La familia Creede tuvo 8 hijos pero ningún nieto porque todos se hicieron misioneros y religiosos; hoy, queda sólo uno el P. William, de 85 años

“Realmente la llamada vino por nosotros mismos. Nuestros padres nunca nos orientaron o nos empujaron de alguna forma. Tenían gran respeto por los sacerdotes y las monjas. Mi padre y mi madre se sintieron felices con Dios. Mi familia no era una familia piadosa. Era una familia feliz”

7 de octubre de 2013.- (Fernando de Navascués / Religión en Libertad Camino Católico)     Hay familias que no tienen hijos. Otras, como la familia Creede, de Australia, tienen ocho. Hay familias que no tienen hijos o hijas en la vida religiosa, y hay otras, como los Creede, en las que los ocho la abrazaron como monjas o sacerdotes.  Ninguno continuó la descendencia familiar. A los abuelos les hubiera gustado tener algún hijo que diese continuidad al apellido. Hoy solo queda, anciano, el padre William: con él desaparecerá esta estirpe. Un linaje fecundo para Dios. 

Una familia feliz que ha dado Redentoristas, vicencianos, de la Presentación…

El padre William, de 85 años, es uno de los pequeños de la familia. En la imagen de la derecha con una foto familiar. Es sacerdote redentorista. Sus hermanos Aina, Thérèse, Moira, Breidha, Bernadette, Thomas y Peter pertenecieron a diversas congregaciones. La mayoría de las chicas ingresaron en las Hermanas de la Presentación, excepto una que fue Hermana de la Misericordia. De los chicos, dos fueron redentoristas y otro vicenciano.

Se podría pensar que fueron los padres quienes empujaron a sus hijos a que ingresaran en la vida religiosa, pero no fue así.  El P. William explica: “Realmente la llamada vino por nosotros mismos. Nuestros padres nunca nos orientaron o nos empujaron de alguna forma. Mi padre y mi madre fueron muy buenos, gente divertida, que tenían gran respeto por los sacerdotes y las monjas. Mi padre y mi madre se sintieron felices con Dios. Mi familia no era una familia piadosa. Era una familia feliz”, sentencia.

Sus padres eran hombres de fe. Su madre, de hecho, pertenecía a la orden tercera de los carmelitas. También es verdad que sus padres eran de origen irlandés, y su casa desde siempre estuvo abierta sacerdotes. De hecho, era habitual que los lunes, el día en que suelen descansar los párrocos, algunos viniesen a su casa. La madre les preparara una buena comida, mientras las chicas tocaban el piano y les cantaban alguna canción.

Un párroco entregado a sus feligreses

El sacerdote redentorista explica que todo empezó con el párroco de su parroquia, el P. O’Connell, de Santa Ágata, en Clayfield, en la imagen de la izquierda. Un hombre que se desvivía por sus ovejas y viceversa: “Nos tenía a todos impresionados. Su influencia fue tremenda”.

William recibió de sus manos la Primera Comunión: “Cuando la recibí sentí que el Señor me llamaba”. Con él surgió la primera llamada a hacerse sacerdote.

Le atraía el ser sacerdote misionero e ir por todo el mundo predicando a Cristo, por eso al principio pensó en los padres de San Columbano, pero fue sobre todo a través de su hermano Thomas, que ya estaba estudiando en el seminario de los redentoristas, como se convenció: “Yo escuché una conferencia en la escuela redentorista, y ellos decían que también iban a lugares como los padres de san Columbano”.

Una vocación vivida en familia

De entre todos los hermanos, Bernadette era para él como su hermana gemela. Siempre iban juntos a todas partes. Crecieron juntos, incluso cuando rezaban el rosario en familia, dirigían juntos la decena. Otras veces “tenían que despertarnos a los dos para que rezásemos la nuestra…”

Cuando Bernadette tenía 17 años –su madre ya había muerto años antes- su padre le dijo: “Bernadette, si tú estás pensando en la vida religiosa, estate seguro que yo no voy a interferir. Has de saber esto, hijita, Dios cuidará de tu padre”.

Poco después ella -en la imagen de la derecha- ingresaba en la vida religiosa, y pasado el tiempo, con unos pocos días de diferencia, ella hacía su profesión solemne y William se ordenaba sacerdote.

Nadie me pertenece ya

Es extraña la sensación de encontrarse solo: “Me siento un poco inquieto siendo el último de la familia. Ya no tengo a nadie que me pertenezca”, lamenta. 

Bernadette murió hace unos meses, y él acude una vez al mes al cementerio en donde se encuentran enterrados sus padres y la mayoría de sus hermanos. “Allí se encuentra mi nicho preparado, junto al de Thomas y cerca del de Bernadette”.

Ahora a sus 85 años, el P. William puede decir que su vida ha estado llena de color, aventura y mucho viaje. A lo largo de su vida sacerdotal ha misionado por multitud de países como Tailandia, China, Corea, Malasia, Mongolia, Papua Nueva Guinea, Filipinas, Singapur, Paquistán, Japón, Birmania, Laos e Irlanda.

Ha sido maravilloso ser sacerdote misionero. Una vez que sentí mi llamada a la misión, siempre me atrajo esa vocación”. La edad no es una limitación en su compromiso sacerdotal: «Yo podría ir de nuevo. No es imposible».

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