Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús asciende al cielo y nos invita a compartir su vida gloriosa y victoriosa si estamos abiertos a la acción del Espíritu Santo para vivir como ciudadanos del cielo / Por P. José María Prats

* «Si esta crisis de la pandemia del Covid-19 se ha producido es porque Dios lo ha permitido y, por tanto, sabemos que detrás de ella está el designio salvador de Dios. Cuando algunos científicos empezaban a decir que el hombre en la tierra estaba a un paso de alcanzar la inmortalidad, esta crisis nos ha recordado la fragilidad de nuestra vida y de nuestro bienestar. Como creyentes debemos reconocer en ella una llamada a la conversión, a tomar una conciencia más viva de que separados de Dios nuestra vida no es más que polvo que regresa al polvo, de que nuestro ser está esencialmente referido a Dios y que sin Él nada tiene sentido. Se ha hablado mucho, por ejemplo, del drama de los muertos por la pandemia, pero a menudo olvidamos que la muerte es parte de nuestra existencia y que el verdadero drama es morir sin estar en gracia de Dios»

La Ascensión del Señor – A:

Hechos 1, 1-11 / Salmo 46 / Efesios 1, 17-23 / Mateo 28, 16-20

P. José María Prats / Camino Católico.- Después de más de dos meses de interrupción de la celebración comunitaria de la eucaristía nos reunimos nuevamente para celebrar una gran fiesta, uno de los grandes misterios del Señor: su Ascensión al cielo. Se trata de un misterio de suma importancia, porque en su Ascensión el Hijo eterno de Dios ha glorificado la naturaleza humana que había asumido por la Encarnación. Y a través del vínculo de esta naturaleza común, comunica a los que creen en Él su vida gloriosa por medio del Espíritu Santo.

Esto nos recuerda que, si estamos en gracia de Dios, estamos viviendo ya aquí en la tierra una existencia glorificada. Dice San Pablo que somos «ciudadanos del cielo» (Flp 3,20). El Espíritu Santo que habita en nosotros nos comunica la victoria de Jesucristo sobre del mal, el egoísmo y la carne: se nos ha dado el poder para caminar sobre las aguas tenebrosas de este mundo.

Y esto tiene que llevarnos a vivir sin ningún miedo, sabiendo que, como dice San Pablo, «a los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28). Y «todo» quiere decir todo, también nuestros aparentes fracasos, nuestras enfermedades o la misma pandemia de covid-19 que estamos padeciendo.

Hoy día es muy fácil dejarse arrastrar por la cultura materialista en que vivimos y perder esta visión espiritual de la realidad que nos toca vivir. Por ejemplo, con motivo de la crisis sanitaria actual, los medios de comunicación nos han inundado de información acerca de la propagación y efectos de esta nueva enfermedad, el drama de los muertos o el impacto devastador sobre la economía. Esta información es apropiada y necesaria, pero nosotros, que somos ciudadanos del cielo, no podemos detenernos solamente en estas cosas; tenemos que ir más allá.

Si esta crisis se ha producido es porque Dios lo ha permitido y, por tanto, sabemos que detrás de ella está el designio salvador de Dios. Cuando algunos científicos empezaban a decir que el hombre en la tierra estaba a un paso de alcanzar la inmortalidad, esta crisis nos ha recordado la fragilidad de nuestra vida y de nuestro bienestar. Como creyentes debemos reconocer en ella una llamada a la conversión, a tomar una conciencia más viva de que separados de Dios nuestra vida no es más que polvo que regresa al polvo, de que nuestro ser está esencialmente referido a Dios y que sin Él nada tiene sentido. Se ha hablado mucho, por ejemplo, del drama de los muertos por la pandemia, pero a menudo olvidamos que la muerte es parte de nuestra existencia y que el verdadero drama es morir sin estar en gracia de Dios.

Hoy Jesús asciende al cielo y, desde allí, con la efusión de su Espíritu, nos atrae hacia sí invitándonos a compartir su vida gloriosa y victoriosa. Abramos las puertas de par en par a la acción de este Espíritu para poder vivir como verdaderos ciudadanos del cielo. Como nos ha dicho San Pablo en la segunda lectura, que «el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria … ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes».

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.

Jesús se acercó a ellos y les habló así:

«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Mateo 28, 16-20

Homilía del Evangelio del Domingo: «¿Qué hacéis mirando al cielo?» / Por P. Raniero Cantalamessa, ofmcap.


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