José Manuel, un apóstol taxista: Era mujeriego, egoísta y un desengaño le hizo rezar: “sentía una llamada muy grande a las cosas de Dios”

* “Estaba trabajando de noche en Madrid como taxista. Una noche que estaba trabajando encontré una emisora que se llama Radio María, a la que doy muchas gracias porque ha sido la que me ha evangelizado”

* “A partir de ahí las cosas de Dios me entraban como el agua cuando uno está sediento. Y ya todo lo que era la Palabra de Dios, leer la Biblia ahora era algo que me absorbía, tenía que leer, tenía que aprender. El primer año que me pasó esto, no sé cuántas veces me leí entero el Evangelio”

* “Estoy enamorado de Dios y a todo el mundo le quiero hablar de Dios y mi vida no tiene sentido sin Dios, no existe nada sin Él, me ha hecho entender que Él está ahí, que es amor para todos”

8 de octubre de 2013.- (Hogar de la Madre/ Camino Católico)   José Manuel es un taxista madrileño de 44 años, casado desde hace año y medio y padre de una hija de 8 meses. En esta entrevista nos cuenta su experiencia de fe.

-En cuestiones de fe, ¿has sido siempre el mismo?

Siempre he sentido un respeto muy grande hacia las cosas de la Iglesia. Me cruzaba con un cura por la calle y no sé, había como algo dentro de mí que me decía: “a este hay que respetarle”. Luego, cuando entraba en una iglesia, no entendía nada de lo que allí pasaba. Era lo típico, entraba para un bautizo, para una boda… a veces ni siquiera eso, pero cuando entraba y veía las imágenes, parece como que me estaban diciendo: “Ven, ven, ven…”. Yo no acababa de entender. Entraba y salía como cualquiera sin tener ni idea de nada. Ahora todo es distinto, es como si me hubieran quitado una máscara y lo veo todo de una manera diferente. 

¿Cómo eras tú antes de encontrarte con Dios?

-Tenía una lista de pecados tremenda, sobre todo de mi relación con chicas. Empecé a los 21 años con la primera novia. Y a partir de la primera, con una estuve nueve meses, con otra seis años, con otra diez… Oía a la gente que nos decía: “¿pero no os casáis?”. A mí eso me sonaba a chino, era el egoísmo lo que vivía dentro de mí, quería hacer lo que yo quería, me dedicaba a mis cosas y no me interesaba formar una familia. 

¿Cómo empezó a inquietarte el tema de Dios?

-Fue a raíz de un desengaño amoroso con una de las chicas, la última con la que estuve. Durante un verano y por la soberbia de los dos, ella se fue por un lado y yo por otro, y ni nos llamamos. Es en ese tiempo cuando yo me empiezo a dar cuenta de que me falta algo, me faltaba ella y la empiezo a buscar. Pero después de lo que había pasado no quería saber nada de mí. Y es ahí cuando yo me dirijo a una imagen de la Virgen que tenía en mi habitación y a la cual yo había rezado muy poco. A lo mejor en veinticinco años me había arrodillado dos veces y eso lo había hecho porque había tenido algún problema, pero sin fe ninguna. En cambio, en este momento sí, noté como si algo me estuviera diciendo: “Arrodíllate y venga, sé humilde, entrégate”. Rompí a llorar y le pedí a la Virgen que quería volver a ver a esa chica y que por favor, que me llevara hasta ella. Yo estaba aquel día como un desesperado perdido, con un dolor muy grande. Al día siguiente la volví a llamar y ella accedió a quedar conmigo. Entonces es como si algo dentro de mí dijera: “Estoy esperándote, te estoy esperando”. Ahí ya empecé como a abrir los ojos y los oídos, empecé a darme cuenta de que sentía una llamada muy grande a las cosas de Dios.

Por aquel entonces, ¿trabajabas?

-Sí. Estaba trabajando de noche en Madrid como taxista. Una noche que estaba trabajando encontré una emisora que se llama Radio María, a la que doy muchas gracias porque ha sido la que me ha evangelizado. Yo la oía como para hacer el tonto con ella. Incluso algunas veces a través de la emisora del taxi con la que hablaba con otros taxistas la pinchaba para que escuchasen Radio María. Había como algo dentro de mí que decía: “No estás haciendo mal”. Desde entonces me fui enganchando más con Radio María porque había algo que me decía: “Aprende, aprende, aprende”.

¿Y cómo aprendiste?

A partir de ahí las cosas de Dios me entraban como el agua cuando uno está sediento. Y ya todo lo que era la Palabra de Dios, leer la Biblia -que yo nunca lo había hecho más que una vez en mi vida-, ahora era algo que me absorbía, tenía que leer, tenía que aprender. El primer año que me pasó esto, no sé cuántas veces me leí entero el Evangelio. Era increíble. Y luego empecé a entrar en la iglesia para ir a misa. No es que te dé un fogonazo y dices: “Ya lo veo todo”. No, va poco a poco. Te va llevando, entiendes lo que es la misa, lo vas entendiendo todo. 

-¿Qué te enseñaba Radio María?

-Escuchaba todos los programas, todas las Misas, todos los rezos… Y no me cansaba. Me di cuenta de que eso no me cansaba. Y yo pensé: “Pues si no me cansa, esto viene de Dios. A ver qué me está pasando”. Y fue cuando me di cuenta de que Dios me estaba esperando, me había tocado un poquito, me había pegado un pequeño toque y lo que quería era que siguiese adelante. Parece ser que he respondido bien porque ahora actualmente estoy enamorado de Dios y a todo el mundo le quiero hablar de Dios y mi vida no tiene sentido sin Dios, no existe nada sin Él, me ha hecho entender que Él está ahí, que es amor para todos. Me ha tocado el corazón de una forma tremenda y me ha llevado también por el camino de la evangelización.

-Dentro de tu conversión, quizá el momento cumbre fue el camino de Santiago. ¿Cómo fue?

-Hubo como un comienzo. Había que comenzar por confesarse. Y yo lo entendía así, sentía una llamada fuerte para hacerlo. Había muchas veces que estuve a punto de caer delante del sacerdote pero todavía hacía de las suyas el Maligno, me tiraba para atrás. Y fue entonces cuando me vino la idea de hacer el Camino de Santiago. Me planteé tres días con mi bicicleta de montaña. Esto era en octubre del año 2009.

Y cogiste la bicicleta…

-Cogí mi bicicleta y me fui hasta Santiago muy contento, muy feliz. El Camino de Santiago fue también un poco como mi vida. Era como ir saliendo de la oscuridad a la luz. Yo mismo me estaba quedando alucinado.Cuando llegué allí, por fin me confesé, veinte minutos hablando con él. Y me dijo: “¿Ha pasado usted a firmar la credencial? ¿a que se la sellen?” “Sí, sí, ya lo he hecho” –le dije-.  “Pues esa credencial lleva mi firma, que soy el que firma las credenciales del Camino de Santiago”. Pues qué bien, una coincidencia más, que tengo para toda la vida la firma de este sacerdote que me confesó.

¿Qué sentías interiormente después de aquella confesión?

-Lo que yo sentía era lo mismo que cuando tienes las manos sucias y sabes que vas a comer. Dices: “Tengo las manos sucias, voy a lavarme”. Y te las lavas, te secas, y después dices: “Qué bien, ahora da gusto coger la comida”. Yo notaba cómo el alma me quedó impresionantemente limpia, noté una pureza, noté un bien, noté como que Dios me estaba diciendo: “Ahora sí, ahora estás bien, ahora te he perdonado todo lo que ya llevabas mal”. Y luego, un poquito más adelante, vino la Confirmación. 

¿Qué experimentaste?

-Sentí que Dios se me acercaba más. Y sigo notando que cuanto más limpio estoy, cuánto más me acerco a la Eucaristía, cuanto más estoy bien con Dios, Él se acerca más a mí. Y me empieza a enseñar todo lo que hay y me lo hace comprender. 

¿Qué cosas te hace comprender?

-Que en este mundo estamos por Él. Pero me lo hace comprender de una manera que me da hasta miedo. Porque no sé hasta dónde me quiere llevar. Discerní también antes de casarme porque no sabía si realmente a lo mejor Dios me quería llevar por el camino del sacerdocio, cosa que yo no desechaba. Dios me dijo que no, que no me quería por ahí; que lo que quería era que siguiera con mi vida pero que lo hiciera bien y en cierta manera me daba a entender que tenía cosas preparadas para mí, que no lo olvidara; era algo así como que Dios me estaba esperando.

Hablemos ahora del tema del apostolado. Cuéntanos cómo tu conversión te llevó a hablar de Dios a los demás.

Tengo que decir que en un primer momento yo recibí una impresión muy grande de conocimiento, de que Él quería que lo conociese todo desde el principio. Y es entonces cuando se me empezaron a pasar por la cabeza estos pensamientos: “¿Por qué quieres que aprenda todo esto? ¿Por qué?”. Con muchos detalles, con mucha repetición, como si fuera un estudio completo pero sin coger un libro, el único libro que cogía era la Biblia. Fue después de la Confirmación cuando yo vi que Dios también me quería de evangelizador.

Debido a tu trabajo tendrás muchas oportunidades con tus clientes.

>-Sí. Un día se me ocurrió llevar colgada en mi taxi mi crucecita. Muchos la llevan pero la mía es un poquito más grande y se ve más. Y se me ocurrió también poner un soporte que lleva cosas de la Iglesia y estampas por todos los lados. Además voy todo el día con mi Radio María. Procuro no molestar a nadie. 

¿Se te han quejado alguna vez los clientes?

-Alguna vez se ha subido alguien al taxi y me ha dicho: “Por favor, ¿quiere usted quitar eso?”. Un día se me subió una persona y me pidió que lo quitara. Me dijo: “es que no tengo ganas de escuchar cosas de esas porque no me hacen falta”. En ese momento esperé dos segundos a ver qué pasaba, y a los dos segundos sólo se me ocurrió decirle: “¿A usted no le han dicho nunca que Dios le ama profundamente?”. Estuvimos hablando media hora sin parar. Fue algo increíble. Al final me saludó. No dijo nada, estuvo escuchándome todo. Le conté mi conversión. En un principio no era mi intención hablarle pero algo interiormente me hacía hablar, algo me decía: “Ahora, actúa”. 

¿Siempre les hablas de Dios?

-No. Hay otras veces que se sube gente y no digo nada. Hay veces que a lo mejor voy a sitios donde pienso que Dios “me va a usar” -como yo digo-, porque yo soy una pequeña herramienta y cuando Él quiere la coge y la usa. Si Él quiere usarme pues: “aquí estoy Señor, para que me uses cuando tú quieras y como tú quieras”. Pero resulta que a veces me dice:  “No, tranquilo, que hoy no te necesito”. Y otras veces donde voy, pienso que no voy a servir para nada y Dios “me pega la colleja” y me dice: “Venga, empieza”. Y a uno le cuento una cosa y a otro otra, no siempre son cosas de la Iglesia. No es encontrarme a una persona y empezar a hablar de Dios. No, a lo mejor esa persona me empieza a contar su vida y yo veo los desórdenes que hay, entonces, de una manera tremenda, Dios me inspira para que le vaya encarrilando, a veces sin llegar a pronunciar la palabra “Dios”, simplemente le hablo para que vaya por el camino del bien y que corrija su vida. Otras veces, cuando sí que hace falta hablar de Dios pues hablo de Dios. Lo hace el Espíritu Santo, estoy convencido, yo no era así antes, estaba muy podrido, yo simplemente un día me arrodillé y le dije: “Señor, aquí estoy, soy tuyo, haz conmigo lo que quieras”. 

-¿Has sufrido por testimoniar tu fe? ¿Y has tenido la tentación de callar?

-Sí, ha habido algún momento que sí. A lo mejor no ha sido en el hablar, porque el hablar es como si tuviera un botoncito dentro que lo pulsan y comienzo a hablar, es como si yo no lo controlase. Pero sí ha habido veces que dentro de la iglesia he callado gestos. Por ejemplo, yo llego allí al sagrario y me arrodillo con las dos rodillas en tierra, me santiguo y me pongo a rezar con las manos así o así, porque de esa manera siento que me estoy entregando más a Dios y que lo tengo que hacer así. Pero ha habido algunas veces –sobre todo me pasaba al principio- que por miradas de la gente o porque en alguna iglesia me sentía más extraño, me he cortado un poco al hacer esos gestos, había una fuerza muy fuerte que me estaba como mirando, como observando, como diciendo: “¿qué haces?”. Pero eso fue al principio, ahora ya no, ahora es una fe muy fuerte. 

-¿Merece la pena hablar de Jesucristo?

-¡Claro que merece! Es lo que nos vamos a encontrar todos. La muerte es una transformación nada más. El cuerpo es orgánico, se queda aquí. Pero el alma se eleva hacia Dios de donde salió un día. Es una pena que la gente no se acerque más a Dios. Con lo bonito que es encontrártelo aquí y ver lo que es capaz de hacer. Es lo más grande. Cuando ves que una persona se te queda con la boca abierta y está dispuesta a escucharte, tú estás sintiendo que estás haciendo un bien enorme. Estás sintiendo que te vas al cielo y a él le llevas agarrado de la mano. Es como si dijeras: ”Señor, aquí te traigo uno, aquí te traigo otro… Ay, el otro se me ha escapado. Mira a ver si Tú le enganchas”. 

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