Homilía del Domingo: Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos comunica su propia vida / Por P. José María Prats

“Al convertir durante esta Cena el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para darse en alimento a sus discípulos, Jesús se revela como el verdadero Cordero cuyo sacrificio nos libera de la esclavitud del pecado, cuya Sangre nos libra de la muerte eterna y cuya Carne nos sostiene y fortalece en nuestro peregrinar hacia la vida eterna… Pero no podemos olvidar que para renovar esta Alianza hemos de reconciliarnos con Dios y asumir incondicionalmente su proyecto de vida: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos»”

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – B:

Éxodo 4, 3-8 / Salmo 115 / Hebreos 9, 11-15 / Marcos 14, 12-16

José María Prats / Camino Católico.- Las lecturas de la solemnidad del Corpus Christi de este año nos presentan la eucaristía como cumplimiento y plenitud de las figuras del Antiguo Testamento.

En el evangelio Jesús instituye la eucaristía en el contexto de la Cena Pascual, en la que el pueblo de Israel conmemoraba la liberación de Egipto. Aquel día, Dios les había pedido que sacrificaran un cordero, rociaran con su sangre las jambas y el dintel de las puertas de sus casas para librar de la muerte a sus primogénitos y comieran su carne antes de emprender el largo viaje hacia la tierra prometida. Al convertir durante esta Cena el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para darse en alimento a sus discípulos, Jesús se revela como el verdadero Cordero cuyo sacrificio nos libera de la esclavitud del pecado, cuya Sangre nos libra de la muerte eterna y cuya Carne nos sostiene y fortalece en nuestro peregrinar hacia la vida eterna.

La lectura de la carta a los Hebreos presenta a Jesús como el verdadero Sacrificio que lleva a su plenitud los sacrificios rituales de purificación que se ofrecían en el Templo de Jerusalén. Si la sangre de los animales quemados en el fuego del altar de los holocaustos tenía la capacidad de devolver la pureza externa, la Sangre de Cristo, que se ofreció al Padre como sacrificio sin mancha ardiendo en el fuego de amor del Espíritu Santo, puede purificarnos internamente del pecado para llevarnos a la comunión y al culto del Dios vivo.

Finalmente, la lectura del libro del Éxodo nos ayuda a entender en qué sentido la Sangre de Cristo es la verdadera Sangre de la Alianza, tal como Él mismo dice en la Última Cena: «Ésta es mi Sangre, Sangre de la Alianza, derramada por muchos». Moisés desciende del monte con la Ley, edifica un altar, manda ofrecer sacrificios y derrama la mitad de su sangre sobre el altar; a continuación lee la Ley al pueblo, que la acoge diciendo: «haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos»; entonces rocía al pueblo con la otra mitad de la sangre diciendo: «ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos».

La sangre es un símbolo de la vida. Derramar la misma sangre sobre el altar –que representa a Dios– y sobre el pueblo significa que entre ambos se establece una alianza por la que compartirán una misma vida. Pero esto sólo es posible si ambos comparten un proyecto común, que es el designio eterno de Dios para la creación: su Ley.

Estas enseñanzas nos ayudan a vivir con más sentido y profundidad la comunión eucarística. Al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos comunica su propia vida –no ya una mera figura de ella– para formar con Él «una sola carne». Y así somos preservados de la muerte eterna, purificados y fortalecidos para el arduo camino hacia la vida eterna. Pero no podemos olvidar que para renovar esta Alianza hemos de reconciliarnos con Dios y asumir incondicionalmente su proyecto de vida: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos».

José María Prats

Evangelio

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos:

«¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?».

Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice:

«Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’. Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros».

Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.

Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo:

«Tomad, éste es mi cuerpo».

Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo:

«Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios»

Marcos 14, 12-16


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