascua en su mente: “Ha sido preciosa. Nos deja claro que sin pasar por la cruz no se llega a la resurrección. Nosotros estamos pasando por la guerra y la Pascua ha sido vivir el Cielo”.

En cuanto a la realidad del Camino Neocatecumenal en Kiev, “hay muchas personas que han tenido que salir de Ucrania”, pero Pedro y Begoña han podido comprobar cómo “el Camino sigue funcionando en comunidades más pequeñas, y a pesar del toque de queda y de que a veces no hay transporte, se sigue celebrando la Liturgia, la Palabra y la convivencia de cada día”.

Como se conocieron

Pedro Sánchez y Begoña Ballester crecieron a la orilla del mar Menor, en San Pedro del Pinatar (Murcia) y en el seno de una familia cristiana. Sus padres les transmitieron la fe desde niños y han vivido la realidad del Camino Neocatecumenal durante toda su vida. De hecho, Pedro cuenta que se enamoró de Begoña cuando eran pequeños. En todos sus recuerdos de la infancia hay un sitio para ella, después llegó el turno de empezar a caminar por sí mismos –más allá de la fe de sus padres– y les tocó hacerlo en la misma comunidad.

Para ella, él era sólo un amigo. Y así fue hasta una tarde de domingo. La madre de Pedro había muerto sólo unos días antes y quedaron para hablar y pasar el rato. A Begoña le impresionó la madurez con la que él habló ese día, cuando le contó que pudo experimentar la resurrección y el cielo en medio del sufrimiento, que la muerte de su madre le había servido para tener un encuentro personal con Dios. Esa tarde se hicieron novios y cuatro años después estaban casados.

La familia Sánchez-Ballester rezaron y decidieron quedarse en Ucrania con el estallido de la guerra

Familia Misionera y 13 años en Ucrania

No dudaron a la hora de ofrecerse para ir a la misión. Fue en el encuentro de las familias con Benedicto XVI en Valencia. Era el año 2006 cuando Pedro y Begoña decidieron dejar su vida en España para irse de familia en misión, al lugar que Dios les mandase. Ya eran familia numerosa y a Pedro le iba bien con su empresa, pero la llamada del Señor fue más fuerte y  “No elegimos ir a Ucrania”, explica Begoña, sino que fue por sorteo en una convivencia internacional del Camino Neocatecumenal en Italia donde les tocó desplazarse hasta este país y dijeron que sí.

En 2010 Benedicto XVI les envía como Missio Ad Gentes con el objetivo de vivir como familia cristiana dentro de la sociedad ucraniana para hacer palpable la presencia de Dios en su día a día.

Su primer contacto con la antigua república soviética fue el Donbás, la región que se ha convertido en el epicentro de la guerra con Rusia. En Donetsk fueron conscientes de la huella comunista, con un estilo de ciudad puramente soviético, donde todo gira en torno al trabajo y la productividad, la minería, la industria. Era un lugar gris, pero ellos fueron felices.

Pedro Sánchez y Begoña Ballester fueron enviados a la misión por Benedicto XVI

La casa siempre abierta

Luego se mudaron a Kiev y se encontraron una ciudad distinta, más grande, cosmopolita, con más historia. Aun así la Iglesia Católica apenas tiene peso en todo el país, desapareció por completo por el comunismo hasta poco antes de la caída del muro. La mayor parte de la población es ortodoxa, siempre se enseñaba que lo católico era herético, la cúpula ortodoxa ha estado siempre muy ligada al poder y cualquier acercamiento al catolicismo se veía como una traición.

Pero Pedro y Begoña tenían siempre su casa abierta para todos. En la misión, lo primero es la hospitalidad, el gesto de amor; después llega la Palabra. A ellos les sorprendió algo: “Nos impresionaba la forma en la que los ucranianos nos escuchaban al hablarles de Dios. Con el comunismo, el Cielo estaba cerrado, la esperanza no existía; por eso cuando les llevas una palabra de vida es como si sus ojos se iluminasen, alcanzan la trascendencia. Con la caída de la URSS, mucha gente abrió el corazón a Dios. Pensaban que si el comunismo había sido mentira, igual tampoco era cierto todo lo que decían sobre la religión”, asegura Pedro.

Este matrimonio y sus doce hijos se volcaron en la misión: ayudaban en las catequesis, apoyaban a las hermanas de Calcuta estando con los más pobres… “Tenemos todas las tardes ocupadas y los fines de semana también, pero no pasa nada, estamos felices”, cuenta Begoña.

Sin embargo, reconoce Begoña que “luego entendí que el Señor me trajo a Ucrania para sanar mis heridas”. Aunque su misión va mucho más allá: “Llevar el Evangelio a la gente y anunciar el amor de Dios”. Esta familia misionera se dedica en cuerpo y alma a esta tarea, evangelizando “en los parques, en la pastoral de posconfirmación, primera comunión, catequesis… ayudamos donde nos piden y cada día tenemos algo que hacer”.


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