La primera misión de los padres: llevar a los hijos a Dios

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Que no se pierda ni uno solo de estos pequeños
30 de diciembre de 2010.- No hay mejor herencia para un hijo que la fe y la confianza en Dios; no hay mejor regalo para ellos en esta Navidad -y siempre- que acercarles al Señor; no hay mejor misión para una familia que enseñar a un hijo a rezar. En la transmisión de la fe a los hijos, nos jugamos mucho, no sólo el futuro de la sociedad o de la Iglesia, sino la felicidad terrena y la salvación eterna de los propios niños.transmitir_la_fe_a_los_hijos.jpg

María Belén, una niña de 6 años, llega a casa llorando, porque una amiga suya le ha contado que su padre se ha quedado sin trabajo y que había tantas discusiones en casa que sus padres han decidido separarse. A los tres días, llega el propio padre de María Belén a casa y cuenta que él también se ha quedado en paro. María Belén se acuerda entonces de lo que le ha pasado a la familia de su amiga y pregunta a sus padres con ansiedad: «¿Y qué nos va a pasar a nosotros ahora?» Y entonces dice su papá: «Nada, cariño, Dios proveerá». Y María Belén pasa del drama que se le había venido encima a cantar y a jugar, como si no pasara nada.

La anécdota la refiere el propio tío de María Belén, el padre escolapio Rafael Belda, autor del libro Al paso de los niños. Los niños en la Biblia (Edicep): «Éste es un modo imborrable de transmitir la fe que deja una huella y un sello interior mucho más firme que cualquier argumento verbal. Un niño, lo que necesita es vivir la vida así. Al decir: Dios proveerá, y al proponer: Vamos a rezar, vamos a rezar el Rosario, vamos a la iglesia…, estás confesando tu fe en que Dios nos cuida, y esto da al niño un eje interior que nadie puede romper».

(Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo / Alfa y Omega) Muchos niños crecen hoy sin la menor noticia de Dios, sin conocer que tienen un Padre en el cielo, que les ha dado la vida y con el que se encontrarán cuando terminen su existencia en este mundo. Por eso es tan importante transmitir la fe a los hijos, y hacerlo bien. Afirma el padre Rafael Belda que «los niños no sólo tienen capacidad para relacionarse con Jesús, sino también necesidad. Es un derecho de todo niño el ser acercado a Dios, y es un deber nuestro hacerlo… No es sólo que ellos tienen derecho a Dios; es que nosotros tenemos la obligación moral de llevarles a Él. Es muy importante que un niño nunca recuerde el día en que empezaron a hablarle de Jesús, porque eso significa que fue desde siempre. Y esta tarea comienza ciertamente en la familia». 

No hace falta contar muchos rollos
Así, se puede decir que es una verdadera injusticia para con los niños no darles la fe, no llevarles a Dios. Y para una comunidad cristiana -y la familia es la primera comunidad cristiana que conocen los niños- la transmisión de la fe es un deber intrínsecamente ligado a la misma experiencia creyente: no se puede ser católico sin ofrecer la fe. ¿Cómo hacer entonces que un niño pueda recibir la fe de sus padres? juan_de_dios_larru.jpg¿Cómo puede un padre hablar del Señor ante su hijo? Juan de Dios Larrú, profesor de Ética y Teología Moral en la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid, en la fotografía de la izquierda, señala que «lo primero que tienen que hacer los padres es vivir ellos mismos la fe, que sean creyentes de verdad. Una persona que vive la fe, la transmite. Un padre creyente comunica a Dios en todo lo que hace: vive las circunstancias de su vida en esta perspectiva. Por tanto, el primer consejo a los padres que quieran transmitir la fe a sus hijos es que vivan ellos mismos la fe profundamente. Deben cultivar primero ellos ese encuentro personal con Cristo».

El padre Rafael Belda es de la misma opinión: «No se puede dar lo que no se tiene. Transmitir la fe a los hijos sólo es posible si el padre y la madre son creyentes, si hacen ellos un camino de fe. Esa fe, si se vive, se transmite por ósmosis. No necesitas contarle muchos rollos a tu hijo. Tienes que vivir como un creyente, que es distinto. Los niños no necesitan que tú les expliques con muchas razones la existencia de Dios. Lo que necesitan es que tú lo confieses existente en tu vida diaria».

Entre el Rosario y las tortillas
cardenal_carlo_caffarra.jpgEl cardenal Carlo Cafarra, en la fotografía de la derecha, contaba que, de pequeño, en su casa se rezaba el Rosario por las tardes, y se quedaba admirado: ¿Qué es esto del Rosario, que hace que mi padre se ponga de rodillas? ¡Mi padre de rodillas! Y, al mismo tiempo, su madre estaba en la cocina batiendo los huevos para la cena. Su padre de rodillas, algo impensable, y su madre haciendo la cena. «La fe es así -confirma Juan de Dios Larrú-. Tiene que ver con lo más cotidiano y con lo más trascendente. Ésta es la experiencia que ha de tener el niño: que la fe forma parte de la vida de todos los días».

Las dificultades no son pocas. El profesor Larrú señala tres de ellas: «Una vida familiar pobre, propia de una cultura en la que la relación y la convivencia de los padres con los hijos está muy debilitada; una vida cristiana de mínimos, porque conformarse con lo mínimo, ir simplemente a misa los domingos, es claramente insuficiente, ya que el ambiente no favorece en nada la transmisión de la fe; y el moralismo de reducir el cristianismo a cumplir unas normas, a ser buenos y portarse bien: ser santo es mucho más que ser bueno, y la vida moral cristiana es tener una relación de amor y amistad con Cristo». También los abuelos deben tomar esta misión como propia, por el bien de sus nietos, dadas las dificultades que presenta la vida moderna a los padres de familia.

La Navidad, momento propicio
Por eso, la Navidad ayuda de manera innegable a que los padres puedan pasar a sus hijos los rudimentos de la fe. Es una oportunidad que no se puede dejar pasar. Juan de Dios Larrú aconseja hacer llegar a los niños que «la fe aporta alegría: es muy importante que la fe se celebre. La fe tiene que ver con la fiesta. Un niño debe percibir que la fe está unida al sentido gozoso de la vida. La Navidad es la alegría enorme de que Dios está cerca de nosotros». Y el padre Rafael Belda lo corrobora: «La Navidad es un momento de gracia especial. La sociedad ha convertido la Navidad en puro una_familia_canta_a_la_virgen_peregrina.jpgcomercio, ha perdido la relación con el misterio de la espera de Dios. Pero los niños perciben que pasa algo: hay vacaciones, se pasa más tiempo en casa, se ponen los adornos navideños, se va construyendo poco a poco el belén y la corona de Adviento, cantan villancicos, van a la Misa del gallo… A un niño nunca se le olvida el salir por la noche una vez al año con papá y mamá para ir a misa, con frío, a oscuras, y luego en la iglesia cantar y besar el Niño…; ni tampoco se le olvida el ir todos juntos a la Misa de las Familias, aunque suponga pasar frío o viajar toda la noche, eso no se olvida. Hay que llevar a los niños a las fuentes de la fe para que queden impresas en su psicología, en sus sentimientos, ya desde pequeños. Y darles la palabra de Dios desde la primera infancia también es crucial para construir sus vidas sobre la Roca firme. Narrar la historia sagrada, la historia de la salvación, a los niños les fascina, les entusiasma, vibran con ella…»

Para acabar, no hay que olvidar una cosa: en esta tarea de introducir a los niños en la vida de fe no estamos solos. La semana pasada, el obispo de Green Bay (Estados Unidos) aprobó como dignas de fe las apariciones de la Virgen en Champion (Wisconsin). Allí, la que educó al mismo Hijo de Dios en Nazaret, pidió a la joven Adele Brise, en 1859: «Enseña a los niños el Catecismo, cómo signarse con el signo de la cruz, y cómo acercarse a los sacramentos: esto es lo que deseo que hagas. Ve y no temas nada. Yo te ayudaré».


Lo que podemos aprender de los niños
¿Qué ha encontrado Dios en los niños para que Cristo los ponga como modelo del reino de los cielos? Así responde el padre Rafael Belda: «Primero: Los niños, cuanto más niños son, más necesitan de sus padres. Todo lo que suponga dependencia filial amorosa respecto de Dios es sustancial. El Señor nos pide volver a ser como niños que necesitan de su padre y de su madre, y que nada pueden hacer sin ellos. Nosotros, como cristianos, necesitamos de nuestro Padre Dios y de nuestra Madre la Iglesia.

Segundo: Los niños tienen una gran capacidad de espontaneidad y sinceridad. Cuanto más niños, más naturales, sin respetos humanos. Esa libertad es un signo del Evangelio, porque Jesús es así, dice lo que siente y manifiesta la  verdad que vive. Muchas veces nosotros calibramos excesivamente las consecuencias de lo que hacemos y decimos.

Tercero: La profunda necesidad de los niños de amar y de ser amados. Es lo definitivo. Los niños necesitan experimentar mucho el amor, y también saben dar amor, cariño, cercanía…

Cuarto: Los niños tienen una gran apertura a la Providencia, a la provisionalidad. Los niños no son calculadores, no hacen proyectos a largo plazo, no tienen planes estratégicos, no están agobiados por el mañana. A los adultos, lo que escapa a nuestro control nos desconcierta; no estamos abiertos a lo que, en su providencia, Dios pueda darnos y se pueda cruzar con nuestros planes».


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