José Pablo Hoyo Robles, 22 años: «Rezando frente al Santísimo expuesto sentía que Cristo me miraba y me señalaba para llevarlo al mundo. Debía ser sacerdote»

* «No hay mayor alegría que servir a Jesús en medio de los hombres. Hay que ser valientes para decir sí y dar un paso al frente, porque nunca estaremos solos. Que miren a María aquellos que se plantean la vocación sacerdotal como un modo de vida y, con ella, exclame orgulloso: ‘Hágase en mí según tu palabra’»

Camino Católico.-  Responder a la interrogante sobre el surgimiento de una vocación sacerdotal es todo un desafío, especialmente cuando no se puede hablar de un único momento “sino de pequeños instantes que confirman la llamada”. Tal es el caso de José Pablo Hoyo Robles (22), seminaristas del 5º curso del Seminario Metropolitano de Sevilla.

En medio de todas las demostraciones de amor por parte de Dios, José Pablo recuerda una con especial cariño: “Me encontraba rezando frente al Santísimo expuesto, indeciso, con dudas. ¿Qué quería Dios de mí? No eran pocas las opciones que se me planteaban para forjarme un futuro (estudios, trabajo, formar una familia,). Pero, ¿quería esto Jesús para mí?” explica en el portal de la Archidiócesis de Sevilla.

Mientras se planteaba estas situaciones delante de Él, se propuso lo siguiente: dejarle hablar. “Parece una tontería – prosigue – ¿Cómo va a hablar Dios?, pero me di cuenta que hasta entonces habían sido muchos los momentos en los que no paraba de contarle mis problemas, mis proyectos, y muy pocos aquellos en los que le dejaba hablar, que Él me contase los suyos”.

“Y lo hizo”, afirma José Pablo. “Es difícil explicar cómo, pero lo hizo. Mirando a la Eucaristía, descubrí que son muchas las personas que necesitan de Jesús aún hoy, que quieren mirarle, pero no le encuentran. Y para todas ellas me quería Jesús, para que les mostrase que hay un Dios que nos ama inmensamente, y para que las alimentase entregándoles la Eucaristía. Sentía que me miraba el mismo que caminaba por Galilea, y que me señalaba para llevar a Cristo al mundo. Eso implicaba…que debía ser sacerdote”, recuerda.

A su familia al principio le costó digerirlo, “y lo entiendo”, reconoce.

Con tan sólo 18 años se embarcaba en una aventura que, visto desde lejos, “no es más que la renuncia y el tirar por la borda un pasado de esfuerzo y dedicación en el estudio”.

“Ante esta decisión – advierte – algunos padres pueden sentirse impotentes cuando han imaginado ya a su hijo trabajando, con su coche y su casa, y trayendo de la mano a su mujer y unos pocos nietos. Pero, claro está, obvian que la felicidad no depende de lo que haga la mayoría, ni de lo que escojan para uno mismo: la felicidad es escoger el proyecto que Dios ha trazado para cada uno de nosotros. Y… ¡cuánta es la alegría del que es llevado de la mano del Padre!”.

“Por eso – confiesa José Pablo – ahora mis padres son los más felices del mundo: su hijo no es un importante empresario, ni conduce un Mercedes, ni lleva una prole de niños en los asientos de atrás. Pero su hijo tiene una sonrisa de lado a lado desde que, hace cinco años, decidió entrar a formar parte del Seminario. ¡Y qué mayor satisfacción para unos padres que ver a su hijo feliz!”.

José Pablo pertenece a la Hermandad del Silencio, “de la que me enorgullece seguir siendo hermano, donde recibí la formación y el apoyo que hoy día agradezco”.

El Seminario: Un golpe de realidad

Con respecto a su vida en el Seminario Mayor le alegra saber que no era como se lo esperaba.  “Y no porque tuviese un concepto negativo del mismo – si así fuera no habría entrado–. Pero a veces uno acude a la puerta del Seminario con una maraña de ideas, conceptos, temores y esperanzas, como pensando que ya conocemos sobradamente nuestra propia fe. El Seminario es un golpe de realidad.

Creo que es este el “quid” de la cuestión – prosigue – el Seminario es una comunidad verdaderamente amplia, donde uno conoce a todo tipo de personas. Y, aunque es cierto que no podemos idealizar (de la misma forma que los hermanos de una familia se pelean, también entre nosotros puede haber diferencias), esto siempre enriquece. El encuentro con nuevos rostros, con nuevas formas de ver la vida y la fe hace destruir prejuicios, abordar tabúes, posicionarse más o menos firmemente con respecto a las propias ideas. Estar más en contacto con otras realidades prepara para un futuro ministerio llamado a “amarlo todo”.

Fuego en el corazón

Su vida de fe está muy marcada por el pasaje de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35). “En medio del mayor desánimo cuando parece que todo está perdido llega Jesús en medio de la comunidad para transmitir una esperanza real, tangible; se sienta a la mesa con nosotros, y parte el pan de Salvación. ¡Se hace fuego en el corazón de los hombres!”

José Pablo Hoyo Robles con su familia

Narra con mucha gratitud la experiencia de algunos domingos por la tarde al volver de la pastoral en las parroquias, cuando cantan en el Seminario el himno basado en el pasaje del evangelista Lucas, que tiene por estribillo: “Quédate con nosotros, la tarde está cayendo”.

Personalmente, lo vive como una petición, una súplica que nace del corazón: “Quédate, porque si no estás en medio de nuestro mundo, si no nos explicas las Escrituras y partes para nosotros el Pan ¿Quién lo hará?”.

Entonces, recuerda que ese es el mandato que el Resucitado hace a sus discípulos: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). “Los sacerdotes son en ese sentido la esperanza del mundo, aquellos por quienes Jesús se parte ante todos. Y, ¿Qué mayor alegría para mí ver que Él nos llama a esto?”

Sobre sus lecturas espirituales preferidas, José Pablo refiere la biografía del cura de Ars escrita por Francis Trochu. “Era un hombre verdaderamente sencillo, sin grandes pretensiones, que vivió la santidad desde su adolescencia, en una familia de campesinos. No era un gran erudito, ni un elocuente predicador: sin embargo, su sencillez, su transparencia y, sobre todo, su deseo de hacer siempre la voluntad de Dios, movía verdaderas masas de gente que se apiñaban frente a su humilde parroquia”.

San Juan María Vianney “estaba enamorado hasta la médula de Jesús. ¡Ya quisiera parecerme un poco a él! Sin duda es para mí un ejemplo constante de cómo he de vivir, no ya en el futuro ministerio, sino ahora mismo, como seminarista”.

 

Luces y sombras

Sobre los principales desafíos a los que se enfrentan los futuros sacerdotes, José Pablo considera que “no son pocos” y enumera algunos retos: La desconexión progresiva de las nuevas generaciones con la Iglesia, el miedo al compromiso de una sociedad “fluida”, la excesiva necesidad del “like”, del “retweet” y del “me gusta” como criterio de autoaceptación, la hipersexualización de la cultura y el rechazo de verdades objetivas.  “Pero seamos realistas – destaca –  también la sociedad actual trae todo un abanico de oportunidades para las nuevas horneadas de sacerdotes: ¿Qué decir de la mayor familiaridad con el desarrollo tecnológico de los últimos años, o de la aparición de nuevos canales de conexión con los más alejados, o de los momentos de reflexión y diálogo que realiza la propia Iglesia para auto comprenderse a ella y su labor en el mundo?”

Finalmente, tras cinco años en el Seminario reconoce que “no hay mayor alegría que servir a Jesús en medio de los hombres. Hay que ser valientes para decir sí y dar un paso al frente, porque nunca estaremos solos. Que miren a María aquellos que se plantean la vocación sacerdotal como un modo de vida y, con ella, exclame orgulloso: ‘Hágase en mí según tu palabra’”.


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