Homilía del Evangelio del Domingo: Invitados al reencuentro con Dios Padre que sale a abrazarnos por la Alianza nueva y eterna sellada con la sangre de Cristo / Por P. José María Prats

* “Jesús es el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Como Hijo, su identidad es hacer la voluntad del Padre y por eso en Él el ser humano regresa al Padre. Pero este retorno no es fácil. Supone un combate porque tiene que abrirse paso, contracorriente, entre un mundo que se aleja de Dios. Y este combate tiene su culminación en la Cruz, donde Cristo y los que le siguen expresan su obediencia incondicional al Padre, y el mundo, su rechazo más profundo”

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario – C:

Éxodo 32, 7-11.13-14 / Sal 50 /  I Timoteo 1,12-17  /  Lucas 15, 1-32

P. José María Prats / Camino Católico.- Las lecturas de hoy nos hablan del alejamiento de Dios por el pecado y del retorno a Él por su gran misericordia. Por segunda vez en este año litúrgico se nos propone la parábola del hijo pródigo, que en esta ocasión quisiera interpretar en otra clave: como alegoría de la historia de la salvación.

El hijo que decidió marcharse de casa es figura de Adán y su descendencia que, tentado por el Maligno, creyó que encontraría la felicidad lejos de Dios, en «un país lejano». Pero al separarse del que es la fuente de la vida, terminó convertido en un indigente. La imagen de este joven apacentando cerdos es un símbolo elocuente de la realidad del ser humano esclavizado por el pecado y sometido a la violencia, la explotación, la injusticia social, la enfermedad y la muerte.

Pero vemos cómo, en un determinado momento, este joven recapacita, se da la vuelta y comienza a caminar de regreso a la casa del Padre. Ahora este joven ya no es figura de Adán y su descendencia, sino de Cristo y los que creen en Él y le siguen. Jesús es el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Como Hijo, su identidad es hacer la voluntad del Padre y por eso en Él el ser humano regresa al Padre. Pero este retorno no es fácil. Supone un combate porque tiene que abrirse paso, contracorriente, entre un mundo que se aleja de Dios. Y este combate tiene su culminación en la Cruz, donde Cristo y los que le siguen expresan su obediencia incondicional al Padre, y el mundo, su rechazo más profundo.

Y tras la Cruz viene el reencuentro con el Padre que sale a abrazarnos, besarnos y colmarnos de regalos: el anillo, que significa la Alianza nueva y eterna sellada con la sangre de Cristo; las sandalias, que representan la libertad adquirida frente a las fuerzas del mal que nos esclavizaban; la mejor túnica, la que recibimos en el bautismo y que significa nuestra dignidad de hijos de Dios; y el ternero cebado para celebrar el gozo de esta nueva vida que durará eternamente.

Esta es, pues, la historia esencial de la humanidad: la historia de un alejamiento de Dios que nos llevó a la ruina, y la de un retorno a hombros de Cristo, el Buen Pastor, en quien Dios ha venido a buscar la oveja que había perdido. Cada uno de nosotros tiene que decidir cómo se sitúa dentro de esta historia, si entre los que siguen a Cristo en su retorno al Padre o entre los que se obstinan en permanecer en aquel «país lejano» negándose, como el hermano mayor de la parábola, a pesar de la insistencia del Padre, a entrar en el banquete que Él ha preparado para nosotros desde la creación del mundo.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

– «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»

Jesús les dijo esta parábola:

– «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:

«¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.»

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:

6 6 i Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me habla perdido. «

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

También les dijo:

– «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:

«Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.»

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer.

Recapacitando entonces, se dijo:

«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.»

Pero el padre dijo a sus criados:

«Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebramos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; e taba perdido, y lo hemos encontrado.»

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó:

«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.»

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre:

«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.»

El padre le dijo:

«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»»

Lucas 15, 1-32


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