Homilía del Evangelio del Domingo del Corpus: Tener adecuada disposición al recibir al Santísimo Sacramento y adorarlo frecuentemente / Por P. José María Prats

* «Nunca podremos penetrar y agradecer suficientemente el misterio de esta presencia viva y anonadada de Jesús en el Santísimo Sacramento, pero hemos de intentar tender a ello»  

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – A:

Deuteronomio 8, 2-3.14b-16a / Salmo 147 / 1 Corintios 10, 16-17 / Juan 6, 51-58

 P. José María Prats / Camino Católico.- En el evangelio de la fiesta de la Ascensión recordábamos las últimas palabras del Señor resucitado a sus discípulos: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». Esta promesa, Jesús la ha cumplido especialmente a través de la Eucaristía. En ella hace presente su sacrificio redentor para que, asociándonos a él, seamos santificados e integrados en la vida trinitaria, y se queda permanentemente entre nosotros latente bajo la especie del pan.

Nunca podremos penetrar y agradecer suficientemente el misterio de esta presencia viva y anonadada de Jesús en el Santísimo Sacramento, pero hemos de intentar tender a ello con nuestra delicadeza y adecuada disposición al recibirlo y con nuestra adoración frecuente.

Para que veáis hasta dónde puede llegar este amor y reverencia hacia el Santísimo Sacramento os voy a contar el testimonio de un sacerdote chino que fue publicado en varias revistas. Cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a este sacerdote en su propia rectoría junto a la iglesia y, aterrado, pudo ver desde su ventana cómo, llenos de odio, penetraban en la iglesia, profanaban el tabernáculo y tiraban al suelo el copón esparciendo las Hostias consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuántas Hostias contenía el copón: treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron, no se dieron cuenta o no prestaron atención a una niña de once años que rezaba en la parte trasera de la iglesia y que vio todo lo sucedido. Esa misma noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró en la iglesia. Allí hizo una hora santa de oración –un acto de amor para reparar el acto de odio– y después se adentró en el san­tuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, recibió con su lengua a Jesús en la sagrada Comunión.

La pequeña continuó regresando cada noche haciendo exactamente lo mismo, hasta que en la trigési­ma segunda noche, después de haber consu­mido la última Hostia, hizo sin querer un ruido que despertó al guardia. Este corrió tras ella, la agarró y la golpeó con la culata de su rifle hasta matarla. Este acto de martirio heroico fue presen­ciado por el sacerdote que, abatido, miraba desde la ventana de su cuar­to convertido en celda.

El famoso obispo norteamericano, Fulton Sheen, actualmente en proceso de beatificación, contaba que este testimonio fue la mayor fuente de inspiración en su vida, hasta el punto de que, tras conocer estos hechos, prometió a Dios que durante el resto de su vida haría cada día una hora de adoración ante Jesús Sacramentado, y desde entonces su deseo más ferviente fue atraer al mundo al Corazón ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

Ojalá que este testimonio despierte también en nosotros el deseo de corresponder un poco mejor al amor de Jesús manifestado en este don inefable que hoy la Iglesia contempla llena de agradecimiento.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»

Entonces Jesús les dijo:

«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Juan 6, 51-58

Homilía del Evangelio del Domingo del Corpus: Los dos cuerpos de Cristo / Por Raniero Cantalamessa, ofmcap.


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