Flaviano Villanueva era drogadicto, estrelló el coche de su padre; en una JMJ cambió; hoy es cura y ayuda a otros a dejarlo

Se recluyó en un centro de retiros, como un ermitaño: «Yo negaba ser un adicto, claro, pero llegó el momento en que vi que tenía que enfrentarlo. Era un lugar de curación, de escucha, de encuentro; fue básicamente por la gracia de Dios que pude salir de la adicción»

2 de abril de 2018.- (P. J. G. /  Religión en Libertad Camino Católico)  Cuando el padre Flaviano (Flavie) Villanueva anima a un drogadicto a tomar el control de su vida, mantenerse sobrio y aferrarse a Dios para dejar atrás las adicciones, sabe de qué habla, porque él también fue drogadicto. Villanueva es sacerdote y religioso verbita, la orden fundada en 1875 por San Arnoldo Janssen, que hoy cuenta con unos 6.000 religiosos. Desde 2015 Flavie Villanueva, hoy de 48 años, dirige en Manila el centro Kalinga para personas pobres en apuros, que incluye programas para desintoxicar a drogadictos y alcohólicos.

Una condición: no se entra borracho ni drogado

Cualquiera puede entrar allí, con solo una condición: no se puede entrar borracho ni drogado. Tendrán comida, sin límite de arroz. Y ducha y planchado de ropa. Mientras esperan su turno de ducha o plancha, participan en charlas que dan voluntarios o religiosas, para motivarles a estructurar su vida y tener autoestima.

Los jueves, sábados y domingos hay comida y ducha. Los lunes, martes, miércoles y viernes hay clases de formación alternativa, incluyendo alfabetización. Con el tiempo, los que perseveran pueden entrar en procesos de búsqueda de trabajo.

Con la ropa planchada, se les pide que se miren al espejo y reciten esta frase:  «Ahora estoy limpio; lo apreciaré porque mi vida puede cambiar». Y cuando se van de la casa se les pide que reciten otra declaración: «En Kalinga me cuidaron; así he de cuidar yo a otros». Eso les hace salir con ganas de ayudar a los demás. «Queremos ayudarles a recuperar su dignidad», explica el padre Villanueva.

«Hay esperanza, yo soy un ejemplo»

«Hay esperanza para las víctimas de las adicciones»,dice. «Yo soy quizá un ejemplo clásico, y también cientos de amigos míos«, afirma el religioso.

En los años 90 Flavie era un jovenzuelo rebelde que quería liberarse del control de sus padres. Unos primos mayores que vinieron a Manila a estudiar en el instituto le introdujeron en sus vicios: tabaco, alcohol y marihuana, y drogas de botiquín como el mogadon, un medicamento para el sueño. 

Durante bastante tiempo pudo engañar a sus padres: era capaz de beber mucho, «colocarse» y seguir siendo buen nadador en las competiciones del instituto. El último año de instituto, explica fue «de sexo, drogas y rock & roll» con su círculo de amigos.«Empezábamos a beber a las 9 de la mañana».

Sin embargo, desde el principio sabía que eso no estaba bien y que tampoco quería que su vida fuera eso. «Dios estaba allí, mi conciencia era sólida», recuerda con cierto asombro hablando con el Inquirer.net

Peleas y engaños a los seres queridos

Con un grupo de amigo crearon un club de excursiones por la montaña que le ayudó a dejar de fumar. Aún tenía que dejar otras drogas, pero era un comienzo. Mientras tanto, se metía en peleas, gastaba todo su dinero, se llevaba mal con sus padres y le mentía a su novia para sacarle dinero que se gastaba en drogas y fiesta.

El momento de cambio llegó cuando estando drogado y borracho se estrelló con el coche de su padre. Tomó conciencia de que había que cambiar.

A mediados de 1994, con 24 años, decidió dejar su trabajo y dedicar un tiempo a reflexionar sobre su vida. Se acercaba la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de 1995, el Papa Juan Pablo II iba a venir a Manila, a reunir una multitud de millones de personas. Y Flaviano quería cambiar, quería participar «limpio» en la JMJ.

Se recluyó en un centro de retiros, como un ermitaño. «Yo negaba ser un adicto, claro, pero llegó el momento en que vi que tenía que enfrentarlo», recuerda.

Cree que aquel lugar especial le ayudó a cambiar. «Era un lugar de curación, de escucha, de encuentro; fue básicamente por la gracia de Dios que pude salir de la adicción», afirma. 

Así, «limpio», sirvió de guía en la JMJ para peregrinos de Canadá. «Una voz dijo: Flaviano, ¿por qué no te haces comunicador de Su fe, esperanza y amor? Era una voz muy serena, sin juzgar», recuerda.

Recaídas e indignidad… pero se levantó y perseveró

Así se adentró como misionero relacionado con los verbitas. Aún sufrió varias recaídas en el alcohol, pero luego conseguía retomar la vida de sobriedad. Después de pasar tres años como misionero, en 1997 se planteó el sacerdocio. No se sentía digno, pero el obispo le señaló que muchos curas tenían problemas de distintos tipos, ninguno era «digno», pero Dios hacía digno a quien decía «sí» a su llamada.

En 2006, ya con 36 años y una vida equilibrada, fue ordenado sacerdote. Sirvió un tiempo como misionero verbita en la isla de Timor Este (el otro país de Asia con mayoría católica). Y de vuelta a Filipinas puso en marcha Kalinga. Se basó en su experiencia: un lugar de encuentro, escucha y sanación.

Uno de sus voluntarios, de 47 años, mató a una persona en 2013 estando muy drogado. Llegó a un acuerdo con su familia y no fue a la cárcel, pero ahora colabora con el centro para animar a otros a combatir las adicciones. «Estoy aquí para apartarme de problemas y aprendo la Palabra de Dios, que me ayuda a entenderme mejor. He aprendido también a entender y a tratar a otras personas», explica este voluntario.

Reconocer el problema, recurrir a Dios

El padre Flaviano acoge, escucha, anima y exhorta. Él sabe lo que viven los adictos. Primero han de reconocer que tienen un problema, después han de pedir ayuda y buscar a Dios. Y aunque caigan en ocasiones, han de levantarse y nunca rendirse ni dejar el proceso de mejora. «Uno ha de tener ese poder de lo Alto; caerás, pero no abandonarás. No pierdas tu objetivo: cambiar. Te espera una vida nueva«, anima siempre. 

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