Karen McMahon se alejó de Dios en la Universidad, se hizo feminista, se metía en líos hasta que tuvo un accidente, fue ante el Santísimo Sacramento y ahora es monja

* «Recuerdo que delante del Santísimo tenía la cara hacia abajo y en un momento dado, la levanté y miré al Señor. En ese momento vi toda mi vida delante del Señor, todo lo de antes, e incluso lo que tenía olvidado en mi conciencia. Como de un golpe lo vi todo. Y rompí a llorar allí mismo. Vi mi verdad delante del Señor. Era como si el Señor estuviera allí en persona. Fue una experiencia muy extraña pues yo no sentía vergüenza, aunque tenía mucho por lo que tenerla. Sentía amor. Un tipo de amor que en este mundo no existe. Y me sentía comprendida, como si Él no estuviera escandalizado con todo lo que yo había hecho, con mis maneras de actuar que no eran sino un grito de ayuda, que salía en forma de rebeldía. En ese momento sentí que tenía que pertenecerle a Él. Para mí, ya sólo existía Él. Volví a casa, y desde este momento pensé en ser religiosa»

Camino Católico.- La hermana Karen McMahon, SHM, nació en Irlanda en el seno de una familia católica muy practicante. Quería trabajar, ganar dinero, tener su propio coche… Ha hecho un poco de todo, trabajos de electrónica, de medicina, en la lotería… Todo lo que se puede hacer, lo ha hecho. Cambiaba mucho de trabajo porque nunca estaba satisfecha. En el colegio, una de las cosas que más le gustaba era el arte, pintar. Como tenía un espíritu inquieto, que nunca estaba contento con nada, buscaba ideales en todo.

Todo empezó por una poesía… En clase de inglés leyeron una poesía de unos pájaros que estaban volando, adorando a Dios en la creación y cómo volaban por encima de un monasterio oscuro. Esto tenía para ella un simbolismo relevante que asociaba a la Iglesia. Lo de ir a Misa todos los domingos no tenía ningún sentido. Y pensó: «¿Por qué tengo yo que ir a una Iglesia oscura cuando puedo adorar a Dios allí fuera en la creación?» Y dejó de ir a Misa. En los años de universidad fue, humanamente hablando, cada vez peor. Se empezó a meter en líos, de los cuales culpabilizaba siempre a Dios. Su reacción era decir a Dios que no le necesitaba para nada. Se convirtió en una feminista convencida, bajo el lema «No serviré ni a Dios ni a hombres». Después de la universidad, tuvo su encuentro con Dios. En ese momento estaba viviendo muy lejos de Dios.

En el último año de la universidad, tuvo un accidente de coche volviendo a casa. En ese momento sí que dijo a Dios: «¡Perdóname!», porque era consciente de que estaba en pecado mortal y si moría, no sabía a donde iría. En ese momento, su corazón empezó a latir muy fuerte. Se le caían las lágrimas. Y pensó: «¿Qué me está pasando?», porque no sentía nada. No sentía nada, pero estaba teniendo una reacción muy extraña. Entonces se levantó y se fue delante del Santísimo. En un momento dado, levantó la cabeza y miró al Señor. En ese momento vio toda su vida delante del Señor, todo lo de antes, e incluso lo que tenía olvidado en su conciencia… Karen McMahon explica su testimonio de vocación y conversión en el programa «Cambio de Agujas» de H.M. Televisión, que se visualiza y escucha en el video, y lo escribe en primera persona en la página web del Hogar de la Madre:

Mi nombre es hermana Karen y soy irlandesa, de una familia católica practicante. Somos dos hermanos y dos hermanas. Fui a un colegio de monjas, y muy bien. A mí me gustaba mucho el colegio. No estudiaba, pero me gustaba mucho ir al colegio. Era sólo de chicas y había un ambiente muy bueno. Si no recuerdo mal terminé con 16 años, ya para salir al mundo. Yo no quería para nada ir a la universidad. Yo quería trabajar, ganar dinero, tener mi propio coche, etc. Y empecé a trabajar. Trabajé en muchísimas cosas. Yo creo que he hecho un poco de todo, he hecho trabajos electrónicos, de medicina, en la lotería, etc. Todo lo que se pueda hacer lo he hecho.

Pero cambiaba mucho de trabajo porque nunca estaba satisfecha. En el colegio, una de las cosas que más me gustaba era todo el tema del arte, de pintar y todo eso. Creo que como tenía ese espíritu inquieto, que nunca estaba contenta en nada, buscaba ideales en todo. Por eso saltaba mucho de una cosa a otra. Fui educada en la fe católica, pero nada más.

«Dejé de ir a Misa totalmente»

Recuerdo que en clase de inglés leímos una poesía de unos pájaros que estaban volando, adorando a Dios en la creación, cómo volaban por encima de un monasterio oscuro. Esto para mí tenía un simbolismo relevante, que yo asociaba a la Iglesia. Lo de ir a Misa todos los domingos, para mí no tenía ningún sentido. Y pensé: “¿Por qué tengo yo que ir a una Iglesia oscura cuando puedo estar adorando a Dios allí fuera en la creación?” Y dejé de ir a Misa totalmente. Me gustaba estar fuera y de verdad pensaba que estaba adorando a Dios. Me lo pasaba muy bien. Pero poco a poco empecé a alejarme de Dios. La primera cosa fue dejar de ir a Misa. Y después empezó todo lo demás. Como era un poco cabeza dura, nadie me podía decir lo que tenía que hacer. Y empecé a ir por un camino desviado. Se produjo en mí como un cambio de agujas.

Yo trabajé desde que tenía 16 años hasta los 21. A esa edad decidí volver a la universidad a estudiar arte. Y empecé a prepararme, me matriculé en la universidad y conseguí entrar. Y en esos años fui humanamente cada vez a peor. En casa, mi madre siempre me hablaba de Dios, y yo tenía eso dentro, pero vivía todo lo contrario. Además me metía en muchos líos y todo esto me llevaba a echar toda la culpa a Dios, diciéndole: “¿Cómo puedes dejar que todo eso me pase a mí? ¿Qué he hecho yo?” Y eso que me lo había buscado yo misma. Mi reacción era decir a Dios que no le necesitaba para nada. Y, de hecho, era una feminista convencida y decía: “No serviré ni a Dios ni a hombres”. Ese fue mi lema de vida, ni Dios ni hombres.

En esos años de universidad, había una chica que era muy buena amiga, con la que muchas veces nos montábamos en un coche y nos íbamos por ahí cuando teníamos que estar en la universidad. Ella era una chica muy maja y muy buena. En cuanto a las amistades, no me gustaba la gente superficial. Es gracioso, pero a mí me gustaba la gente honesta, que a lo mejor de cara al mundo era gente un poco rebelde, pero me gustaba esa autenticidad.

Y recuerdo que en la universidad me impresionaban los estudiantes de mi año porque no sabían nada de Dios, sin embargo mis obras siempre tenían una base religiosa. Tuve que luchar con los profesores porque me decían que no podía pintar nada de religión. Yo les preguntaba el porqué, pues en teoría con tus proyectos puedes hacer lo que quieras. Pero en la práctica podías hacer de todo menos algo religioso. Las cosas del libro del Apocalipsis me gustaban mucho. Recuerdo que explicaba a los otros estudiantes lo que significaban los símbolos. Aprendí mucho de mi madre, porque yo no pisaba mucho la Iglesia. Pero es cierto que las veces que había ido no había oído hablar del pecado ni de nada de eso.

«El accidente fue una cosa milagrosa que me marcó»

Después de la universidad, fue cuando tuve mi encuentro con Dios. En ese momento yo estaba viviendo muy lejos de Dios. Recuerdo que en el último año de la Universidad, tuve un accidente de coche volviendo a casa. La universidad estaba a una hora y media de mi casa. Y volviendo una tarde mi hermano y yo nos salimos de la carretera. Era para habernos matado. Creo que estábamos yendo a 140 ó 150 km. por hora, tomamos una curva y el coche se salió. Recuerdo que en ese momento pensé: “De esta no salgo”. Recuerdo que el coche iba hacia una muralla y el gesto de encogerme. Y en ese momento sí que le dije a Dios: “Perdóname”, porque yo era consciente de que estaba en pecado mortal y si me moría ahí no sabía donde iría”. Salimos de ello, sin ningún rasguño ni nada. Fue una cosa milagrosa que me marcó. Empecé a pensar qué estaba haciendo con mi vida. En ese año mi madre me invitó a un retiro. En un momento dado le dije: “Pues sí, voy a ir”, pero después no fui. Decidí que no ir al retiro porque iba a ir mi madre”. Justo en ese momento llegó a casa un amigo de mi hermano. Llegó de la nada y me dijo, “Mira, Karen, me he enterado de que vas a un retiro buscando a Dios. ¿Puedo ir contigo?” Y dije: “Pues sí, si tú vas, yo voy también”. Era de mi edad. Él había vivido también metido en todo, yo no sé, era la última persona que esperaba encontrar en la puerta diciendo que estaba buscando a Dios. Pero Dios sabe aprovechar todo eso y nos fuimos los dos. Y efectivamente éramos los dos únicos jóvenes entre todos los que había allí. Recuerdo que una noche hubo una Hora Santa. Yo ya no tenía fe. Para mí, la Eucaristía no tenía significado. Pero en esa Hora Santa nosotros estábamos sentados detrás y el sacerdote estaba diciendo: “Vamos a acercarnos al Señor y a pedirle alguna curación. Y recuerdo decirle: “Mira, si existes, ayuda a éste, pues él necesita ayuda. Échale un cable”.

En ese momento, yo recuerdo que mi corazón empezó a latir muy fuerte. Y se me caían las lágrimas. Y pensé: “¿qué me está pasando?”, porque yo no sentía nada. No sentía nada pero estaba teniendo una reacción muy extraña. Entonces me levanté y me fui delante del Santísimo. Recuerdo que tenía la cara hacia abajo y en un momento dado, la levanté y miré al Señor. En ese momento vi toda mi vida delante del Señor, todo lo de antes, e incluso lo que tenía olvidado en mi conciencia. Como de un golpe lo vi todo. Y rompí a llorar allí mismo. Vi mi verdad delante del Señor. Era como si el Señor estuviera allí en persona. Fue una experiencia muy extraña pues yo no sentía vergüenza, aunque tenía mucho por lo que tenerla. Sentía amor. Un tipo de amor que en este mundo no existe. Y me sentía comprendida, como si Él no estuviera escandalizado con todo lo que yo había hecho, con mis maneras de actuar que no eran sino un grito de ayuda, que salía en forma de rebeldía. En ese momento sentí que tenía que pertenecerle a Él. Para mí, ya sólo existía Él. Volví a casa, y desde este momento pensé en ser religiosa.

«¿Es que no existe la felicidad?, ¿no hay nada que dure?»

Como estaba diciendo antes, cuando yo dejé de ir a Misa con 15 ó 16 años, empecé a hacer mis primeras amistades. Con esas amistades me metí en el mundo de la música, del rock, lo de esa época. Yo recuerdo que muchas veces salíamos en moto y volvíamos a las 4 de la mañana, tres subidos en una moto. Vestíamos todo de negro, pelo negro, con cruces. Un modo de vestir que es típico de los que van en moto. Íbamos también a conciertos. Yo recuerdo que vino Guns N’ Roses a Irlanda y fuimos al concierto. Fue tremendo.

Recuerdo un momento que me impresionó. Una noche volvimos de estar fuera, y al día siguiente me dijeron que un chico que había estado con nosotros el día anterior había muerto. Parece que iban a casa, y en el trayecto vomitó en el coche porque estaba muy borracho. Se quedó en el coche, y se ahogó. Con 17 años. ¡Qué cosa! Y estábamos con él la noche anterior…

No me sentía llena. Yo recuerdo que la sensación que tenía era de tener algo de felicidad y que esta se me escapaba de las manos. Y me preguntaba: ¿por qué no puedo retener la felicidad?, ¿por qué se me va de las manos? Y recuerdo la desesperación de pensar, ¿es que no existe la felicidad?, ¿no hay nada que dure?

Yo sí pensaba en Dios. En esa época, con 17 años todavía escuchaba esa voz interior que te dice, esto sí, o mejor esto no. Pero por otro lado pensaba que estaba loca porque mis amigas no tenían este problema, que tenía que ser yo, que por mi carácter, por el arte, por lo que fuera, me pasaba. Ellas me decían, “que no, que todo el mundo lo hace” Y para mí estaba mal y entonces bebía para actuar como ellas actuaban. Pero para mí era ir en contra de mi naturaleza. Yo no quería hacer muchas de las cosas en las que nos metimos y todo eso. Yo no quería estar allí, no quería ese mundo.

En ese último año, en que yo sabía que tenía que pertenecer a Dios, y pensaba que a lo mejor eso significaba ser religiosa, rezaba al Señor y le decía: “Mira, si es vocación, enséñame la institución, y si es matrimonio, el hombre”. Porque tenía miedo.

La hermana de mi novio me decía, “¿quieres hablar con un sacerdote?” Porque ella sabía que había hablado de la vocación

En ese tiempo conocí al hermano del jefe de mi trabajo y al principio era una amistad. Y me acuerdo diciendo “sólo es una amistad,” pero de allí empezó a desarrollarse. Al principio yo le decía: «Yo voy a ser monja”, y nos reíamos los dos. “Muy bien, vas a ser monja”. Pero empezamos a salir. Era un chico muy majo. Recordé como había estado rezando al señor, y pensé: “pues si ese chico ha aparecido, a lo mejor tengo que casarme y seguir con el arte”. El chico me decía, “Mira, ¿qué te parece si vamos a EEUU?”, porque él tenía familia en Philadelphia. Por otro lado yo siempre tuve la certeza de que no iba a quedarme en Irlanda. Por eso pensé que a lo mejor tenía que irme y le dije que sí. Lo dejé todo. Recuerdo que tenía un coche deportivo, era el amor de mi vida, y lo dejé, lo vendí. Y nos fuimos a Philadelphia. Dios utilizó a ese chico para quitarme el coche.

Él tenía una hermana allí y nos quedamos con ella. Y estando allí, descubrí que EEUU no me gustaba para nada, el ambiente era muy distinto al de Irlanda, pues Irlanda es muy conservadora, familiar y todo el mundo sabe lo que está haciendo el vecino. En EEUU era todo lo contrario. Te puedes morir por allí al lado de la carretera y no pasa nada. Como es tan liberal, tan grande, yo echaba en falta un poco esa familiaridad, ese sentirme protegida como en Irlanda. No me gustaba mucho estar allí pero empecé a trabajar con la pintura. A través de su hermana conocimos a gente que tenía muchísimo dinero y que eran vendedores de arte y ellos me aconsejaron preparar unos cuadros para exponer en Nueva York.

Así que eso es lo que empecé a hacer. Esa mujer tenía una casa impresionante. Yo pintaba en su sala de baile, que era como de película, con dos lámparas de cristal y con puertas que se abren, y yo allí en medio pintando un cuadro. Eran cuadros grandes. Pero recuerdo estar allí pintando y detrás de todo, esa voz que decía: “¿qué estás haciendo?” Yo me sentía casi como una adúltera. Como si Dios me preguntara, “¿Pero qué me estás haciendo?, ¿qué me estás haciendo?” Y yo le respondía, “¡que no, que no, que no!, ¡que yo lo tengo todo! ¿Sabes? Tengo a este chico, tengo el arte, que es una posibilidad”. Pero yo seguía sintiendo esa voz. Llegó un momento en que hasta en la misma relación había tensión, se notaba que la cosa no iba bien. Su hermana me decía, “¿quieres hablar con un sacerdote?” Porque ella sabía que había hablado de la vocación. Y me decidí. Me llevó a ver a un sacerdote de allí. Conducimos de media hora a una hora para encontrar una iglesia católica. En un momento de la conversación él me preguntó: “¿Te vas a casar con ese chico?” Y de repente tuve la certeza de que no. “Bien, ¿qué haces entonces?” Y yo me decía, “Pues sí, ¿qué hago?”

Cuando regresamos a casa, justo en ese momento me llegó una carta de un amigo en Irlanda con el dinero justo para comprar un billete de vuelta. Y compré el billete y le dije al chico: “Mira, tengo que irme.” Y él me dijo: “Ya lo sé.” Y le pregunté: “¿Cómo lo sabes?” “Porque si no vuelves, ni me vas a amar ni a mí ni a nadie.”

“No sois vosotros quienes me habéis elegido a Mí, soy Yo quien os he elegido a vosotros”, recuerdo que dije al Señor: “¡No me quedo aquí por nada del mundo! ¡Me da igual lo que Tú quieras de mí! ¡Yo no me quedo aquí!”

Volví a Irlanda, llegué un domingo y pensé: “Estoy aquí, un domingo, no tengo ni coche, ni novio, ni nada. No tengo nada”. Decidí llamar a una mujer que conocía y ésta me dijo, “Mira, justo está aquí una nueva institución de España, ¿Por qué no vienes a conocerles?” Y me fui a su casa. Allí conocí a unos sacerdotes de los Siervos del Hogar de la Madre que me invitaron a España, para conocer a las hermanas. En dos semanas yo estaba en España.

España no me gustó. Yo venía de Irlanda donde todo estaba tan verde y llegué a Madrid en verano, cuando todo esta tan seco, tan amarillo… Y encima fuimos a un monasterio franciscano del siglo XVI o XVII, muy austero. No había ni camas, ni nada, todo el mundo durmiendo por el suelo. No había ni cristales en las ventanas. Después de haber estado en esa sala de baile en EEUU, encontrarte allí, en España, en el suelo, en un monasterio y sin hablar nada de español…Yo no entendía nada. Me decía: “No me quedo allí por nada del mundo”. Yo no me quería quedar. Y me decía: “Yo voy a volver a Irlanda. Voy a pedir perdón al chico, y…”

En aquellos días, había una ceremonia de algunas hermanas que iban a hacer sus votos perpetuos. Y estaba sentada en la Iglesia detrás. Un hermano me estaba traduciendo porque no entendía español. Y cuando escuché las palabras del Evangelio: “No sois vosotros quienes me habéis elegido a Mí, soy Yo quien os he elegido a vosotros”, recuerdo que dije al Señor: “¡No me quedo aquí por nada del mundo! ¡Me da igual lo que Tú quieras de mí! ¡Yo no me quedo aquí!” Y tuve la experiencia, como en las películas antiguas de blanco y negro, cuando la mujer se pone histérica y el hombre le da dos bofetadas. Sentí algo parecido, pero espiritualmente, y el Señor me decía: “Hasta que tú no rompas tu voluntad, no puedes hacer la mía”. Y me mostró mi corazón, cómo estaba tan llena de mí misma. Yo nunca había caído en la cuenta de que estaba tan llena de mí. Desde ese momento sabía que aquel era mi lugar, que me tenía que quedar.

Ahora ya llevo 14 años en España y en 2007 profesé los votos perpetuos. Mi vida ahora no tiene nada que ver con la de antes. El Señor te purifica hasta tal punto que casi pareces otra persona. A veces lo veo, pero lo veo como una película que va pasando. Me ayuda mucho cuando cuentan la historia de santa Margarita de Cortona, que tuvo una vida también bastante mala, y cómo el Señor tuvo que purificar todo eso.

A mí me parece que nunca he salido de Dios. Hay algunos que se lamentan de haber perdido muchos años, y es verdad que son años perdidos, pero yo no lo siento así. Yo siento como si estuviera perdida en Dios. No sé explicarlo. Pero es como que mi vida está muy dentro de lo que es la misericordia de Dios.

Para mí la pintura ahora tiene que ser sobre las cosas de Dios. Si yo pudiera retratar el rostro de Cristo, transmitir su belleza para que otros puedan tener ese encuentro con Él… El Señor está por encima de todo. Su amor me recuerda mucho a esas bombas nucleares que cuando explotan son como una ola que destruye, que te deja desvalida delante de Él… Está tan lleno de autoridad… Pero es una autoridad que no tiene nada que ver con la de este mundo. Es un autoridad tan amorosa hacia la criatura que no hay problema, que no puedes sino decirle: «Sí, sí, lo que tú quieras». A mí me gustaría poder expresar eso con el arte. El arte que no expresa eso, para mí no es arte, porque cualquiera puede copiar una foto.

Karen McMahon

Hna. Karen María de la SantísimaTrinidad

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