Luca Laino, quien fuera adicto a la heroína y traficante, hoy sirve a Cristo en la periferia

“Pasé de ateo a vivir con Jesús y por Jesús, porque estaba inmerso en una estructura donde estaba la oración, pero en este episodio me di cuenta que estaba viviendo en Él, porque sólo en Él puedes sentirte perdonado”

28 de marzo de 2014.- (Danilo Picart / PortaLuz / Camino Católico)  Había rostros de desconcierto en algunos jóvenes de la comunidad Terapéutica Papa Juan XXIII, situada en la comuna de Peñalolén de la capital chilena, cuando el equipo de PortaLuzllegó para conocer la singular historia del ‘padre’ de ese hogar. Al interior de la capilla las emociones eran aminoradas por la voz de un hombre con acento extranjero quien tiene abierta la biblia en un pasaje del Eclesiastés que acaba de leerles. El hombre de ojos claros, que mira sereno a los muchachos y les tranquiliza es Luca Laino, a quien buscamos. Luego nos contaría que uno de los muchachos recién había abandonado el lugar, renunciando a rehabilitarse.  

Luca, italiano de 45 años, responsable de la comunidad, conforta a los jóvenes hablándoles sobre el texto bíblico que narra el eterno retorno… “No hay nada nuevo en esta vida. Todo recuerdo que estaba siendo hecho, ya lo habían hecho antes. Todo cuanto quedará ya está hecho. Podemos tener un buen trabajo, una casa bonita, con suerte una esposa bonita que te entienda, pero esta soledad que está vivida sin el Señor, te hace ver la vida sin sentido. Por eso creo que esto es importante, darnos la posibilidad de buscar esta esperanza, de descubrirla y hacerla a través de Él”. 

El proceso que están viviendo los jóvenes en este hogar, Luca lo lleva en la piel. Él también estuvo atrapado en la adicción y el juego de mentiras que envuelve al adicto. Es la primera vez que hablará del infierno en que estuvo por años y cómo logró la libertad cuando integró a su ADN lo narrado en la lectura de San Mateo: «Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura».  

La infancia truncada

Laino Carmelo y Mariotti Brunella, sus padres, como muchas familias agotadas por la crisis social y económica, decidieron escapar de Italia entre los años sesenta y setenta aglutinándose junto a colonias griegas y yugoslavas a lo largo de Alemania. Por ello Luca nació en ese país. Era el mayor de tres hermanos y el bulling con los inmigrantes era cotidiano en el colegio. Sus padres añoraban regresar a la patria y tras ese objetivo soportaban inhumanos turnos en faenas industriales. “Esto significaba encargarme de mis hermanos chicos, un hermano y una hermana. Además debía cuidar a varios primos. Era un papel para el que no estaba capacitado”.

Con menos de diez años era forzado a tener responsabilidades de adulto y en paralelo su personalidad iba siendo deformada por el machismo paterno que no toleraba debilidades en el hijo varón primogénito… “No podía regresar a casa diciendo que me habían pegado. Afuera tenía que ser choro (término coloquial usado en Chile para referirse a personas agresivas), mientras que en la casa era un principito. Este contraste fue muy fuerte. Además, en casa no tuve el espacio para desarrollar mi propia identidad para superar conflictos o frustraciones, todo lo arreglaban los papás. Estas realidades opuestas de mi ser crecieron y chocaron con el paso del tiempo”. 

Identidad perdida

La familia regresó a Italia cuando Luca tenía doce años. Llegaron a un pueblo pequeño “pero famoso” por el nombre dice Luca… Es Cattólica, cercano a Rimini. Todo estaba cerca, también los familiares. Luca admiraba a su primo Chisqui porque era el ídolo de todas las niñas del pueblo… pero también era un adicto. “Acercarme a su fama fue un hecho importante. Además, físicamente somos muy similares y yo era catalogado como el «primo de», siempre fui la «sombra». Al crecer esto de ser físicamente parecidos, atraía a la gente y se me acercaban de la misma forma que a mi primo”. Pero la identificación y eclipse era más profundo y Luca comenzó también a consumir drogas. “Vivía en un canal que no era el mío”, reconoce.

Luca confiesa que la onda hippie se sentía en el aire por las calles de Italia y mezcladas con las ideas venidas de oriente (New Age), justificaban el consumo para acceder a la “energía” universal. “Empecé a viajar temprano a India, Tailandia, Paquistán, Nepal, todas localidades donde existían cosas místicas, que se mezclaban con las drogas. Los primeros viajes que hacía a donde iba se pasaba bien, ya que la adrenalina jugaba mucho a favor. Éramos jóvenes y era guapo”. 

Todas las adicciones tienen un mismo daño espiritual

No tardó en ser dependiente de la heroína y por más descalabro, a los 21 años se enamoró de una mujer mayor. Esta relación, detalla, “terminó siendo otra adicción. Cambié las sustancias por ella y fue terrible. Los primeros tres años fueron bonitos, pero después pésimo. Era una persona más grande, estructurada, tenía un hijo y no consumía. Mi fragilidad se eclipsó por su orden, pero nuevamente me sentí segundo y un «nadie» en mi vida”. 

A los 28 años terminó la tormentosa relación, y se volcó a las drogas sin medida. Hacer lo que le gustaba, eso era para Luca aprovechar la “vida”. Y hundiéndose más exploró el narcotráfico… regresó a India para “cargarse” de heroína que luego vendería en Italia. “Pasé seis años en ese circuito y de pronto me di cuenta que la mayoría de los amigos que conocía en el ámbito de la droga ya estaban muertos de SIDA, sobredosis o cirrosis hepática. No tenía compañeros, ni arraigo, ni sentido, nada. Era una persona sin fuerzas, sin voluntad”. A los 34 años, sintiéndose apenas un ente que subsistía todo el vigor, la belleza que le acompañaba cuando tenía veinte años había desaparecido. “No tenía dientes y mi apariencia física se deterioró, hasta el punto de no valer nada. Por dentro me sentía vacío”. 

«Vivir con Jesús y por Jesús»

Sin rumbo, la noche oscura golpeaba a Luca y entonces tuvo la claridad de acudir a su hermana pidiendo ayuda. “Llevo grabado el rostro de mi hermana que me recuerda su gran amor”, dice. Con analgésicos enfrentó el síndrome de abstinencia inicial. Pero Luca no resistiría mucho y aprovechando su disposición lo trasladaron a la comunidad terapéutica Papa Juan XXIII en Italia, fundada por el padre Oreste Benzi en 1968. Allí, teniendo por modelo el seguimiento de Jesús pobre y siervo, en cuatro años continuos cumplió las tres etapas que componen el proceso hacia la libertad.  

Para sanar, perdonarse y perdonar contó con el auxilio espiritual estratégico de “don Nivio”, un sacerdote que de sólo recordarlo atrae paz a su alma. “Tenía un gran corazón, pues cuando te daba un cariño, te daba una paliza, figurativamente hablando. Lo veía como si fuere un boxeador, porque era directo y de pocas palabras”, precisa. 

Sus heridas fueron abordadas con la mirada de Cristo crucificado e hizo un fuerte trabajo de perdón… “Fue un método difícil, pero me dio la gracia de empezar una vida nueva… en tres años de comunidad pasé de ateo a vivir con Jesús y por Jesús -porque estaba inmerso en una estructura donde estaba la oración- pero allí, en este episodio me di cuenta que estaba viviendo en Él, porque sólo en Él puedes sentirte perdonado”.

Hoy Luca como gesto de amor con Jesús despliega toda la sabiduría y fe que le fue regalada, para ayudar en Chile a jóvenes de extrema pobreza que llegan hasta el hogar de Peñalolén buscando la libertad que inicia cuando se sana desde Cristo el alma.

 

 

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