Inma Cortés y Carlos López, tras 25 años de matrimonio: «Crees que tú eres quien elige, pero no, Dios te tenía pensada para tu marido toda la eternidad. Dios provee»

*  «Conviene vivir fuertemente agarrados: una mano en la del cónyuge para sujetarle, ser sostenido o caminar juntos –según la circunstancia–, y otra mano cogiendo fuerte la de Jesús, que Él siempre sostiene y tira para arriba. la vocación al matrimonio está en el mundo para que el mundo vea cómo quiere Dios»

Carlos López e Inma Cortés el día de su boda, el 5 de octubre de 1996. Foto cedida por la familia López Cortés

Camino Católico.- Lo de que casamiento y mortaja del cielo bajan lo tienen Inmaculada Cortés y Carlos López muy claro tras 25 años de casados. «Crees que tú eres quien elige, pero no, Dios te tenía pensada para tu marido toda la eternidad; no ha sido una cosa anecdótica o de suerte», cuenta Inma en la web del Arzobispado de Madrid,

Inma y Carlos en realidad se casaron un 5 de octubre, pero están ilusionadísimos con empezar ya con las celebraciones porque una ocasión así lo merece, «¡hay que celebrarlo varias veces!». La pareja se conoció en la carrera, Ingeniería Industrial; no eran de la misma clase, pero sí tenían amigos comunes en la escuela, así que empezaron a quedar en pandilla y acabaron casándose tres años y medio después, cuando ambos tenían 26 años. Lo hicieron «con mucha alegría, poco dinero y mucha ilusión», cuenta Carlos, «encomendándonos a la Providencia». E Inma añade: «No puedes esperar a tenerlo todo. ¡Al revés! Lo bonito es conseguirlo juntos».

Y juntos además es su lema de vida, la familia unida y siempre lo primero, que ya hicieron suyo en aquellos primeros años de matrimonio en los que, por el trabajo de Carlos, tuvieron que trasladarse a Chile y después a Perú. Fue un poco «drama» familiar, ríe Inma al recordarlo, porque su hija mayor tenía solo tres meses y era la primera nieta, la primera sobrina, «la primera todo». Pero para ellos fue una bendición y, aunque hubo momento duros, «Dios provee y de todas estas circunstancias se saca un bien», como poder aprovechar más tiempo con los niños cuando eran pequeños o «generar independencia de nuestras familias de origen», cuenta Carlos.

Carlos López e Inma Cortés. Foto cedida por la familia López Cortés

Los ya no tan niños son Almudena (24), Patricia (21), Rocío (19) y Santiago (17), «fantásticos los cuatro», por los que el matrimonio da muchas gracias a Dios «aunque haya momentos que te sientes sobrepasada», desliza Inma, pero «cómo nos cuida Dios; hay que disfrutar de todas las fases». «Sí, hay momentos complicados –corrobora Carlos–, pero como familia, al final todo se supera». También las crisis, que por supuesto las hay.

«No me creo que no exista matrimonio sin crisis, es como una persona que no ha pasado por la adolescencia, algo le pasa», reconoce Inma, «porque las familias evolucionamos, tenemos que readaptarnos, pasamos etapas; también vienen problemas serios de fuera, y hay momentos que no estás bien tú…». Ante esto, «la clave es la convicción de que mi vida va en esto, con lo que da igual cómo me sienta, cómo está el otro, cómo estoy yo, cómo está el paro o lo que sea, sino la convicción de que me juego la vida en que esto salga bien, y me dejo la piel».

«Le voy a dar un beso, aunque sea a destiempo»

Confiar en la Providencia es otro pilar, «porque lo que tú no puedes poner, lo pone Dios». También incide Inma en la importancia de «ser humildes; en algunos momentos hay que pedir ayuda», pero «no al que te va a decir lo que quieres oír», sino a quien «reconozca lo bueno para ti»: un buen amigo, un familiar o incluso un COF que ofrece ayuda profesional. Tanto Inma como Carlos hablan de la importancia de retomar los pequeños detalles del día a día, «que es donde uno hace el camino y se hace feliz: cómo miras, cómo escuchas… Tampoco es necesario hacer grandes cosas: hoy te traigo yo un vaso de agua para que tú no te levantes, o te digo qué bien te sienta esa camisa, o te voy a decir una cosa bonita, o te voy a dar un beso aunque sea a destiempo. Esto arregla muchísimas cosas».

En este punto, Carlos añade: «Hay que creerse de verdad que lo más importante es el matrimonio; los propios hijos estarán bien si cuidamos nuestro matrimonio». «Merece la pena –continúa Inma–, porque el corazón lo que quiere es un amor incondicional; no es ir en contra de la naturaleza, al revés: es dar respuesta a lo que tu corazón quiere. ¡Qué más puede hacer feliz que eso!». «La entrega completa es lo que te mereces, que alguien se entregue a ti así y tú entregarte así», y esto, sentencia Inma, aunque cuesta, «es un regalazo y una suerte poder apostar por ello». Porque, explica de manera muy gráfica, «puedes vivir comiendo bocadillos de mortadela o de jabugo; yo prefiero el jabugo».

Carlos López e Inma Cortés con sus hijos. Foto cedida por la familia López Cortés

Además, con los años es mejor: el día de la boda no es el más feliz, sostiene Carlos, sino el comienzo de todo, de una vida por delante en la que el marido y la esposa se van conociendo, «se va construyendo y esto siempre es un camino hacia arriba». «Te vas queriendo más», apunta Inma, «aunque seguimos discutiendo, por supuesto, pero, primero, ya sabemos por lo que vamos a discutir; segundo, sabemos lo que vamos a decir, y tercero, sabemos lo que va a pasar, que es que Carlos va a venir a pedirme perdón primero», concluye divertida.

A los jóvenes que se acaban de casar o se están preparando para ello, Inma les recuerda que «la vocación al matrimonio está en el mundo para que el mundo vea cómo quiere Dios», y Carlos desmonta el miedo al compromiso, que «no te ata, te hace mucho más fuerte». Además, les plantean rodearse de otros matrimonios con los que crecer juntos y les animan a no «hacerse expectativas muy cerradas sobre el futuro».

De manera habitual, pero en especial en los momentos difíciles, «conviene vivir fuertemente agarrados: una mano en la del cónyuge para sujetarle, ser sostenido o caminar juntos –según la circunstancia–, y otra mano cogiendo fuerte la de Jesús, que Él siempre sostiene y tira para arriba». Y para «las meteduras de pata» siempre hay perdón, que «es de justicia» porque es reconocerle al otro «que está muy por encima de la ofensa, por muy grave que haya sido».


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