Kim Zember mantenía relaciones lésbicas: «Comprendí qué significa ser esclavos de nuestro pecado. Al permitir que Dios habitara mi corazón, pude romper esa dependencia» 

* «Nunca me he definido gay o lesbiana u otra cosa, ni siquiera cuando salía con mujeres. Siempre he tenido clara dentro de mí la distinción entre quién era yo y lo que hacía. Tengo que decir que, entonces, no sabía explicar bien por qué rechazaba esa etiqueta, sentía mucha confusión sobre muchas cosas, tal vez no sabía bien quién era, pero sabía que no era lo que hacía en ese momento. Buscaba la verdad…  La santidad es un camino. Para mí fue un momento crucial comprender, durante una oración -precisamente en el periodo en el que luchaba, pidiendo claridad sobre mi sexualidad-, que Dios me llamaba a servir a los pobres. Era una agente inmobiliaria de éxito, pero acababa de escuchar a un sacerdote misionero y, con mucha audacia, dejé todo y fundé, hace ya muchos años, Unforgotten Faces [Rostros inolvidables] una organización sin ánimo de lucro que ayuda a las madres solteras y a sus hijos en Etiopía. El nivel de necesidad de estas personas es tan dramático que vivirlo personalmente ha sido, en mi opinión, el modo con el que Dios ha entrado en mi corazón para romperlo y derribar el egoísmo. La misa, para mí, es más necesaria que cualquier otra cosa. Y después la Adoración, la oración, el estudio de la Biblia, el ayuno. Y los amigos: si en tu vida buscas a Jesús es fundamental estar con quien, como tú, lo busca»

Camino Católico.-  Durante años, la californiana Kim Zember vivió una doble vida, escondiendo sus múltiples relaciones homosexuales. Aun así, nunca se definió como lesbiana, y al convertirse su vida cambió. Cuenta su historia Raffaella Frullone en Il Timone y lo traduce Elena Faccia Serrano en Religión en Libertad:

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«Katy Perry cantaba ‘He besado a una chica y me ha gustado’; yo he hecho lo mismo y me ha gustado». Así empieza Restless heart. My struggle with life & sexuality [Corazón inquieto, mi lucha con la vida y la sexualidad]. Quien habla es Kim Zember, de 36 años, californiana residente en San Diego; tras años pasados teniendo relaciones homosexuales, decidió compartir su historia con la esperanza de poder ayudar a quien está viviendo su mismo drama.

Criada en una familia católica, Kim, con 18 años, tenía un novio e iba a misa regularmente con su familia, pero, a escondidas, se veía con una mujer. Un esquema que duró durante años, una doble vida que Kim introdujo incluso en su matrimonio (que fracasó por esta causa), durante el cual no dejó de ver a mujeres, porque, explica, «estaba tan sedienta de afecto que me había convertido en una persona dependiente de las relaciones, especialmente las femeninas».

Con el tiempo, Kim reconoció que este comportamiento estaba causado por heridas que venían del pasado, pero en ese momento no conseguía actuar de manera distinta. Quedaba con una mujer tras otra, incluso si en su corazón sabía que estaba mal.

La entrevistamos.

-«Claro que sabía que estaba mal, si no, ¿por qué habría de esconderlo? Tenía carencia de amor y lo buscaba donde sea, pero nunca obtenía paz». En el libro explicas que nunca has encontrado la paz, ni siquiera en las relaciones con las mujeres que las que salías; lo defines como una suerte de dependencia. ¿En qué sentido?

-He comprendido de verdad qué significa, como nos dice la Escritura, ser esclavos de nuestro pecado: dependía totalmente de los sentimientos, de las emociones, de lo que sentía, no solo desde el punto de vista sexual. Dependía de las personas, de las relaciones, sobre todo de las mujeres, claro está. Aún tengo que controlar este aspecto de mi vida, pero cuando permití que fuera Dios quien habitara completamente mi corazón, pude por fin romper esa cadena de dependencia emotiva.

-¿Le pediste ayuda a alguien cuando te diste cuenta de que vivías atrapada en esa dependencia?

-Claro. Le pedí ayuda a un psicólogo cristiano y, seguidamente, a dos sacerdotes. Los tres me dijeron que yo «solo» era lesbiana y que debía aceptarlo porque Dios me amaba tal como era.

-¿Cómo te sentiste?

Muy decepcionada, lo que me dijeron me hizo mucho daño, porque no es la verdad. Es verdad que fueron muy compasivos conmigo, me escucharon, acogieron mis lágrimas, pero la compasión sin Cristo es falsa. Es como ir al médico porque te duele un brazo y que te diga que no te duele. Si hablé con un psicólogo cristiano y dos sacerdotes católicos -y lo hice libre e intencionadamente-, fue porque quería que me dijeran la verdad. Que ellos no me dijeron, traicionándola y dejándome sedienta: esto es un mal.

Gracias al Cielo, creo que hay una semilla incorruptible dentro de mí que no me permitió aceptar esas mentiras como si fueran la verdad. Aunque, obviamente, una parte de mí, la parte carnal, deseaba creer en ellas. Fue también ofensivo oír que te decían «Dios te ama a pesar de todo»: yo nunca he dudado del amor de Dios, solo quería saber por qué yo estaba mal. Y ellos me mintieron, me dijeron una media verdad, que no es más que una mentira.

-Tampoco creíste en las mentiras del mundo llamado LGBT…

-No, tampoco. Para empezar, nunca me he definido gay o lesbiana u otra cosa, ni siquiera cuando salía con mujeres. Siempre he tenido clara dentro de mí la distinción entre quién era yo y lo que hacía. Tengo que decir que, entonces, no sabía explicar bien por qué rechazaba esa etiqueta, sentía mucha confusión sobre muchas cosas, tal vez no sabía bien quién era, pero sabía que no era lo que hacía en ese momento. Buscaba la verdad.

-Hablar de verdad, hoy, significa ser acusado de dividir…

-En realidad, quien divide es el mundo, que presenta la verdad y el amor como dos aspectos de Dios que se excluyen mutuamente, cuando no es así. En mi experiencia, lo he experimentado en mi piel, con la gracia de Dios, siempre he reconocido la verdad. Tal vez a menudo no he querido esta verdad, pero sabía reconocerla, basta permanecer abiertos a ella. Con frecuencia le echamos la culpa a Dios de «lo que no hace», cuando en realidad somos nosotros los que no estamos abiertos a lo que Él desearía hacer con nuestra vida. Y es algo que debemos preguntarnos cada día.

-La conversión, para ti, ha sido un recorrido largo; sucedió también en Etiopía…

-Creo que para todos es igual, la conversión no es, como decimos nosotros, «una y ya está», no sucede en un minuto. También les sucedió a los Apóstoles, ¿no? La santidad es un camino. Para mí fue un momento crucial comprender, durante una oración -precisamente en el periodo en el que luchaba, pidiendo claridad sobre mi sexualidad-, que Dios me llamaba a servir a los pobres.

Era una agente inmobiliaria de éxito, pero acababa de escuchar a un sacerdote misionero y, con mucha audacia, dejé todo y fundé, hace ya muchos años, Unforgotten Faces [Rostros inolvidables] una organización sin ánimo de lucro que ayuda a las madres solteras y a sus hijos en Etiopía.

El equipo y los niños de Unforgotten Faces. A Kim se la ve abajo, a la derecha

El nivel de necesidad de estas personas es tan dramático que vivirlo personalmente ha sido, en mi opinión, el modo con el que Dios ha entrado en mi corazón para romperlo y derribar el egoísmo. Y este ha sido un pedazo de mi historia. Esperar que la conversión tenga lugar en un momento y ya está, significa pensar en Dios como un mago, pero Él es el Salvador, lo necesitamos cada minuto de nuestra vida, no una vez y basta.

-En tu recorrido, en un determinado momento le prometiste al Señor que durante un año no saldrías con nadie. En ese instante empezaste a sentir que tu hambre de Dios aumentaba. ¿Cómo vives hoy tu fe?

Misa diaria, porque lo necesito. «No solo de pan vive el hombre», es la verdad.  No pienso que por esto soy una santa, sino que soy una pecadora consciente de tener una necesidad constante de Él.

Cuando, la primavera pasada, suspendieron la participación a la misa, me sentí muy frustrada. Podía ir a pasear, al mercado ¿y no a misa?  La misa, para mí, es más necesaria que cualquier otra cosa. Y después la Adoración, la oración, el estudio de la Biblia, el ayuno.

Y los amigos: si en tu vida buscas a Jesús es fundamental estar con quien, como tú, lo busca. Todos tenemos amigos y familiares alejados de Dios, por los que hay que rezar, rezar y rezar, pero sin los que buscan al Señor es difícil no dejarse arrastrar por el mundo. Entre los amigos de nuestro camino no podemos olvidarnos de los santos y, sobre todo, de la Madre celestial. En la vida no somos más que el reflejo de lo que miramos continuamente: si paso mis días mirando Netflix, seré lo que transmiten; si uso mi tiempo mirando a los santos y a Dios, reflejaré su luz.

Traducción de Elena Faccia Serrano

Publicado originalmente en Camino Católico en diciembre de 2020


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