La familia debe ser una escuela práctica del perdón: No hay amor sin perdón / Por Conchi Vaquero y Arturo López

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó – lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo».1ª de Juan 1-4.
Ese niño que contemplamos es Dios. Jesús nace en una familia humana fruto del amor de una familia divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estamos llamados todos los seres humanos a formar sagradas familias fruto de lo que dice San Juan: «la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio». ¿Hemos tocado con nuestras manos la Palabra de Vida? Tocar es más que ver. Es una relación física e interior. ¿Hemos leído, digerido y convertido en Vida en nuestra familia el Verbo encarnado en el Niño Dios?
La comunidad de amor de la Trinidad
Desde el principio el Dios único nos creó a su imagen y semejanza. Él que es uno en tres personas, quiso poner como reflejo de su identidad el amor oblativo entre un hombre y una mujer. Ese Amor es el mismo Dios, el del niño nacido en Belén que cumplidos los treinta años exclamó: «Yo y el Padre somos uno.» (Jn. 10, 30) Y días más tarde Jesús gritó y dijo:
«El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.» (Jn 12, 44-50)
La comunidad de Amor de la Santísima Trinidad está formada por tres personas que configuran el único Dios. El Padre es la fuente de la vida. Él pensó desde toda la eternidad en Jesús para poder darnos el Espíritu Santo y salvarnos de toda equivocación, debilidad, perversión y pecado. El vivir la Palabra del Padre, su voluntad, es lo que mueve a Cristo y al Espíritu a venir a nosotros. La comunión de la Trinidad se produce por tanto en llevar a cabo el Plan original de Dios estropeado por el hombre al entrar el pecado en el mundo.
Dios quiere poner verdad en la familia
Somos imagen y semejanza de Dios en la medida en que cumplimos los mandamientos y como esposa, esposo e hijos, sabemos amarnos viviendo el evangelio en unión mutua y testimonial, mostrando al mundo que Cristo preside nuestros hogares. Todos los miembros de la familia estamos llamados a mostrar el Amor de Dios al mundo y ello sólo podremos hacerlo comunitariamente en familia si lo vivimos personalmente.
Nadie como Dios nos conoce y Él desea darnos su Espíritu Santo para poner verdad en nuestras relaciones de familia. Sin duda, un problema muy común, extendido a todo tipo de relación humana es que el espíritu del mundo nos impulsa a tomar decisiones bajo el prisma del interés inmediato y no encauzamos nuestros pasos al crecimiento hacia la plenitud del Amor, que el mismo Jesús desea iluminarnos.
Una de las cosas que podemos haber equivocado es el formar nuestra familia, como esposo o esposa, con una persona que no era la adecuada. Muchos matrimonios y familias han nacido fruto del enamoramiento sicológico para responder a una necesidad imperiosa de llenar la soledad de cada uno y de poner un sensible ungüento para calmar las heridas que se nos produjeron en nuestra infancia y adolescencia. Luego vienen los desengaños, las crisis, las depresiones, quizás el divorcio o una vida llena de apariencias para que nadie sospeche el infierno en que vivimos.
La vocación y la familia
Ninguno de esos pasos equívocos formaba parte del Plan de Dios. Pero Él si que desea hacer concurrir nuestros errores para tener un encuentro personal con nosotros y poder llenar de su fortaleza y sabiduría nuestra familia. Antes que nos hubiéramos comprometido a formar una familia el Señor habría querido que oráramos y meditáramos cual era nuestra vocación en la vida. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua da como definición de vocación la siguiente: «Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión. Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera. Convocación, llamamiento.»
La vocación en algo muy profundo. La esencia son aquellos talentos y dones que de forma especial podemos dar a los demás y que Dios a puesto en nosotros de forma única. Discernir la vocación es una cuestión a la que todos estamos llamados. El mismo diccionario de la Real Academia de la Lengua Española afirma al referirse a «errar la vocación»: «Dedicarse a algo para lo cual no tiene disposición, o mostrar tenerla para otra cosa en que no se ejercita.»
Descubriendo aquello que podemos dar a los demás de nosotros mismos como fuente de agua viva recibida del Altísimo seremos capaces de determinar si es posible formar una familia, mantenernos solteros o ser religiosos.
Explicamos esto para subrayar que muchas veces de nuestros deseos aparentemente buenos pueden nacer frutos que siembren cizaña en nuestra vida. Todos somos hijos de Dios aunque no le conozcamos y por tanto debemos discernir la vocación aún no siendo creyentes. A todos Dios nos ha hecho fuentes de Agua Viva, por tanto con personalidades y dones únicos.
El barbero dice que «Dios no existe»
Esta mañana nos contaban una historia muy simple y a la vez muy gráfica del uso perverso que hacemos en nuestras relaciones humanas del lenguaje sin darnos cuenta que la verdad está sólo en la Palabra de Dios y no en las hipótesis ingeniosas:
Un hombre creyente va a la peluquería y el barbero acaba una conversación de más de media hora con sus clientes de la siguiente forma:
– Yo he llegado a la conclusión que Dios no existe. Concluyo esto porque es imposible que Dios sea Amor y viva eternamente mirando impasible los malos tratos, las hambrunas, las guerras, las esclavitudes de niños, los despidos laborales, las explotaciones de todo tipo y las contrariedades que se producen cada día.
El hombre de fe calló por prudencia ante la unanimidad de todos los presentes con la opinión del barbero. Pidió la cuenta, pagó y se marchó. Al salir, vió a un hombre, que pasaba delante de la peluquería, con una barba y unas melenas que habían cumplido algunos años. Entonces el prudente cliente de la peluquería volvió sobre sus pasos y entró al establecimiento para exclamar, dejando a todos perplejos:
– Acabo de llegar a la conclusión de que los barberos no existen. Mirad ese hombre con sus largas melenas y su frondosa barba!!! Personas como éstas no las veríamos si realmente existieran los barberos.
– ¿Cómo puedes decir eso hombre? ¿No te he cortado yo mismo el pelo? Pues claro que los barberos existimos!!! Lo que ocurre es que la gente que lleva esos pelos desaliñados es por que no vienen a nuestras peluquerías.
– Lo mismo sucede con Dios. También existe. Si cada uno de los hombres mantuviera una relación personal con Él y acudieran a llenar de vida su corazón de amor no habría ni guerras, ni hambrunas, ni esclavitudes, ni contrariedades…Todo estaría inundado por el Amor de Dios. Igual que tú no eres responsable de los melenudos y desaliñados del mundo y esperas a que vengan los clientes, Dios esta esperándonos a cada uno de nosotros para poner luz en nuestra vida.
Barbero y clientes se miraron sorprendidos, desconcertados y pensativos, como conmovidos por la sabiduría. Un largo silencio paralizó la peluquería. Sólo el ruido de la puerta y el de las tijeras sirvieron de compañía mientras meditaban todos los que minutos antes creían estar cargados de razones.
La Virgen María y San José modelos
La Virgen María y San José, los padres terrenales de Jesús tenían sus miedos. Eran dos personas llenas de bondad pero también de vulnerabilidad. Forman una familia como consecuencia de la revelación del Espíritu Santo para acoger al Hijo de Dios. No comprenden racionalmente, pero a la vez, como personas dóciles al Altísimo, desean hacer la voluntad de Dios. Cada uno, fruto de su relación con el Señor recibe una llamada a caminar hacia el otro.
José se plantea repudiar a María, prefiriendo la soledad antes que vivir un problema por causa de la ley de la época. Sin embargo, oye, escucha y digiere la Palabra de Vida y decide dar testimonio formando una familia sabiendo que se lo pedía el Señor. María y José hacen un acto al decir que SÍ de su voluntad pero la gracia de Dios actúa para sostener una comunión necesaria para la salvación de todos los hombres.
Lo ideal sería imitar el modelo de José y de María. Escuchar la palabra de Dios, digerirla y decidir dar pasos pese a sentirnos débiles. Dios siempre nacerá en nuestras familias si somos capaces de caminar con el deseo ardiente de llevar a cabo su obra. Lo idóneo sería haber contraído matrimonio como consecuencia de la voluntad de Dios. Esto en la inmensa mayoría de casos no es así, pero nada nos impide con toda nuestra familia ponernos a la escucha de la Palabra de Dios para vislumbrar como debemos transformar en gozosas y fructíferas nuestras relaciones familiares.
Mostrar a Dios como único Padre
El centro de toda familia es la pareja conyugal, marido y esposa. Ellos son los que han sido creados a imagen y semejanza de Dios para ser una sola carne, una sola humanidad y llevar a término la obra del Padre Celestial que es la de generar vida. No es bueno intervenir de inmediato con consejos de buena fe cuando se rompe un matrimonio o hay una separación o divorcio.
Los cristianos tenemos la tendencia a querer arreglar lo que sólo Cristo puede resucitar. Es evidente que el Señor no quiere un rompimiento familiar. Esa no es su voluntad. En el sacramento del matrimonio está la gracia para poder hacer resurgir de la nada nuevamente el Amor. Pero el Espíritu de Dios que es el de la Verdad tampoco desea mantener una falsa unión que dañe a sus hijos, siembre el odio, la venganza, la perversión y la violencia.
Cuando una familia se rompe los responsables son ambos cónyuges y cada uno debe ir al Señor para ser curado de las heridas de la relación. Sin un auténtico perdón es imposible unir dos o más corazones rotos y eso precisa de tiempo, oración, gracia y nuestra personal y libre voluntad de querernos levantar. Tengamos presente que cuando un matrimonio se rompe lo hace la imagen y semblanza del mismo Dios que Él quería hacer crecer en la familia. Sólo la luz de Cristo resucitado podrá convertir la tierra árida nuevamente en fértil.
Los hijos de una familia no han elegido el lugar donde nacer. Dios les ha regalado el don de la vida para que crezcan y conozcan al autor de su existencia. Hay personas que no se sienten realizadas si no tienen físicamente hijos, cuando de hecho la más profunda llamada como hijos del mismo Padre es a ser rostros vivientes de su Amor, progenitores de su misericordia para los demás. Si tenemos hijos físicos y no les presentamos a su verdadero Padre con el que vivirán toda la eternidad no estamos cumpliendo nuestro compromiso matrimonial. Estamos negando la esencia de la existencia de toda persona, la verdadera Vida, a quienes tenemos que educar para generar más Vida.
De la misma manera que hay que mostrar a la Santísima Trinidad como centro de la familia tenemos que dar la libertad a cada uno para aceptarlo o rechazarlo. Es en esos momentos donde nuestra fe real de dependencia de Dios se pone a prueba. Amar a quienes creen nos es fácil siempre que una dificultad no rompa la comunión. Amar a quienes no creen y denuncian nuestras debilidades, poniendo de manifiesto las incoherencias de nuestro testimonio, es algo que sólo Dios puede enseñarnos con el paso de los años.
Nos cuesta dar libertad a quienes conviven con nosotros y amarlos desde la mirada del Niño Dios que nació en Belén. Eso no sólo nos pasa a quienes intentamos vivir una vida espiritual sino a cualquier ser humano. Todos anhelamos tener razón y no ser cuestionados. No es lo mismo tener razón que estar lleno de amor. Dios que es Amor tiene todas las razones según nuestros criterios humanos para rechazarnos y en cambio su inmensa misericordia consiste en aceptarnos, cuidarnos, velar, llamarnos por nuestro nombre y perdonarnos. No hay amor sin perdón. Para amar debemos estar dispuestos a perdonar siempre. Dios es el único que puede hacer crecer en nosotros su infinito perdón si se lo pedimos. Si todos perdonáramos siempre viviríamos en el cielo, en una tierra nueva. Nuestra familia debe ser una continua escuela práctica del perdón para ir autentificando nuestro testimonio de que la Palabra de Dios es viva y eficaz.
El Amor es paciente
San Pablo en el capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios define las características del Amor de Dios. La paciencia es una virtud que impulsa el perdón: tolerancia en mengua del propio honor. Cristo nos salvó a todos en la Cruz, llegando a darse a si mismo sin utilizar su condición de Dios. «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen» fueron las últimas palabras antes de entregar su espíritu y como colofón al escarnio vivido. Es el máximo ejemplo de Amor.
Tener paciencia es ir a contracorriente en el orden de los valores del mundo competitivo. Es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, para hacer cosas pesadas o minuciosas. La paciencia es la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. Dios nos ama infinitamente y nos espera desde que nos creó. ¿Sabemos esperar nosotros con los demás como el Padre lo ha hecho con nosotros?
Hemos visto padres y madres, hermanos y familiares de presos, marginados y enfermos sufrir por amor por sus seres queridos. Madres y padres que jamás han podido dejar de amar a sus hijos aun teniendo conciencia de los delitos y los actos perversos que hubieran podido cometer. La madre o el padre de un asesino nunca estará de acuerdo con la acción cometida por su hijo. Pese a todo, siempre será su hijo y existirá un hilo misterioso de amor tejido por el Padre del Cielo que nunca se romperá. Es muy probable que el padre de un hijo con problemas se acuse de no haber sabido educarle adecuadamente.
Pase lo que pase en nuestras vidas en estos momentos, en nuestras familias, sepamos que el Niño Dios siempre desea hacernos nacer de nuevo. No nos esforcemos en ser una familia modelo más bien acudamos a Dios personal y familiarmente para que nos haga crecer en su Amor, para que nos haga maestros del perdón, la verdad y la libertad. Él es el verdadero modelo y su imagen sólo puede modelarla en nosotros su infinita bondad de alfarero.
Sepamos, como se afirma en Mateo 5, 37, tomar por norma en nuestras relaciones familiares la sabiduría de hablar con claridad y concisión: «Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.»Dejemos al Espíritu de Dios hacer crecer las otras características que San Pablo escribe a los Corintios del amor: «es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. El Amor no acaba nunca».
Oración de sanación de las relaciones familiares
Acabemos orando al Niño Jesús, nacido por el Amor de Dios Padre y que vive por el don del Espíritu Santo, para que realmente presida nuestra familia y sane todas las heridas de nuestra vida provocadas por las relaciones entre unos y otros:
¡Señor Jesús! Hoy venimos a Ti Señor, en nombre de cada una de las personas de nuestra familia. Tú, en tus designios de amor por cada uno de nosotros, nos has colocado en ella y nos has vinculado a cada una de las personas que la componen. En primer lugar, te queremos dar gracias de todo corazón por cada uno de los miembros de mi familia, por todo el amor que he recibido tuyo a través de ellos y te queremos alabar y glorificar porque nos has colocado en ella. A través de la familia y en la familia, tú nos has dado la vida y has querido para nosotros que formemos un núcleo de amor.
Hoy, Señor, queremos que Tú pases con tu sanación por cada uno de nosotros y realices tu obra de amor. Y antes de nada, Señor, queremos pedirte perdón por todas las faltas de amor que hayamos tenido en casa, por todas nuestras indelicadezas, por todas nuestras faltas de comprensión, por no ser a veces cauces de tu amor para ellos.
En primer lugar, Jesús, te pedimos que entres en el corazón de cada uno y toques aquellas experiencias de nuestra vida que necesiten ser sanadas. Tú nos conoces mucho mejor que nosotros mismos; por lo tanto, llena con tu amor todos los rincones de nuestro corazón. Donde quiera que encuentres – el niño herido -, tócalo, consuélalo y pónlo en libertad.
Vuelve a recorrer nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, desde el principio, desde el mismo momento de nuestra concepción. Purifica las líneas hereditarias y líbranos de aquellas cosas que puedan haber ejercido una influencia negativa en aquel momento. Bendícenos mientras íbamos fomándonos en el vientre de nuestra madre y quita todas las trabas que puedan haber dificultado, durante los meses de gestación, nuestro desarrollo en plenitud.
Danos un profundo deseo de querer nacer y sana cualquier trauma tanto físico como emocional que pudiera habernos dañado durante nuestro nacimiento. ¡Gracias, Señor!, por estar ahí presente para recibirmos a cada uno de nosotros en tus brazos en el momento mismo de nuestro nacimiento, para darnos la bienvenida a la tierra y asegurarnos que Tú nunca nos faltarías ni nos abandonarías.
Jesús, te pedimos que rodees nuestra infancia con tu luz y que toques aquellos recuerdos que nos impiden ser libres. Si lo que necesitamos cada uno fue más cariño maternal, mándanos a tu Madre, la Virgen María, para que nos dé lo que nos falta. Pídele que nos abrace , que nos arrulle a cada uno, que nos cuente cuentos y llene el vacío que necesita el calor y el consuelo que sólo una madre puede dar.
Quizá «el niño interior» siente la falta del amor del padre. Señor Jesús, déjanos gritar con libertad, con todo nuestro ser: «¡Abba!, ¡papá! ¡papaito!. Si necesitábamos alguno de nosotros más cariño paternal y la seguridad de que nos deseaban, y nos amaban de verdad, te pedimos que nos levantes y nos hagas sentir la fuerza de tus brazos protectores. Renueva nuestra confianza y danos el valor que necesitamos para hacer frente a las adversidades de la vida, porque sabemos, Padre nuestro, que tu amor nos levantará y nos ayudará si tropezamos y caemos.
Recorre nuestra vida, Señor, y consuélanos cuando otros nos trataban mal. Sana las heridas de los encuentros que nos dejaron asustados, que nos hicieron entrar en nosotros mismos y levantar barreras de defensa ante la gente. Si alguno de nosotros se ha sentido solo, abandonado y rechazado por la humanidad, concédenos por medio de tu amor que lo sana todo, un nuevo sentido del valor de cada uno como persona.
¡Oh Jesús, nos presentamos en este día ante ti, toda la familia y te pedimos que sanes nuestras relaciones, que sean unas relaciones llenas de cariño, de comprensión y de ternura y que nuestra familia se parezca a la tuya. Te pedimos, por intercesión de tu Madre, la Reina de la Paz, que nuestros hogares sean lugares de paz, de armonía y donde realmente experimentemos tu presencia. ¡Gracias, Señor!
Oremos ahora con la canción de PADRE ZEZINHO «ORACION DE LA FAMILIA»

Que ninguna familia comience en cualquier de repente,

Que ninguna familia se acabe por falta de amor.

La pareja sea el uno en el otro de cuerpo y de mente

y que nada en el mundo separe un hogar soñador.

 

Que ninguna familia se albergue debajo del puente

y que nadie interfiera en la vida y en la paz de los dos.

Y que nadie los haga vivir sin ningún horizonte

y que puedan vivir sin temer lo que venga después.

 

La familia comience sabiendo por qué y donde va

y que el hombre retrate la gracia de ser un papá.

La mujer sea cielo y ternura y afecto y calor

y los hijos conozcan la fuerza que tiene el amor.

 

Bendecid oh Señor las familias, Amén.

Bendecid oh Señor la mía también.

Bendecid oh Señor las familias, Amén.

Bendecid oh Señor la mía también.

 

Que marido y mujer tengan fuerza de amar sin medida

y que nadie se vaya a dormir sin buscar el perdón.

Que en la cuna los niños aprendan el don de la vida,

la familia celebre el milagro del beso y del pan.

Que marido y mujer de rodillas contemplen sus hijos,

que por ellos encuentren la fuerza de continuar.

 

Y que en su firmamento la estrella que tenga más brillo

pueda ser la esperanza de paz y certeza de amar.

La familia comience sabiendo por qué y donde va

y que el hombre retrate la gracia de ser un papá.

La mujer sea cielo y ternura y afecto y calor

y los hijos conozcan la fuerza que tiene el amor.

 

Bendecid oh Señor las familias, Amén.

Bendecid oh Señor la mía también.

Bendecid oh Señor las familias, Amén.

Bendecid oh Señor la mía también

Bendecid oh Señor la mía también.

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