Fernando Dangond, médico neurólogo, se alejó de Dios y pensaba que los milagros eran exageraciones hasta que su hija Cristy fue curada de cáncer maligno por el Señor

“Al minuto entró al recinto el radiólogo a cargo de la interpretación de la escanografía ósea y con una gran sonrisa y entusiasmo, nos dijo: «¡¡¡El examen es totalmente normal!!!». Desde ese momento, empecé a rezarle a toda hora a ese Dios misericordioso y divino, quien me perdonó que yo lo hubiera olvidado por tanto tiempo. «Gracias Señor por haber sanado a Cristy», le dije”

16 de abril de 2015.- (Fernando Dangond Castro / Univisión  /Camino Católico) “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allá estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Seguramente así como muchas personas que me están leyendo, fui de esos niños cuyos padres los llevaban los domingos a misa, sin ninguna explicación y sin ninguna necesidad aparente, por lo menos para la mente inquisitiva de un infante. Yo vivía una infancia feliz, llena de amigos, divirtiéndome siempre y viviendo al máximo el presente.  Todo me maravillaba: la grandeza de la naturaleza, los animales, los insectos, el cielo, la luna, las estrellas fugaces.

Sin conocer el estrés de los adultos, sus preocupaciones, sus retos, yo siempre me sentaba allí al lado de mi madre, escuchaba los sermones, unas veces distraído o medio dormido y otras veces muerto de la curiosidad por entender de qué se trataba toda esa serie de rituales. Por un lado, me aburría, pero en mi mente precoz también había algo misterioso que me causaba fascinación de la Santa Misa y de las repetidas ocasiones en que mi madre rezaba el rosario. Algo que no puedo explicar me atraía. Tal vez, por gusto personal, aprendí a orar mirando a Jesús en la cruz sobre el altar. No tengo memoria de haberle rezado fervorosamente a la virgen María ni a los santos del catolicismo.

Ya de adolescente, me sumergí en el mundo del estudio, pero también de las parrandas interminables y las conquistas, y poco a poco me fui olvidando de ese lado mío espiritual, que apenas se quería abrir como el capullo de una flor. Cerré a la flor con mis dos manos, otra vez con mis actos, con mi afán de superación en el mundo material, siempre exitoso y «sin límites». Me gradué de médico y me especialicé. Me casé con una bella y bondadosa mujer, tuve tres hermosos hijos (dos varones y una nena) y creí que lo tenía todo. Pero en verdad, ahora que lo pienso, no tenía casi nada porque había dejado a un lado las necesidades del espíritu. Recuerdo que visité Jerusalén y me la pasé todo el viaje cuestionando los milagros de los que hablaba la Biblia, pensando que seguro eran exageraciones o interpretaciones erradas de una gente fácilmente sugestionable, quienes vivían en una época en que la práctica de la medicina era muy limitada. Como neurólogo, llegué a pensar que «seguro esos tales endemoniados lo que tenían era un ataque epiléptico…»

Pasaron varias décadas desde esa etapa infantil frente al altar, hasta el día en que, gracias a Dios, dejé de hacerle resistencia y logré reencontrarme con el inmenso poder de la oración.

Fue hace tres años en un 12 de diciembre, el día de la Virgen de Guadalupe, cuando mi carrera desenfrenada, que atravesaba el mundo material, se encontró con una pared de hierro y me estrellé. Sí, sentado frente a esos doctores que me decían con la mayor seriedad que mi hija Cristy, de 6 años, tenía un cáncer terminal. Allí me estrellé y sentí que mi vida se partió literalmente en dos. La angustia mezclada con terror, dolor e impotencia me envolvían como unas llamas del mismo infierno. Vi las llamas a mi lado y frente a mí. En ese mismo hospital donde décadas antes me entrené como neurólogo y hacía rotaciones de oncología pediátrica, ahora era mi preciosa hija Cristy, una paciente de cáncer.

 Cristy fue diagnosticada con un rabdomiosarcoma metastásico, uno de los cánceres más agresivos y malignos que existen. El tumor primario, de gran tamaño, fue encontrado en el tórax y le había causado un colapso del pulmón izquierdo. Además, tenía nueve metástasis en el cráneo y diseminación por múltiples cuerpos vertebrales (los huesos de la columna vertebral).  A mis colegas médicos les quedaba claramente difícil establecer contacto visual conmigo cuando discutían su pronóstico.

Cristy Dangond fue diagnosticada con cáncer a los 6 años.

Al cuarto día de la hospitalización, mientras estábamos Mónica mi esposa, Cristy y yo en el recinto de la escanografía ósea, ocurrió un milagro. Mónica sintió que su padre Alfredo (quien había muerto un año antes) le habló con gran claridad y le dijo: «No se equivoquen, Cristina sí tiene cáncer, pero ella va a ser un milagro de Dios en el año de la fe. Por ella están intercediendo la Virgen de Guadalupe, la Virgen de Lourdes, la Virgen de Fátima, la Virgen de la Medalla Milagrosa, Santa Bernardita, Santa Filomena y la Madre Teresa de Calcuta. Dile a Fernando que él no debe preocuparse porque no pudo hacer nada por mí el día de mi accidente. Yo tenía que haberme muerto porque tenía que estar hoy aquí al lado de Cristina, cuidándola. Y dile a Fernando que su papá está al otro lado de Cristina también cuidándola. Cristina va a atraer a un ejército de personas a Dios».

Mónica me dijo todo esto temiendo pasar por loca y muy angustiada me preguntó: «¿Tú me crees?». Le respondí inmediatamente: «Yo no creo en brujas ni en cosas de esas, pero yo ¡en Dios sí creo». Replicó: «Mi papá me pidió que los dos rezáramos al lado de Cristy». Inmediatamente nos acercamos a Cristy y comenzamos a orar.

Unos cinco minutos más tarde, mientras orábamos, Mónica exclamó: «¡Sentí otra vez la presencia de mi papá y me dijo que nos van a dar una buena noticia!»

Al minuto entró al recinto el radiólogo a cargo de la interpretación de la escanografía ósea y con una gran sonrisa y entusiasmo, nos dijo: «¡¡¡El examen es totalmente normal!!!».

Desde ese momento, empecé a rezarle a toda hora a ese Dios misericordioso y divino, quien me perdonó que yo lo hubiera olvidado por tanto tiempo. «Gracias Señor por haber sanado a Cristy», le dije. El resto de la historia, miles de personas la saben: a las seis semanas de haber iniciado el tratamiento de quimioterapia, todo el cáncer se había desaparecido en los exámenes de seguimiento. Digo miles de personas porque sí se cumplió el hecho: en el grupo de oración de Facebook «1 Millón de Oraciones por Cristy Dangond Lacouture» hay más de 32 mil personas (sin contar sus familiares y círculo de amigos) orando por Cristy y por muchas otras personas que lo necesitan. El grupo de oración en inglés también cuenta con miles de miembros. Es un verdadero ejército de la bondad, el amor al prójimo, la fe y la esperanza. Me llegan muchos mensajes de personas que han recibido milagros por el poder de la oración de este ejército.

Tengo una misión de diseminar este testimonio por todo el mundo, porque no tengo otra manera de pagarle a Dios los cientos de milagros que ha hecho en mi vida. Cada día que veo a Cristy feliz, cantando, corriendo y bailando, a pesar de recibir los tratamientos más fuertes que un ser humano puede recibir, ese día es para mí otro milagro que viene del cielo.

Arrodillado ante el gran poder de Jesús y de la Virgen María, volví a ser el niño aquel alegre, curioso por las maravillas del mundo y fascinado por el poder de la oración, por Dios y por la misa.

La oración te da el gran poder de la tranquilidad espiritual, la felicidad en medio de la tormenta y la seguridad y confianza de que no estamos solos: Dios nos lleva de su mano, nos alivia y nos reconforta con cada paso que damos. Somos una familia unida y entregada a Dios y esto nos da una paz inconmensurable.

Fernando Dangond Castro, médico especializado en Neurología clínica en la Universidad de Harvard

Para ver el vídeo de la historia de la curación milagrosa de Cristy que fue televisada en un programa especial de Aquí y Ahora de Univisión pinchar AQUÍ

 

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