Las JMJ atraviesan generaciones: Hace 20 años asistieron a las JMJ de Santiago o Czestochowa. Ahora ellos son padres, y sus hijas, las protagonistas de la cita con el Papa

18 de agosto de 2011.- María, Laura, Nuria y Miriam cuentan los días que faltan para el 16 de agosto. No esperan la visita a Madrid de Justin Bieber o los protagonistas de Crepúsculo, sino la de Benedicto XVI. Sus padres no se extrañan: ya vivieron esa experiencia hace veinte años. Ahora ellas toman el relevo. José Ignacio Rodríguez es abogado. Tiene cuarenta y dos años y está casado con Mariví Gallego. Los dos acudieron a las Jornadas Mundiales de la Juventud de 1989 en Santiago de Compostela y a Czestochowa, Polonia, en 1991. A pesar de ir en el mismo grupo de la diócesis de Toledo, se conocieron después. Incluso en 1987, los dos estuvieron en una peregrinación a Guadalupe, indica José Ignacio. Más tarde, comenzaron a salir a raíz de participar en las reuniones de estos grupos juveniles tras la JMJ de Santiago. Su implicación le ha llevado a ser el encargado de organización de los Días en las Diócesis de Talavera. Ahora son padres de tres hijos. La mayor, Miriam, de trece años, irá con su colegio a la JMJ de Madrid.

(Miriam Sánchez /ABC«Tenemos una historia similar. De las peregrinaciones a Guadalupe surgimos un grupo que teníamos inquietud de algo más, de resolver nuestras dudas. Y como venía el Papa a España, nos picó el gusanillo», apunta Francisco Ciria. Francisco también tiene cuarenta y dos años y tres hijos. María, la mayor, se ha inscrito en la JMJ. Su mujer y él también coincidieron en una peregrinación y empezaron su relación. Cuando se le pregunta por lo que les mueve, Francisco se pone serio: «Son experiencias que te marcan, no puedes prescindir de ellas. Si me perdiera lo de Madrid sentiría que me falta algo en la vida. Ya no soy joven, pero lo que viví, lo quiero vivir como padre».

Emilia Fernández y Chema Bravo son padres de seis hijos. Las mayores, Laura y Nuria, van a la JMJ con el colegio y la diócesis, mientras los padres irán a la vigilia. Emilia recuerda con nostalgia las JMJ de Santiago y Polonia: «En Czestochowa no teníamos camas, dormíamos en el suelo. La gente era muy amable, y nos daba de todo, nos ofrecían su televisión, su comida…». Como el resto, conoció a su marido en una reunión de los peregrinos. «Es que salieron muchos matrimonios de allí», aclara.

Ayuda de los colegios

A pesar de su esfuerzo en la educación, todos confiesan que «no ha sido fácil».Y por eso aseguran que sin la ayuda de los colegios –los dos entre los que se reparten sus hijos son católicos, concertado y privado–, no habrían podido transmitir esa religiosidad a sus hijos. «Desde los colegios las motivan»,afirma Emilia. A pesar de ello, según Francisco, «el colegio influye mucho, pero la familia es el lugar donde se fragua esta manera de vivir. Yo a mis hijas se lo he metido en la sangre».

María tiene quince años. Se animó a inscribirse en la JMJ de Madrid gracias al colegio, en el que las monjas agustinas llevan tiempo recaudando fondos para facilitar a los chicos que puedan ir. «El año pasado fuimos a Santiago, al año Xacobeo. Vas, y como te gusta, repites. Voy con dos amigas. Pero en mi clase también hay otros que dicen que no irían ni locos».

Laura está a punto de cumplir dieciséis años. Nuria tiene catorce. Son hijas de Emilia y Chema. Para ellas, alumnas de un colegio privado católico, este «ha sido determinante, pues todo está basado y orientado a la JMJ». Laura puntualiza: «La familia está volcada con el tema, no sabemos hasta qué punto influyen uno u otro». De la clase de Laura van todas las chicas excepto dos, de la de Nuria, más de la mitad. Entre risas, confiesan con timidez que les encanta la idea de conocer a chicos extranjeros. Están entusiasmadas. «Otras jornadas serán lejos, esta es tan cerca que… ¿cómo no ir?», se pregunta Laura. «Lo que más me llama la atención son los testimonios que cuentan que te cambia la vida».

Ellos, padres e hijas, saben que la Iglesia recibe críticas. Saben que muchos no lo comparten ni lo comprenden. José Ignacio respira profundamente y su voz adquiere gravedad: «Es una cuestión de fe. Sientes la llamada. La gente no ama lo que no conoce, hay mucho prejuicio sobre el Papa, cada vez más se habla mal de la Iglesia… Y en la mayoría de los casos, solo es porque no la conocen».

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