Homilía del Evangelio del Domingo: Jesús quiere liberarnos del pecado y sus consecuencias y llevarnos de nuevo a la comunión íntima con Él / Por P. José María Prats

* «En los evangelios, la sordera y la incapacidad de hablar, más allá de deficiencias físicas, son, sobre todo, manifestación de la ausencia de relación con Dios. La sociedad neopagana actual, como la de la Decápolis en tiempos de Jesús, se ha encerrado nuevamente en sí misma, se ha sometido a la esclavitud del materialismo y permanece sorda a la Palabra vivificante de Dios y muda para responder a ella con la alabanza, el culto y la santidad de vida. Como hicieron algunos de los habitantes de la Decápolis, los que todavía conservamos la fe, hemos de pedir a Jesús que la sane y recree y, por medio de una nueva evangelización, hemos de propiciar el encuentro personal con Él que hace posible esta sanación»

Domingo XXIII del tiempo ordinario – B

Isaías 35, 4-7a  /  Salmo 145  /  Santiago 2, 1-5  /  Marcos 7, 31-37

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos muestra a Jesús como el enviado de Dios Padre para liberar al ser humano del pecado y sus consecuencias y llevarlo de nuevo a la comunión con Él.

Los territorios que Jesús atraviesa en el viaje descrito en este evangelio –Tiro, Sidón y la Decápolis– eran todos paganos, ajenos al Dios vivo y verdadero y, por ello, profundamente sometidos al poder del mal. El hombre sordo que apenas podía hablar es un icono del estado en que se encontraban sus habitantes, encerrados en sí mismos e incapaces de abrirse al poder vivificante de la relación con Dios: sordos a su Palabra y mudos para la alabanza y el culto verdadero. En los evangelios, la sordera y la incapacidad de hablar, más allá de deficiencias físicas, son, sobre todo, manifestación de esta ausencia de relación con Dios.

Aquellas gentes habían oído hablar del poder sanador de Jesús y le piden que imponga las manos a este hombre. La forma de proceder de Jesús es muy reveladora. Los gestos de meterle los dedos en los oídos y tocarle la lengua con saliva evocan el segundo relato de la creación donde Dios «modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida», y nos dan a entender que esta acción de Jesús que devuelve al hombre a la comunión con Dios supone una «nueva creación», el inicio de una nueva vida que vence sobre el caos y disipa las tinieblas del pecado. La palabra que pronuncia Jesús mirando al cielo –«Effetá»– pone nuevamente este episodio en relación con los relatos de la creación, en este caso con el primero: como en el principio Dios dijo «”exista la luz”, y la luz existió», ahora Jesús dice «”ábrete”», y los oídos del sordo se abren inmediatamente. Finalmente, el hecho de que Jesús lo aparte de la gente y lo cure en la intimidad nos está diciendo que esta «nueva creación» es el fruto de un encuentro personal con Jesús que inicia una comunión íntima y personal con Él.

La fuerza simbólica y evocadora de este acto de Jesús es tan grande que la Iglesia lo incorporó como un rito optativo en la celebración del bautismo, el sacramento que nos integra en la comunión con Dios. En concreto, después de la entrega del cirio bautismal, el celebrante puede tocar con el dedo pulgar los oídos y la boca del niño diciendo: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”.

La sociedad neopagana actual, como la de la Decápolis en tiempos de Jesús, se ha encerrado nuevamente en sí misma, se ha sometido a la esclavitud del materialismo y permanece sorda a la Palabra vivificante de Dios y muda para responder a ella con la alabanza, el culto y la santidad de vida. Como hicieron algunos de los habitantes de la Decápolis, los que todavía conservamos la fe, hemos de pedir a Jesús que la sane y recree y, por medio de una nueva evangelización, hemos de propiciar el encuentro personal con Él que hace posible esta sanación.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él.

Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”.

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían:

«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Marcos 7, 31-37


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