Pilar Rodríguez, madre de Marta Obregón asesinada por un violador y en proceso de beatificación: «Rezo todos los días por la conversión del asesino de mi hija»

A la izquierda, Pilar Rodríguez, junto a su hija Marta Obregón en proceso de beatificación

* La diócesis de Burgos inició en julio de 2007 los primeros pasos para introducir la Causa de Beatificación de la joven, al conocer su fama de santidad y ahora la documentación será enviada a Roma. Murió en 1992, a los 22 años, asesinada, tras resistirse a un hombre que pretendía violarla

* Francisco Javier, último novio de Marta: «Palabras de Marta que comparto con ella: La verdadera y única paz se encuentra en Dios, y todos estamos de paso en esta vida»

Camino Católico.-  «Para una madre tener que enterrar un hijo es muy duro, pero en mí caso, ha sido más doloroso aún. En el año 1992, mi hija estudiaba quinto de Periodismo en Madrid, y había venido a Burgos, que es dónde vivíamos nosotros, a preparar sus últimos exámenes» explica Pilar Rodríguez, madre de Marta Obregón. Ella siempre recordará aquella noche del 21 de enero de 1992, en la que su hija, de 22 años, después de haber estudiado durante toda la tarde en el club Arlanza, un centro de mujeres del Opus Dei, fue asesinada, tras plantar resistencia a un hombre que pretendía violarla. En su diócesis de Burgos, se inició en julio de 2007 los primeros pasos para introducir la causa de beatificación. Marta entregó su vida a Dios en defensa de la pureza, como María Goretti en 1902 y Albertina Berkenbrock, en 1931.

«Marta apareció a los seis días en un campo, cubierta de nieve, con 14 puñaladas y todo el cuerpo lleno de golpes del asesino que la mató», rememora con dolor Pilar Rodríguez en el vídeo que ofrecemos y en el reportaje sobre la corta pero intensa vida espiritual de su hija Marta Obregón, de la cual hablan personas que la conocieron y de quien publicamos un vídeo-resumen de su vida. Recuperamos estos testimonios que recopilamos y publicamos en Camino Católico en el año 2011, coincidiendo con el hecho que va a concluir la fase diocesana del proceso de beatificación en Burgos, y está a punto de enviarse toda la documentación a Roma. Parte de ella en la que se cuenta la vida, el amor a Dios de esta joven, sus escritos y el bien que ha hecho a muchas personas ha quedado plasmado en el libro Marta Obregón, ‘Hágase’ Yo pertenezco a mi amado (Editorial Fonte Monte Carmelo), escrito por el sacerdote Saturnino López, postulador de la causa de beatificación de esta joven.

Pilar Rodríguez, madre de Marta, asegura que «en mi vida hay un antes y un después de este suceso. A raíz de esto todo se viene abajo. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos por mi familia, ya que si yo me hundía, mi familia, también. Y es cuando puedes tomar dos caminos: uno, echar la culpa a Dios de lo que ha ocurrido, y solemos ser muy dados a esto; o, dos, acercarme mucho más a Él de lo que estaba. He llorado muchísimo y empecé a acercarme más a los sacramentos; a rezar mucho más. También me acerqué mucho más a la Virgen y le pedía constantemente que me ayudará con tal asunto, o en el día de hoy… Le preguntaba al Señor: ¿por qué has permitido Tú la muerte de mi hija? Hoy empiezo a entender un poco más. Y es que Dios no tiene la culpa del mal que hay en el mundo. Durante el primer año he rezado todos los días un Acordaos por el asesino de mi hija para que se convirtiera».

La conversión de la una amiga de la madre

Marta Obregón con su familia

La muerte de Marta provocó una conversión, la de Montserrat, madre de dos hijos y amiga de Pilar Rodriguez. «Eexperimenté un cambio en mi vida. El Señor me ha dado la vuelta como a un calcetín. Todo lo que soy y tengo es porque Él me lo ha dado. Como san Pablo, hablo de lo que he visto y he vivido. Ya no soy la misma persona. Sólo vivo para Él. Le veo en todas partes, en mi familia, en mis amigos… Si amas a Dios no puedes dejar de amar a los hermanos. El Señor me está despojando de muchas cosas… Me he enamorado de Dios, como Marta. Me tiene loca», cuenta Montserrat.

Y es que a la propia Marta le ocurrió algo parecido. Vino cambiada de un viaje a Taizé con el Camino Neocatecumenal. Aunque en la adolescencia se alejó algo de la fe, siempre fue educada, en su casa, en el cristianismo. No quería que su madre le advirtiera de los peligros, sino que quería tropezar ella misma para poder aprender. Saturnino López Santidrián, director de la Sección de Licenciatura en Teología Espiritual, profesor de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología y postulador de la causa explica que Marta Obregón descubrió en Taizé «nuevos aspectos, y, al decir de su madre, de allí regresó tocada irremisiblemente por el Señor. Tuvo lugar una prodigiosa reconversión».

Este encuentro profundo con Cristo se refleja en una carta que Marta escribió desde Francia, aquel verano, a una amiga segoviana: «Me encuentro en Taizé, con unas 6.000 personas. Son gente cargada de ganas de vivir, que tienen como punto de unión a nuestro Dios. Es curioso, pero cuando descubres algo importante en tu vida, y caes en la cuenta de cosas fundamentales que hasta entonces pasaron inadvertidas a tu lado, te encuentras francamente bien, en paz… La vida es genial. Después de la tormenta viene la calma».

Una niña bastante especial

Marta Obregón con unas amigas

Marta siempre fue una chica llena de vitalidad, de alegría desbordante y contagiosa. Era generosa al máximo, pensaba más en los demás que en ella misma. Su tesón era inmenso, pues era muy luchadora y todo lo que comenzaba lo intentaba terminar. También, tenía una personalidad muy fuerte y confiaba mucho en la gente, según cuenta su madre. Pilar Rodríguez: «Marta era una niña bastante especial. Era muy dinámica, muy alegre… una preciosidad de cría. Era estudiosísima; ayudaba a todo el mundo, en fin, era una cría de unas virtudes humanas muy buenas. Era una niña que llamaba la atención. Era super moderna de entre las que hubiera; estaba al día en todo. Atraía a todo el mundo ya que tenía una simpatía arrolladora».

Los que la conocieron, aseguran que era impulsiva, espontánea, muy comunicativa, y al tiempo delicada y prudente; muy cariñosa y atenta, con un espíritu firme, franco y jovial.

Marta tenía el deseo de una vida de entrega total a Cristo, y curiosamente algunas de las amigas con las que más se juntaba son ahora monjas de clausura. Hasta cinco chicas dispersas en conventos de Caleruega, Soria o Palencia.

Una de ellas, Sor Clara María del Espíritu escribe en una carta al postulador: “Cuando dos años después de su muerte nos vimos un grupo de chicas montadas en un coche, dispuestas a hacer una experiencia en un monasterio (todas amigas de Marta), pensamos que era cosa suya, que desde el cielo estaba preparándonos algo (…), ahora me encuentro aquí, en Soria, siendo clarisa, esposa de Jesucristo, feliz y contenta”.

El que fue su último novio, Francisco Javier, y con el que mantuvo un amor ejemplar, escribió unos días después de su muerte, en la revista Círculo Joven, en febrero de 1992, que «Marta triunfaba donde pisaba: todo el mundo quería estar con ella, y aunque nos amaba profundamente, tenía los ojos puestos en Dios. Los últimos apuntes, sus artículos que indicaban que, si al menos nos diésemos cuenta de qué es lo que realmente importa en nuestra vida, sólo son la punta del iceberg de la grandeza de su alma. El Señor me dio a Marta y el Señor me la quitó, pero ha sido tan galante conmigo que, antes de llevársela, la apartó afectivamente de mí, para que mi sufrimiento no fuera mayor. Quiero terminar con palabras de Marta y que comparto con ella: La verdadera y única paz se encuentra en Dios, y todos estamos de paso en esta vida».

Media hora de adoración diaria de rodillas

En aquella época Marta cursaba Periodismo en Madrid, y el último curso lo estaba haciendo desde Burgos, donde vivían sus padres y estudiaba por las tardes en el Club Arlanza de Burgos. Solía hacer todos los días media hora de oración, casi siempre de rodillas, ante el Sagrario, y hablaba con frecuencia con la directora del Club. Ésta recuerda que “era una mujer que había encontrado a Dios, pero seguía buscándolo cada vez con más intimidad. En los últimos meses siguió acudiendo al Camino Neocatecumenal, al que se sentía muy unida, y donde ella se sentía proyectada para ayudar al mundo… Era una mujer con profunda vida interior, que se palpaba en su actitud… Al mismo tiempo que buscaba con mucha fuerza a Dios, se daba a los demás”.

Marta era muy estudiosa, con buenas notas y aficionada al deporte, como el patinaje sobre ruedas, el atletismo, la natación y el tenis. Llena de vitalidad, cometió un tropiezo en su adolescencia con un novio que tuvo, de lo cual se arrepintió enormemente. A la vuelta de Taizé, se confesó con un sacerdote que no la absolvió. Nadie sabe por qué. Sin embargo, un día de excursión encontró a un sacerdote con el que pudo confesarse sin problemas. A partir de este momento, la opresión que sentía en su interior desapareció, experimentó que Dios la quería a pesar de todo y, llena de alegría, de gozo y de paz, se lo hizo saber a sus amigas. Dios la había perdonado. Había experimentado la misericordia divina, y decidió conocer el Camino Neocatecumenal. «Quería dar a Dios todo en gratitud, al sentirse perdonada», cuenta Stella, una de sus amigas. Además, quería irse de itinerante como seglar, para predicar el Evangelio.

Pilar, su madre, afirma que era una chica que quería hacer el bien. Y que, desde los siete años, quería ser periodista para transformar el mundo. No tuvo tiempo para eso, pero sí para descubrir lo único que importa: Dios, como llegó a contestar a un sacerdote ante la pregunta de cómo le iba la vida: «Hoy por hoy, en mi cabeza sólo cabe Dios». Marta le pedía al Señor que le enseñara su camino, y pronto: «¡Oh Dios, ayúdame, por favor, ya! Que no hay tiempo…, que la vida es muchísimo más corta de lo que, pobres ilusos, pensamos… Que cuando Tú quieres nos coges y nos llevas de este suelo que nos ha tocado vivir. Ayúdame a encontrarte. Ábreme bien los ojos y mi corazón». Ella buscaba cada vez más a Dios, y sabía que la llamaba a algo muy especial, pero no sabía a qué.

El ejemplo de Marta

Pilar Rodriguez relata el momento en que vió por primera vez a su hija muerta así: «Cuando llegué al tanatario vi la cara de paz que tenía mi hija. Un canónigo de la catedral, al verla me dijo: ´esta niña ha muerto santa por que es impensable que con una muerta tan violenta tenga esa cara´. Parecía una Virgen niña, con paz. Mi hija murió perdonando a quién la estaba matando».

Como joven enamorada de su amado en el entierro el féretro entró a la iglesia con el canto del Ven del Líbano Esposa, recogido del Cantar de los Cantares, y que los presentes cantaron emocionados. Justamente, días antes había hablado con una amiga sobre cómo le gustaría que fuese su entierro si moría.

“Hágase”. Esta era la palabra que siempre tenía Marta Obregón en la boca. Al igual que la Virgen, durante los dos últimos años de su vida su empeño pasaba por querer hacer la voluntad de Dios. Viendo los antecedentes de su asesino si no se hubiera resistido a la violación seguramente seguiría viva. Pero ella quería entregar todo a su Amado, y ese no era otro que Cristo. Y no se reservó nada para ella. Ni siquiera su vida.

Quería ser misionera “itinerante” y lo fue desde el mismo instante de su muerte. Conversiones, gracias espirituales y físicas, vocaciones… Mucha ha sido la ‘guerra’ que Marta ha dado desde su asesinato.

Al conocer las circunstancias de su muerte y la fama de santidad de Marta, la diócesis de Burgos propuso su beatificación y en julio de 2007 se dieron los primeros pasos para introducir su Causa.

Pilar recuerda que su hija había apuntado en un cuaderno: «Si yo pudiera dar ejemplo con mi vida. Marta ya está dando ejemplo con su vida. Se puede vivir una vida de piedad, como Marta, estando en el mundo y siendo moderna. Dios tenía unos planes para ella y ójala que se cumplan», concluye la madre de Marta.

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