Homilía del Evangelio del Domingo: Dios nos deja el matrimonio terreno como sacramento que hace presente la relación esponsal con Cristo / Por P. José María Prats

* «Jesús es el Esposo definitivo, la lámpara que iluminará la Ciudad Santa y que colmará eternamente nuestro anhelo de felicidad. Pero mientras caminamos y luchamos en este mundo sin poder ver al Señor cara a cara. No podemos ver, oír o hablar directamente con Cristo, pero podemos hacerlo a través de su imagen creada: nuestro esposo o esposa»

Domingo XXXII del tiempo ordinario – C:

2 Macabeos 7, 1-2.9-14  /  Salmo 16  /  2 Tesalonicenses 2, 16–3 ,5  /  Lucas 20, 27-38

P. José María Prats / Camino Católico.- Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre la resurrección y sobre el matrimonio.

Para abordar estos temas hemos de partir de que Dios nos creó para que participáramos eternamente de su plenitud de vida a través de Cristo, asociándonos a Él: «Dios nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos … y en Él nos ha destinado … a ser sus hijos» (Ef 1,4-5).

Este designio de Dios se vio frustrado por el pecado, por el que rompimos la comunión con el que es la Fuente de la vida, apareciendo así en el mundo la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Pero el Hijo de Dios asumió en sí mismo esta herida y con su resurrección renovó todas las cosas haciendo nuevamente posible la comunión con Dios y la participación en su inmortalidad y su plenitud de vida.

A esta plenitud de vida, accedemos uniéndonos a Jesús para compartir su muerte y su resurrección. Unidos a Él alcanzamos nuestro destino de gloria; separados de Él no podemos alcanzarlo. A partir de aquí se entiende perfectamente la actitud de los siete hermanos que nos presenta la primera lectura, manteniéndose fieles a la ley de Dios a pesar de los tormentos con que eran amenazados: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».

Cuánto tenemos que aprender hoy de ellos, nosotros que tan fácilmente ocultamos nuestra fe, ya no para huir de tormentos, sino meramente para no ser menospreciados y señalados.

En el evangelio se nos habla de la relación entre la resurrección y el matrimonio. Como decíamos al principio, nos integramos en la vida divina a través de nuestra relación con Cristo. Como aparece en tantos lugares de la Biblia, Él es el novio con quien estamos llamados a desposarnos para participar eternamente de su banquete de bodas, es decir, de la plenitud de vida de Dios.

Jesús es, pues, el Esposo definitivo, la lámpara que iluminará la Ciudad Santa y que colmará eternamente nuestro anhelo de felicidad. Pero mientras caminamos y luchamos en este mundo sin poder ver al Señor cara a cara, Dios nos deja el matrimonio terreno como sacramento que hace presente de forma material y concreta la relación esponsal con Cristo. No podemos ver, oír o hablar directamente con Cristo, pero podemos hacerlo a través de su imagen creada: nuestro esposo o esposa. Sin embargo, después de la muerte, cuando veamos cara a cara al Señor, el matrimonio o matrimonios que hayamos vivido en la tierra se desvanecerán, porque su función era, precisamente, conducirnos hasta este matrimonio definitivo y eterno. Por eso, en el evangelio, Jesús contesta a los saduceos: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán», serán como ángeles que se regocijarán eternamente en el amor de Cristo.

La vida cristiana no es otra cosa que luchar por vivir cada vez más intensamente, con o sin la mediación de un esposo o esposa, esta alianza esponsal con Cristo que un día colmará eternamente de felicidad a los que le han permanecido fieles hasta la muerte.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron a Jesús:

«Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer».

Jesús les dijo:

«Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven».

Lucas 20, 27-38


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