La dignidad del cuerpo humano, llamado a ser templo Espíritu Santo, en relación con la sexualidad y la “ideología de género” / Por P. José María Prats

“¿Cual es la concepción cristiana de la sexualidad fundamentada en la Palabra de Dios? Que la relación sexual se ajusta al designio de Dios cuando es una manifestación física del amor y de la entrega incondicional entre un hombre y una mujer que están dispuestos a acoger la vida que por ella puede ser engendrada. Por ello esta relación ha de vivirse en el contexto del matrimonio, por el cual los esposos se han comprometido solemnemente delante de Dios y de su Iglesia a vivir este amor y entrega incondicional, que es también el ámbito donde una nueva vida puede ser acogida con la dignidad que merece”

13 de septiembre de 2017.-  (P. José María Prats / Camino Católico) El pasado domingo 10 de septiembre    la Parroquia de San Juan de Horta de Barcelona celebró San Gaudencio, su Patrón secundario, y por dicho motivo no publicamos la homilía del evangelio dominical que habitualmente escribe su párroco José María Prats. Sin embargo, hoy si que la ofrecemos por el interés de su profundo contenido espiritual puesto que se aborda la dignidad del cuerpo humano, llamado a ser templo Espíritu Santo, en relación con la sexualidad y la “ideología de género”.

El año pasado os expliqué lo que sabemos de la vida de San Gaudencio, obispo de Arezzo y mártir, así como su vinculación con nuestra parroquia por una importante reliquia suya donada en 1731 por la Santa Sede y destruida, por desgracia, en el incendio de la sacristía del año 2001. La reliquia era venerada por los fieles en esta fiesta y sacada en procesión para pedir la intercesión del santo en situaciones desesperadas, especialmente en tiempos de fuerte sequía. La respuesta a estas plegarias fue varias veces tan extraordinaria que suscitó el agradecimiento del pueblo de Horta y su designación como co-patrón.

Hoy día, la veneración de las reliquias de los santos se ve a menudo como algo supersticioso propio del pasado y, sin embargo, responde a una dimensión esencial de la fe cristiana: la dignidad del cuerpo humano, que no es la cárcel del alma –como afirmaba Platón–, sino algo esencial y constitutivo del ser humano. Somos cuerpo y alma. El cuerpo manifiesta a la persona y la pone en relación con los demás y con la creación, y está llamado a ser templo del Espíritu Santo y destinado a resucitar al final de los tiempos: eternamente seremos cuerpo y alma.

He pensado que esta fiesta nos invita a hablar de la dignidad del cuerpo humano, sobre todo en relación con la sexualidad. Soy consciente de que es un tema muy delicado, sobre todo porque en nuestros días el pensar y el hacer de la mayoría está cada vez más alejado de la fe cristiana. Pero es un tema que debemos abordar porque es decisivo para el bienestar de nuestra sociedad. En España se producen actualmente siete rupturas por cada diez matrimonios, y la tasa de fecundidad es de 1,32 hijos por mujer, muy por debajo del nivel que asegura el reemplazo generacional. Nuestras familias y nuestra demografía están viviendo una crisis sin precedentes, y una de sus causas más importantes es la nueva forma de concebir y vivir la sexualidad.

¿Cual es la concepción cristiana de la sexualidad fundamentada en la Palabra de Dios? Que la relación sexual se ajusta al designio de Dios cuando es una manifestación física del amor y de la entrega incondicional entre un hombre y una mujer que están dispuestos a acoger la vida que por ella puede ser engendrada. Por ello esta relación ha de vivirse en el contexto del matrimonio, por el cual los esposos se han comprometido solemnemente delante de Dios y de su Iglesia a vivir este amor y entrega incondicional, que es también el ámbito donde una nueva vida puede ser acogida con la dignidad que merece.

Hoy esta concepción es para muchos una utopía que resulta imposible vivir en la práctica. Tal vez porque hemos olvidado que la vida y la dignidad del ser humano pasan por la aceptación de la cruz. La Escritura dice que el pecado rompió la armonía de la creación y que el designio de Dios, que inicialmente se vivía de forma gozosa y espontánea, se vive ahora bajo el signo de la cruz, como lucha y esfuerzo. Pero esta cruz, para el cristiano, está llena de vida. «Estoy crucificado con Cristo» –dice San Pablo a los Gálatas: la cruz es para él la prueba de su consagración a aquél que lo amó hasta entregar su vida por él. Y en este camino de la cruz se hace siempre presente el Señor, no como juez, sino como compañero de viaje que nos alienta y nos levanta y sana con el sacramento del perdón tras nuestras caídas.

En nuestros días, además, se está difundiendo enormemente una grave amenaza para la dignidad del cuerpo humano. Se trata de la llamada “ideología de género”, una corriente que considera que el sexo no es una realidad biológica sino una construcción socio-cultural, y que cada persona debe decidir cuál es su identidad sexual independientemente del cuerpo que haya recibido. Lo más grave es que existen países muy influyentes y organismos internacionales como la UNESCO que quieren imponer por ley el adoctrinamiento de los niños en esta ideología desde los cuatro años, vulnerando el derecho fundamental de los padres a educar a sus hijos según sus creencias y principios morales.

El Papa Francisco ha denunciado esta situación con estas palabras: “Hoy a los niños –¡a los niños!–, en la escuela se les enseña esto: que el sexo cada uno lo puede elegir. ¿Y por qué enseñan esto? Porque los libros son de las personas e instituciones que te dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes. Esto es terrible”.

Como os decía, la fiesta del mártir San Gaudencio, tan vinculada a la presencia en nuestra parroquia de restos importantes de su cuerpo, que fue templo del Espíritu Santo, nos invita a acoger nuestro cuerpo como un don precioso que Dios nos ha regalado y a ponerlo al servicio de su designio de amor para la creación. De nuestra respuesta a esta invitación depende en gran medida nuestro bienestar personal, familiar y social.

P. José María Prats

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