Jesús Sanz quería ser cura con 9 años, su padre priorizó los estudios, en una leprosería confirmó la llamada de Dios, dejó novia y trabajo en la banca y es Arzobispo de Oviedo

* «Dejé a mi novia y renuncie al matrimonio, que estaba cercano, para ingresar en el seminario  de Toledo con veinte años. Fue una decisión de la que no me arrepiento. Tenía algo en mi corazón que estaba sin resolver y, con Dios y ayuda, dejé atrás tantas cosas y tanta gente para seguir el camino que entendía era el mío… Cuando sea un poquito más mayor, o me voy a las misiones o a un monasterio»

Camino Católico.-  Es un hombre viajado y viajero, que habla inglés, francés, alemán, italiano y portugués, que ha subido a picos por encima de los 4.000 metros -«soy más de cimas que de simas»-, que vio la luz en una leprosería de Guadalajara, que se enamoró de Roma, que disfrutó de toda la musicalidad de Salzburgo, que ha encontrado la felicidad en las caras de los niños de Benín y en Asturias ha dado con gentes «francas» y «sin doblez» y un paisaje vital impresionante. Jesús Sanz Montes, el arzobispo de Oviedo desde hace casi diez años, nació en Madrid en 1955, en el barrio de Salamanca y lo entrevista M. F. Antuña en el diario El Comercio.

El arzobispo Jesús Sanz Montes, en una visita a Benín. / El Comercio

Jesús Sanz Montes es el mayor de los ocho hijos de Jesús y Mariana creció correteando por el Retiro: «Fue mi jardín de infancia, allí aprendí a montar en bici», recuerda hoy, y habla también de los Salesianos de Atocha, del Ramiro de Maeztu y de cómo con solo nueve años le impactó ver a los sacerdotes de su parroquia y los seminaristas trabajar y cuidar a los chicos de la colonia de catequesis. «La alegría, la bondad de aquellos hombres, me hizo pensar que yo quería ser como ellos. Dije que quería ser cura. ‘Primero los estudios’, me dijo mi padre». Pero había que estudiar y eso hizo aquel niño bueno que se formó en Economía y Derecho Mercantil, que trabajó en la banca, que tuvo novia y dio un volantazo. «Dejé a mi novia y renuncie al matrimonio, que estaba cercano, para ingresar en el seminario  de Toledo con veinte años. Fue una decisión de la que no me arrepiento», señala el religioso franciscano. «Tenía algo en mi corazón que estaba sin resolver y, con Dios y ayuda, dejé atrás tantas cosas y tanta gente para seguir el camino que entendía era el mío».

Y de Madrid, ese lugar al que siempre vuelve, donde está su casa, se fue a Toledo, donde se formó y vivió una experiencia inédita. «Es una ciudad mágica para la historia de España, pero también para la historia de la Iglesia y en la que fueron creciendo mis sueños de futuro cura». También allí le llegó una crisis, el temor a equivocarse a mitad de la carrera. «Me invitaron a hacer una semana de Pascua en una leprosería en Trillo, en Guadalajara, que estaba llevada por franciscanos, y yo, que estaba en el seminario muy protegido, tuve el primer revolcón de dolor. Sientes que tienes una crisis internamente y externamente te asomas a una más importante, que es la de la vida y la muerte en medio de la soledad y el abandono, y me impresionó». Tres años después era franciscano.

Jesús Sanz Montes con el Papa Francisco

Roma fue su siguiente lugar en un mundo que debía ser universitario. «Entré en contacto con otro universo, con otro paisaje y también con otra cultura, la de Roma, que es el corazón del Mundo Antiguo y de la Iglesia». Allí hizo dos licenciaturas y más tarde un doctorado y en el camino, ya ordenado sacerdote, recibió en Ávila, Toledo y Madrid toda la sabiduría de lo cotidiano. «Es tan bonita la vida de la comunidad cristiana en la que te entregas como cura, vas día a día descubriendo un mundo y asombrándote». Pero aún le quedaban -y quedan- escalas en un viaje vital que le llevaría a Austria, a Salzburgo y Viena, lugares magníficos para un melómano. «Siempre distingo entre el turista y el peregrino, el primero sale y vuelve y el segundo no sabe a dónde va ni tiene billete de regreso, y yo soy un peregrino indómito». Tanto que en Madrid fue profesor de Teología y un buen día el montañero amante de las cimas recibió el encargo de ser obispo de Jaca y Huesca, y en aquellas tierras gozó de las cumbres, del esquí, la bicicleta de montaña.

Jesús Sanz Montes en una peregrinación en Tierra Santa a donde le gusta ir. Afirma hoy en esta entrevista que «siempre distingo entre el turista y el peregrino, el primero sale y vuelve y el segundo no sabe a dónde va ni tiene billete de regreso, y yo soy un peregrino indómito»

 

«Dios te da caramelos, no solo disgustos», bromea ahora, recordando los seis años previos a llegar a Asturias, donde los picos no son tan altos como los del Pirineo, pero sí muy bellos. «He subido unas cuantas montañas aquí, pero tengo entre ceja y ceja el Urriellu, quiero celebrar misa en la cumbre, que exige poco espacio, el justo para poner el cáliz y una patena y tener a los compañeros de cordada». Queda pendiente. «Sé que estoy en un parque natural habitado por personas extraordinarias, no me quedo con un paisaje que no tenga alma y Asturias es naturaleza conmovedora y gente maravillosa».

Jesús Sanz Montes, en el santuario de Covadonga / D. Arienza – El Comercio

Aquí está tan ricamente, peregrinando a donde su cometido arzobispal le lleve, que ha sido a México, Haití, Santo Domingo, Guatemala y Benín, en África, donde hay una misión diocesana. «He visto la felicidad en la cara de los niños, la serenidad y la paz en los ancianos. Es ejemplo de esencialidad frente a las complicaciones materialistas y consumistas que nos enfrentan». Benín es un lugar más en un camino sin fin.

-Parece que tiene usted alma de misionero.

-Firmaba ahora mismo. Y también alma de monje. Cuando sea un poquito más mayor, o me voy a las misiones o a un monasterio.

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