Homilía del Domingo: La acción de Dios es discreta, sobria, escondida y eficaz / Por P. José María Prats

“La forma de actuar de Dios es muy diferente de la del maligno. El mal conquista fácilmente el corazón de los poderosos, se adueña de las instancias de poder y muestra ostentosa y prepotentemente su fuerza. A menudo, cuando juzgamos la situación de la Iglesia, nos dejamos llevar por criterios demasiado mundanos. Constatamos su influencia cada vez más pequeña en la sociedad, la progresiva disminución de los fieles que participan en la eucaristía, el auge de ideologías contrarias a la fe cristiana… y tendemos a desanimarnos. Nos hemos olvidado de la parábola de la semilla de mostaza, que nos dice que lo decisivo no es su tamaño, sino la presencia de Dios en ella”

Domingo XI del tiempo ordinario – B:

Ezequiel 17, 22-24 / Salmo 91 / 2 Corintios 5, 6-10 /  Marcos 4, 26-34

P. José María Prats / Camino Católico.- En las parábolas del evangelio de hoy, Jesús explica a la multitud el dinamismo del Reino de Dios. Dios tiene un plan de salvación para la humanidad que impulsa incesantemente hacia su consumación, y por ello el Reino de Dios avanza inexorablemente según el designio divino de forma parecida a como una semilla plantada en la tierra va desarrollándose de forma misteriosa siguiendo sus fases de crecimiento (aparición de tallos, espigas, granos en las espigas…) hasta que los granos están maduros y se siega para obtener la cosecha.

Este avance inexorable del Reino de Dios no anula, sin embargo, la libertad humana, sino que la integra de una forma misteriosa. Por ejemplo, los líderes judíos rechazaron y crucificaron libre y culpablemente a Jesús, pero a través de sus acciones Dios estaba llevando a cabo su plan de salvación para el mundo.

La parábola de la semilla de mostaza ilustra el modo tan peculiar y misterioso en que Dios actúa en la historia. Esta semilla –la más pequeña de todas– representa a Cristo, que por su Encarnación, ha sido “plantado” por Dios en el huerto de la creación. En el momento de ser plantada, esta semilla era insignificante a los ojos del mundo: vive en un pueblo y una familia sin ninguna relevancia social, en una región sometida por el poder romano, se rodea de personas sencillas y su proyecto “fracasa” al morir crucificado. Pero esta semilla tan pequeña contenía al mismo Dios y, por ello, esa insignificancia y fracaso aparentes desplegaron un poder y un dinamismo extraordinarios bajo el impulso del Espíritu Santo. El evangelio del Reino se propagó rápidamente por doquier y la Iglesia creció misteriosamente en medio de dificultades y persecuciones produciendo cuantiosos frutos de santidad. En ella muchos encontraron la verdad, la paz y la vida que ansiaban y fueron a anidar felizmente a la sombra de sus ramas.

De todo ello podemos extraer una importante enseñanza para nuestro tiempo. La forma de actuar de Dios es muy diferente de la del maligno. El mal conquista fácilmente el corazón de los poderosos, se adueña de las instancias de poder y muestra ostentosa y prepotentemente su fuerza. La acción de Dios, en cambio, es discreta, sobria y escondida, pero muchísimo más eficaz. A menudo, cuando juzgamos la situación de la Iglesia, nos dejamos llevar por criterios demasiado mundanos. Constatamos su influencia cada vez más pequeña en la sociedad, la progresiva disminución de los fieles que participan en la eucaristía, el auge de ideologías contrarias a la fe cristiana… y tendemos a desanimarnos. Nos hemos olvidado de la parábola de la semilla de mostaza, que nos dice que lo decisivo no es su tamaño, sino la presencia de Dios en ella.

Una Iglesia poderosa económicamente, favorecida por el poder político, halagada por los medios de comunicación y aclamada por las multitudes pero que no permanece fiel a su Señor está abocada a desaparecer. En cambio, una Iglesia débil, purificada por las pruebas, la persecución y el menosprecio del mundo y que ha estrechado así su comunión con Dios, será como la semilla de mostaza: crecerá y se desarrollará enormemente bajo el poder de Dios, ese poder inexorable que es capaz de convertir la más pequeña de las semillas en el mayor de los arbustos, a cuya sombra vienen a anidar las aves del cielo.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús decía a la gente:

«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Decía también:

«¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra».

Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

Marcos 4, 26-34


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