La puesta en funcionamiento de la nueva evangelización a partir de varias experiencias / Por Monseñor Dominique Rey, obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon

Este es el texto integro de la tercera de las conferencias de Monseñor Dominique Rey, obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon, Francia, en el I Congreso de Nueva Evangelización, celebrado en Manresa (Barcelona) los días 7 y 8 de enero de 2012. Para profundizar más puedes leer la primera y segunda conferencia pinchando en:

La definición de la nueva evangelización y los desafíos en su aplicación / Por Monseñor Dominique Rey, obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon

La conversión pastoral que las comunidades cristianas tienen que vivir para poder inscribirse en la nueva evangelización / Por Monseñor Dominique Rey, obispo de la diócesis de Fréjus-Toulon

1.  Catequesis y formación

3 de febrero de 2012.- (Dominique Rey / Camino CatólicoLa formación forma parte de la misión.”Existe una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento.” (Benedicto XVI Motu proprio Porta fidei n° 10). Si Dios se ha hecho logos, es decir sabiduría y razón, nuestra fe en Cristo debe ser transracional. Esta pastoral de la inteligencia debe ofrecer diversas puertas de acceso y varias etapas, en función del “público” señalado: los principiantes, los que comienzan de nuevo, los catecúmenos, los cristianos comprometidos…

Las proposiciones de formación deben apuntar, no solamente a la adquisición de conocimientos, sino que también deben permitir entrar en una experiencia espiritual, teologal y eclesial, para poder apropiarse del discernimiento de la Iglesia y saber “dar razón de nuestra esperanza” (2 P 3,15)

La nueva evangelización solicita asimismo la formación específica de los responsables pastorales, para tomar en cuenta los nuevos modos de evangelización, la acogida de nuevos carismas. El aprendizaje de  los métodos y los procedimientos misioneros que ya han dado buena prueba… debe permitir la disposición de una “caja de herramientas”, cuyo uso no deberá será jamás ni mecánico ni “sistémico”. La formación de los responsables pastorales debe obedecer a la regla de las 5 “C”. Formar hombres y mujeres:

   De convicciónes decir de fe, y que mantienen una relación personal con Cristo y con la Iglesia.

   De coherenciacuya vida es un testimonio de pertenencia a Cristo y a la Iglesia.

   De conocimientocapaces de dar razón de la esperanza del Evangelio, y que han adquirido la inteligencia de la fe.

   De comuniónes decir insertados en una comunidad creyente y que confiesa la fe.

   De comunicaciónque tienen la inquietud de transmitir alrededor de ellos la alegría de creer.

Dado que el sacerdote preside el cuerpo eclesial en el nombre de Cristo y recuerda la fuente trinitaria de la vida cristiana, será el primer actor de la evangelización. El ministerio de santificación, de comunión y de enseñanza del párroco reclama hoy día una cualificación particular (recibida desde el seminario), para conducir al despertar misionero de las comunidades y garantizar su inscripción en el crecimiento del conjunto del cuerpo eclesial de la Iglesia diocesana y universal.

2.  Eclesiología de comunión

“La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera…La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión.” (Christifideles Laici n° 32).

La tensión misionera no es una dispersión por la cual la comunidad arriesga su disolución o su extenuación en un aumento de activismo. Debe hacer entrar en la comunión trinitaria y fraterna. Como cristianos, estamos llamados a creer, y también a pertenecer a un cuerpo. “Sois la familia de Dios” (Ef 2, 19). La participación a la comunidad cristiana puede, en ciertos casos, ser también factor de integración social.

La comunidad se pone en misión cuando está al servicio del crecimiento espiritual y humano de aquellos que son receptivos al Evangelio de salvación. La comunidad recibe su fecundidad sacramental de Cristo resucitado y la despliega en la vida de cada uno de sus miembros. Este crecimiento misionero de la comunidad se muestra igualmente en su estructura interna, en su cohesión orgánica que ofrece  a cada fiel el sustento necesario, en la importancia dada a la oración, a las obras de caridad, en la presencia en medio del mundo, y de los pobres.

En la perspectiva de una eclesiología de comunión, el dinamismo misionero conduce a la integración gradual de la persona interpelada por la proposición de la fe, en el seno de una comunidad que confiesa la fe y que es fraterna. La acogida, la escucha, la gratuidad de la hospitalidad, el testimonio de la caridad son primordiales. “Es la manera con que he sido acogido, lo que me ha dado el deseo de venir”, confiaba un catecúmeno que había descubierto la Iglesia participando a unos encuentros durante una comida parroquial.

La comunión se construye a partir de la “cabeza”, en el seno del equipo sacerdotal reunido alrededor del párroco o del moderador. Configurados al sacerdocio de Cristo para ser servidores del sacerdocio bautismal de los cristianos, los sacerdotes son responsables de la vitalidad del espíritu de la comunión misionera de la parroquia. Pastores dabo bobis (n° 18) evocaba “un nuevo estilo de vida pastoral” para los sacerdotes. Ellos tienen por vocación de vivir entre ellos la comunión que por responsabilidad deben hacer compartir a todos, de desplegar una vida espiritual arraigada en su apostolado y en la Palabra de Dios orada, compartida y celebrada fraternalmente. Es a partir de todo ello que la visión pastoral puede construirse y que el compromiso misionero de la comunidad puede desarrollarse. Se trata de entrar en una nueva dinámica espiritual y misionera que pueda constituir un cambio radical en relación a las prácticas del pasado.

Una vez establecida la comunión de los pastores alrededor de una visión común, será necesario suscitar una pequeña comunidad reunida alrededor del párroco, compuesta de sacerdotes, consagrados y laicos. Esta comunidad estará llamada a compartir la visión misionera y a apropiársela. Este “núcleo duro” constituye, alrededor del párroco y de los sacerdotes, una “fraternidad parroquial” de oración, de vida espiritual y pastoral a fin de llevar a cabo juntos la animación misionera, y asumir realmente la carga misionera. De entre ellos  se podrán elegir los miembros del Consejo parroquial, primera instancia de comunión en la parroquia.

La “fraternidad parroquial” tiene por meta el testimoniar de manera permanente la posibilidad de una vida de comunión dirigida hacia la misión. Debe promover el proceso de crecimiento a partir de la visión misionera inicial, compartida por todos los actores de la misión.

La fraternidad puede reunirse de manera regular, alrededor del equipo sacerdotal, alrededor de la Palabra, para la formación, para rezar juntos.

El objetivo es de definir y de hacer compartir un proyecto misionero global e integrante de las diferentes dimensiones de la misión, y este coloca a los bautizados en un proceso de proposición de la fe. Este proyecto realizará el inventario de los medios espirituales, comunitarios, pastorales y de formación que dispone la parroquia y que puede movilizar, en relación estrecha con los aportes exteriores.

En función de los lazos de pertenencia a la comunidad parroquial, podemos definir siete círculos inclusivos de compromiso:

-1: equipo sacerdotal                        ]

-2: consejo pastoral                           ]  fraternidad parroquial

-3: parroquianos comprometidos   ]

-4: parroquianos “ordinarios” (practicantes regulares)

-5: parroquianos ocasionales (practicantes irregulares)

-6: parroquianos excepcionales (petición sacramental excepcional: matrimonio, bautismo, entierro)

-7: sin contacto con la Iglesia

El proyecto misionero debe integrar una “estrategia” específica para cada circulo, promocionando el proceso de inserción del circulo más exterior hacia el más próximo del núcleo (la fraternidad parroquial). El proceso de integración hará pasar al cristiano del estatuto de “consumidor” al de “actor”, que toma a su cargo la vitalidad de la comunidad y la considera como un bien propio, como su casa.

La comunión fraterna necesita ser profundizada sin cesar (iniciación a “lo eclesial”), ampliada a los recién llegados, renovada por acontecimientos o proyectos movilizadores e “instituidores” de una auténtica fraternidad. En efecto, la comunidad existe y se desarrolla gracias al compromiso de sus miembros.

Impulsión kerigmática

“Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? “(Rm 10, 13-15a)

Para Pablo, la fe nace del kerigma (llamado también Evangelio) que es el germen que preceda a la didaché y prepara la catequesis. El kerigma constituye la reja del arado que hiende la tierra y la revuelve. El kerigma tiene un carácter de aserción, de atestación. Es un testimonio de vida (“Es una vida convertida la que convierte”) y de una proclamación.

La nueva evangelización debe reposicionar el kerigma a la vanguardia de la pastoral ordinaria para suscitar un nuevo impulso de fe y abrir los corazones de nuestros contemporáneos. El contexto de indiferencia y de incultura religiosa, y al mismo tiempo de pluralismo, hace urgente la necesidad de un primer anuncio de la fe. Este parte de la problemática propia de la secularización (pérdida de sentido y de referencias). El primer anuncio debe encontrar su lugar, no solamente en el recorrido catecumenal y dentro de la confesión de fe en la liturgia, sino igualmente en todos los momentos fuertes de la vida cristiana. Se trata de reelegir la pertenencia a Cristo y a la Iglesia, mientras que muchas personas “sacramentalizadas” están poco o nada evangelizadas.

El efecto de puesta en marcha del anuncio kerigmático debe iniciarse a partir de una  verdadera toma a cargo de la persona contactada. La comunidad cristiana podrá proponer un recorrido de iniciación, de pre o de post catequesis, un acompañamiento personalizado, con la perspectiva de llegar a una verdadera integración en el seno de la vida parroquial.

El anuncio kerigmático puede mostrar diferentes expresiones: puede ser formateado por ciertos métodos (puerta a puerta), y por ciertos grupos especializados (evangelización de la calle). Puede desarrollarse con ocasión de la misión popular. A menudo, las personas vienen a Cristo a partir de sus problemas. Experimentan una necesidad de sentido, de relación, de seguridad, de reconciliación, de interioridad… El amor de Cristo hace pasar sus necesidades de salud, de liberación, o de reconocimiento a una búsqueda de salvación y de verdad. La función del kerigma es de asegurar estos desplazamientos.

La enunciación del kerigma, que se apoya en el testimonio de vida, es la proclamación de la Palabra de Dios. El contenido de esta predicación debe hacerse no tanto a partir de lo que nosotros queremos decir, sino a partir de lo que las personas necesitan escuchar. Debe apuntar a la simplicidad, la claridad, constar de ilustraciones, conducir a aplicaciones prácticas, y volver a colocar al oyente y su libertad frente a la llamada de Cristo. Esta no busca tanto el aumento de conocimientos (el kerigma no es una enseñanza), sino que apoyándose en la Palabra de Dios, busca el cambio de vida.

El desarrollo de estas misiones supone el hacer una elección onerosa de antemano, para poder darse los medios humanos y económicos de emprender estas acciones. La Iglesia local debe entonces poder contar con el aporte de recursos exteriores (comunidades nuevas) para pasar de la pastoral de “la campana” a la pastoral del “timbre”.

Es necesario recordar que cada miembro de la comunidad cristiana necesita regularmente reescuchar por su propia cuenta el kerigma, para actualizar y reavivar la gracia de la fe recibida en el bautismo.

Proceso misionero

El Evangelio atesta una metodología misionera, y no solamente de un principio de anuncio de la fe (cf Mt 10 y Lc 10 que enuncian las consignas precisas de Jesús). La misión no puede reducirse a un acontecimiento aislado (“un golpe”). La misión se inscribe en un proceso. En Evangelii Nuntiandi, Pablo VI utiliza a propósito de la evangelización, el concepto de proceso de integración. En sentido filosófico y teológico, la palabra integración se define por “el acto por el cual un ser se realiza en el seno de un proceso”. Retomando nuestra definición, podemos afirmar que la Evangelización es el acto por el cual la Iglesia se realiza.

Así todas las actividades de la Iglesia deben articularse entre ellas, en una comprensión integral y dinámica, para que el que ha sido evangelizado, evangelice a su turno.

En el seno de la parroquia, el proceso misionero debe tener en cuenta varios niveles sucesivos: el anuncio del kerigma, la catequesis y el recorrido de iniciación, la vida litúrgica y sacramental, la diaconía de la Iglesia.

La pastoral del encuentro con Cristo conduce a una pastoral de puesta en camino, personal y comunitaria, organizada por etapas sacramentales y por umbrales de compromiso, desde los más exteriores hacia  los más interiores, y al mismo tiempo, de los más insertados en la comunidad en dirección de los que están más cerca del umbral.

En la puesta en obra de este proceso misionero, la gestión celular es estimulante. Por ejemplo, para que la parroquia se vuelva una comunidad de anuncio, de engendramiento a la fe, de integración en la Iglesia, de formación y de envío misionero al corazón del mundo, ella puede organizarse en tantas “comunidades eclesiales de base” (o ecclesiolae, cenáculos, casas del Evangelio…)

“Las « comunidades eclesiales de base » (conocidas también con otros nombres), son un signo de vitalidad de la Iglesia, instrumento de formación y de evangelización. En ellas cada cristiano hace una experiencia comunitaria.” (Redemptoris missio n° 51).

Cada célula o Iglesia-casa (o domestica) privilegia las relaciones de proximidad, de acogida personalizada, de oración, de acompañamiento, de estimulación fraterna por el intercambio espontaneo y la interpelación mutua…

Estos pequeños grupos pueden especializarse: grupos de evangelización para acoger persones en búsqueda, grupos de oración para sostener y profundizar el camino de fe, grupos de formación bíblica o catequética, grupos de servicio con un apostolado particular, grupos de acogida espiritual y de compasión de personas en dificultad… cuanto más crece la comunidad, las proposiciones se diversificaran en mayor medida, desde el punto de vista geográfico, cultural, espiritual, sociológico… dirigiéndose hacia públicos específicos.

Los pequeños grupos o células no son subdivisiones de la comunidad en tanto que microcomunidades, sino que se relacionan orgánicamente con la vida parroquial que es la sola “comunidad” con la plenitud de su dimensión ministerial y sacramental. El párroco debe vigilar a la necesaria articulación de las ecclesiolae entre ellas y a su integración sacramental al conjunto de la vida parroquial. Debe también asegurar la formación de los responsables y de su seguimiento. Cada comunidad eclesial de base debe ser un lugar de integración eclesial y de evolución.

El pastor vigilara que cada célula se desarrolle acogiendo nuevos miembros y se subdivide progresivamente en tantos nuevos grupos. La invitación a unirse al pequeño grupo implica la apertura y la movilización de cada miembro al “oikos” en su medio de vida (trabajo, vecindad, amigos) y también a una movilización espiritual (intercesión) y material del grupo encargado de acoger y de acompañar cada nuevo llegado.

Este proceso de desmultiplicación de las ecclesiolae debe ir en consonancia a la preocupación del crecimiento personal de los miembros y de su inserción en la vida de la comunidad sacramental.

  Relecturas y discernimiento

“El proceso de evangelización se transforma en un proceso de discernimiento; el anuncio exige que antes haya un momento de escucha, comprensión e interpretación.” (Lineamenta n° 3).

“La nueva evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos, de los primeros misioneros. Por lo tanto, es una acción que exige un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo, la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas.” (Lineamenta n° 5).

Hoy día es necesario adquirir una inteligencia de la misión alrededor de tres niveles:

1)   Lectura espiritual de la nueva evangelización, que llama a una conversión del corazón, a un despertar misionero de los bautizados, a un nuevo fervor apostólico de los pastores, a la escucha del Espíritu Santo. El compromiso misionero de la comunidad cristiana es relativo a su salud espiritual.

2)  Lectura pastoral de la nueva evangelización. Es la conversión de las prácticas, de los modos de funcionamiento y de las inversiones de las comunidades cristianas, de los nuevos estilos de presencia en nuestra sociedad. Se trata de descifrar los nuevos escenarios de la misión. La preocupación misionera de la comunidad no puede reducirse a los convencidos, si no para movilizarlos en dirección de los alejaros de la Iglesia.

3)  Lectura teológica y eclesiológica. El dinamismo misionero de la Iglesia no se reduce a un movimiento ad extra. La Iglesia es primeramente misionera por su existencia como comunidad reunida por la fe, la liturgia, la caridad, y que vive del Evangelio. Ofrece entonces la prueba, el signo de la presencia en ella de Jesucristo resucitado. Interpela a aquellos que buscan una esperanza, una comunión, un sentido a la vida; esta era ya la manera misionera descrita por los Hechos de los Apóstoles (2,42)

Liberar el crecimiento y el desarrollo de una comunidad cristiana necesita la puesta a punto de varios criterios. Estos han sido verificados por estudios de sociología religiosa.

    La delegación de responsabilidades. Favorecer el trabajo en equipo. Formar, sostener, motivar y acompañar cada uno de los colaboradores.

–    Apoyarse en los carismas. El acceso tecnocrático busca sin descanso “voluntarios” en función de los servicios a desarrollar. El rol de los responsables consiste más bien a desarrollar un acceso personalizado: localizar los dones y confiar los servicios en función de estos.

    Mantener el entusiasmo y la expresión personal de la fe, frente a una tendencia legalista y moralizante.

–    Una organización eficaz. El crecimiento de la comunidad es frenado por estructuras inútiles y tecnocráticas; al contrario la ausencia de organización es un factor de desorden y de tensiones.

–    El ars celebrandi, que recuerda Benedicto XVI, promueve experiencias edificantes e inspiradas que sostiene la fe.

    La puesta a punto de ecclesiolae. Cuanto más crece una comunidad, más crece el principio de casas, y esto es determinante para su crecimiento a la vez numérica y cualitativa.

    Una evangelización adaptada a las expectativas de nuestros contemporáneos y a las situaciones en las cuales se encuentran las personal situadas en el umbral.

    Mantener la convivialidad en el seno de la comunidad. ¿Cuánto tiempo pasan juntos los cristianos? ¿Se invitan mutuamente? Allí donde falta la caridad, el crecimiento de la comunidad está comprometido.

Para profundizar más y leer la primera y la segunda conferencia puedes pinchar en:

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