Luis Álvarez, 30 años: «Dios me llama al Amor en los jóvenes más necesitados, a la santidad como salesiano consagrado y si Él quiere seré sacerdote. Mi fundamento es Dios»

* «A los 19 años me plantee que, si Dios realmente es Amor, solo puede ofrecerme una vocación de amor… En la universidad empecé a encontrar un vacío interior que me llevó a la pregunta: “esta vida que estoy viviendo, ¿es mía?”. Y entonces, el sacerdote que me acompañaba me dijo: “pregúntale a Dios”. Pues así hice y no, no recibí un whatsapp de Dios ni se me presentó en mi casa. Pero vaya que si respondió… En mi vida cotidiana hay dos pilares que, si me faltaran, no sería “yo”. La Eucaristía y la Reconciliación me recuerdan que Dios es siempre más, que yo no soy Dios (¡y menos mal!) y que su Amor es mi santidad. La fe necesita de la comunidad, del prójimo, porque el otro es rostro de Dios. Y en la comunidad, con los demás, encuentro la mejor escuela de vida, donde percibo actitudes que trabajar, convicciones que vivir, cualidades por las que agradecer»

Camino Católico.- Luis Álvarez Rodríguez tiene 30 años y lleva 7 de vida consagrada como salesiano. Actualmente vive en Madrid, aunque es de Puertollano (Ciudad Real). Este joven cuenta su camino de fe y vocación en primera persona en Jóvenes Católicos y asegura que “vivo convencido de que Dios me llama al Amor en los jóvenes más necesitados; me llama a la santidad como salesiano consagrado y, si Él quiere, futuro sacerdote. Mi fundamento es Dios y no soy, ni de cerca, digno de Él; pero sé que cada día cuenta en Él, porque cada día es suyo”. Actualmente estudia Teología y así explica su testimonio creciendo en la llamada y el Amor de Dios:

Con nombre propio: la llamada a la santidad en el siglo XX

Soy Luis, tengo 30 años y 7 de vida consagrada como SDB, salesiano. Actualmente vivo en Madrid, aunque soy de Puertollano (Ciudad Real).

Si hay una frase que repito en mi oración, es la que gritaba con fuerza santo Domingo Savio a san Juan Bosco: “¡quiero ser santo!”. La santidad, tal y como intento vivirla, es la vocación a la que Dios me llama. Por eso, yo, joven con 30 años, digo sí a vivir mi cotidiano con los ojos de Dios. Que la fe transforma es algo que sé bien.

Hace ya 10 años que salté a esta aventura. Desde primero de infantil hasta bachillerato, he estado en el colegio salesiano, pero no será hasta los 19 años cuando me plantee que, si Dios realmente es Amor, solo puede ofrecerme una vocación de amor.

Terminado el bachillerato, empecé la universidad, relaciones personales, amistades… Y surgió una inquietud que no entendía. Participaba como animador en un Centro Juvenil – Oratorio salesiano, pero no me caracterizaba por tener la mayor fe del lugar. Empecé un acompañamiento espiritual sin grandes pretensiones, pues mi vida “ya estaba hecha” (y lo empecé porque era catequista y me preocupaba no responder bien a los chicos y chicas). Tenía todo cuanto quería y, a los ojos de los demás, mi vida era perfecta. Pero para mí no. Empecé a encontrar un vacío interior que me llevó a la pregunta: “esta vida que estoy viviendo, ¿es mía?”. Y entonces, el sacerdote que me acompañaba me dijo: “pregúntale a Dios”. Pues así hice y no, no recibí un whatsapp de Dios ni se me presentó en mi casa. Pero vaya que si respondió…

Fue en el acompañamiento espiritual donde fui comprendiendo, muy poco a poco, que mi vocación a la santidad es vocación al servicio del Amor. Ni mejor ni peor, ni más raro ni más común, simplemente llamado. Esa simplicidad solo puede venir de Dios. Desde entonces vivo convencido de que Dios me llama al Amor en los jóvenes más necesitados; me llama a la santidad como salesiano consagrado y, si Él quiere, futuro sacerdote.

La vida religiosa te lleva por distintas ciudades y mentiría si dijera no hay que estudiar. Sin embargo, todo ello sirve a comprender que, cuando Dios llama, eso de “dejar todo y seguirlo” se convierte en modo de vida.

Soy un convencido de que nos hacemos santos en lo cotidiano. Vivo mi cotidianidad con fe. A veces más a tono y otras con menos (y… menos mal que está el sacramento de la reconciliación). La fe no exige acciones heroicas, sino que, gracias a la fe, cada acción se convierte en heroica. Mi fundamento es Dios y no soy, ni de cerca, digno de Él; pero sé que cada día cuenta en Él, porque cada día es suyo.

En mi vida cotidiana hay dos pilares que, si me faltaran, no sería “yo”. La Eucaristía y la Reconciliación me recuerdan que Dios es siempre más, que yo no soy Dios (¡y menos mal!) y que su Amor es mi santidad. La fe necesita de la comunidad, del prójimo, porque el otro es rostro de Dios. Y en la comunidad, con los demás, encuentro la mejor escuela de vida, donde percibo actitudes que trabajar, convicciones que vivir, cualidades por las que agradecer. Eucaristía y Reconciliación no son cosas del pasado, “de la Edad Media” o de gente mayor. La vida religiosa se nutre en los consejos evangélicos (pobreza, obediencia y castidad) y, es en la vida cotidiana, donde me juego mi consagración, porque es ahí donde Dios me llama a ser santo. Reconciliación y Eucaristía se vuelven imprescindibles en la rutina cotidiana.

Quiero ser santo, sí. Por ello, intento cada día que Dios cuente, que Dios sea mi centro para poder gritar al mundo que Dios sigue llamando a la santidad. ¿Por qué no seguirlo? Llego a 30 años de vida apasionado, enamorado de mi rutina, de mi cotidianidad, porque es ahí donde Dios me va moldeando con mucha paciencia. Soy el vivo ejemplo de que la paciencia de Dios es infinita, es eterna, es misericordia, es Amor.

Actualmente soy estudiante de Teología y, cuanto más estudio este gran Misterio, más dejo de mirarlo y empiezo a participar de Él. Cada acción cuenta; y no porque esa acción vaya a hacernos santos, sino porque esa acción debe hablar del Amor. Mi leifmotiv: porque ya somos santos, no podemos vivir de otro modo. Esta es mi vida; está sí es mía, porque es de Dios.

Luis Álvarez Rodríguez


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