Marcos Delía, jugador internacional de baloncesto: «Me pongo en manos de Dios y de la providencia, rezó para pedirle fuerzas y aceptar su voluntad»

* «Mi mujer no estaba bautizada. Su madre era anglicana y su padre católico, pero no eran creyentes. Cuando nos conocimos Julia estaba buscando esa verdad que todos anhelamos. Yo comencé a hablarle de Dios y le decía: ‘¿Por qué no escuchas estas respuestas que tiene la Iglesia?’. Comenzó a leer algunos libros y al final decidió iniciar las catequesis para recibir el bautismo y el resto de los sacramentos. Decidimos no vivir juntos hasta el matrimonio. Hoy es ir a contracorriente, pero nosotros vimos que era lo que correspondía con lo que creemos. Fue además un paso muy positivo en nuestra relación. Lo hicimos porque compartíamos el mismo proyecto de vida, de querer formar una familia, y hasta aquí nos ha traído, pues queremos más hijos y crecer más. Es lo que nos llena el corazón.. Todos los días le agradezco a Dios lo que hago, los privilegios que me da el baloncesto y también los sacrificios que exige, como estar lejos cuando murió mi padre. He aprendido a ofrecérselos a Cristo, a apoyarme en Él y a encontrar sentido al sufrimiento. Pero de haber tenido otra vida y otra profesión también me sentiría bendecido»

Camino Católico.- Marcos Delía es un rara avis en el mundo del deporte. Ha ganado medallas inter­nacionales, ha jugado en España, Italia o Lituania y competido en dos Juegos Olímpicos. Pero no es el baloncesto su gran pasión. Enamorado de Dios y de la Iglesia, este argentino es un ejemplo de humildad y coherencia en un ambiente lleno de vanidad y hedonismo.

Es la torre de la selección argentina de baloncesto, pero también el pilar espiritual de un combinado aguerrido y competitivo. Con sus 2,11 metros de altura, este pívot de 31 años ha cosechado una importante carrera internacional. Fue subcampeón del mundo con Argentina en 2019, ha participado en dos Juegos Olímpicos, con sendos diplomas, y entre otros éxitos, en 2022 se proclamó campeón de América con su selección. En España ha jugado en equipos como el UCAM Murcia y el mítico Joventut, en Italia en clubes históricos como la Virtus de Bolonia o el Trieste, y actualmente en Lituania, país baloncestístico, defiende la camiseta del BC Wolves. Una trayectoria para sentirse orgulloso.

Casado con Julia, una joven que se bautizó tras conocerle, y padre de un hijo de año y medio, para Delía la fe es una cuestión capital. La oración, el rosario diario mientras va a entrenar y la lectura espiritual son parte indispensable de su rutina. No hay viaje con su equipo en el que en su maleta no haya un libro para crecer en su fe. Al igual que cada día trabaja su cuerpo para competir, también entrena su alma para la batalla. Es un testimonio de fe que muestra cómo ser una luz en ambientes donde parecería que la claridad no llega, que cuenta su experiencia vital a Javier Lozano en la  Revista Misión

– ¿Cómo era la fe del pequeño Marcos?

– La fe siempre estuvo muy presente en mi familia. Somos cinco hermanos, y yo soy el mayor. Mis padres nos llevaban a misa todos los fines de semana, cumpliendo con el precepto, y yo crecí así. Tal vez de pequeño no comprendía bien lo que era la fe, pero en el día a día tuve en mi padre y en mi madre a dos catequistas. Ahora me doy cuenta de lo afortunado que fui, y doy gracias a Dios todos los días por haber recibido una educación cristiana.

– Para sus padres, ¿transmitiros la fe fue algo central?

– Sí. No somos de los que dicen “soy católico no practicante”. Siempre hemos ido a misa, recibido los sacramentos, y la fe nos ha marcado el camino. Nos guía en cada paso que damos, ya sea laboral, familiar, en los estudios…

– Su mujer no estaba bautizada cuando la conoció y ahora es católica…

– Su madre era anglicana y su padre católico, pero no eran creyentes. Cuando nos conocimos Julia estaba buscando esa verdad que todos anhelamos. Yo comencé a hablarle de Dios y le decía: “¿Por qué no escuchas estas respuestas que tiene la Iglesia?”. Comenzó a leer algunos libros y al final decidió iniciar las catequesis para recibir el bautismo y el resto de los sacramentos.

Marcos Delía con su esposa Julia que se convirtió al catolicismo cuando lo conoció / Fotografía: Teodoras Biliūnas – Revista Misión

– También decidieron no vivir juntos hasta el matrimonio.

– Hoy es ir a contracorriente, pero nosotros vimos que era lo que correspondía con lo que creemos. Fue además un paso muy positivo en nuestra relación. Lo hicimos porque compartíamos el mismo proyecto de vida, de querer formar una familia, y hasta aquí nos ha traído, pues queremos más hijos y crecer más. Es lo que nos llena el corazón.

– ¿Por qué hay tan pocos deportistas que se declaren católicos?

– En mi carrera este es el primer año que tengo un compañero católico que vaya a misa. Es de Filipinas. Sí he visto cristianos, muchos de EE. UU., pero son evangélicos. Católicos no he encontrado.

– ¿Habla de su fe en el vestuario?

– Cuando se puede. Obviamente, cuando me preguntan respondo y trato de dar razones de mi fe. Ven que soy católico, porque llevo una cadena muy especial para mí y rezo antes de los partidos. Pero no es un tema que se suela poner sobre la mesa, porque en el vestuario se suelen tener conversaciones más triviales.

– Pero ¿cree que a ellos les interroga su forma de vivir y de pensar?

– Recuerdo que cuando jugué en Murcia tenía un compañero que me preguntaba cómo podía vivir todo con tanta tranquilidad y que por qué era así. Y yo le decía que me pongo en manos de Dios y de la providencia, que rezo para pedirle fuerzas y aceptar su voluntad. Pero en los equipos, debido a las circunstancias, no se llega a crear un vínculo profundo para llegar a ese punto de la conversación. Espero que, pese a lo poco que hago, pueda servir de testimonio de la Palabra de Nuestro Señor.

– Con tantos viajes y partidos, ¿cómo hace para ir a la misa los domingos?

– Esta es una mancha de esta profesión. A veces es completamente imposible porque viajas el mismo domingo y tras el partido regresas ya tarde. Cuando ocurre esto voy los sábados, y también entre semana. En cada hueco que tengo trato de ir a misa. Por suerte, en los últimos años he tenido día libre en Pascua y la he podido celebrar como se debe.

– ¿Qué es para usted la Eucaristía?

– Es participar en el sacrificio de Nuestro Señor y así agradecerle la redención que nos regala cada día. Es también un rito hermoso. Somos afortunados y tenemos que darle gracias a Dios por poder acudir a la Eucaristía todos los días.

– ¿Cómo vive su fe en el día a día?

– La oración es una parte fundamental de mi vida. Rezo cada día el Santo Rosario. Ahora como el trabajo me queda lejos lo rezo en el coche de camino al entrenamiento, y si no en casa. También hago una oración por la mañana cuando me despierto y por la noche tengo un diálogo con Dios en el que le doy gracias, le pido por mis difuntos y por mis seres queridos. Y además de ir a misa y de recibir los sacramentos tanto como puedo, me gusta mucho leer y formarme. Es algo que aprendí de mi padre: el amor a la lectura para buscar la verdad.

– ¿Y qué lecturas realiza?

– He leído mucha apologética católica. Al padre Castellani, a Chesterton, y mi padre me dio a conocer a Peter Kreeft. También leo historia. Estoy ahora en esa etapa. Y la tercera pata son las novelas clásicas y cristianas.

– ¿Le ayudan?

– Mucho. Esta lectura diaria de cosas buenas va formando la personalidad y va forjando el espíritu. Pero también me ayuda a despejar mi cabeza, y veo como algo bueno que este tiempo de ocio y de poder descansar de las tareas diarias tenga algo de edificante y productivo.

– ¿Se lleva esos libros a sus viajes?

– Sí, siempre. En mis viajes voy con el cepillo de dientes y un libro (risas). Cada vez disfruto más de poder leer. Lo prefiero a estar con el teléfono y los cascos todo el tiempo.

– ¿Participa de algún grupo o movimiento para vivir su fe?

– He tenido que vivir mi fe de una forma más personal. Por el hecho de no poder estar mucho tiempo en la misma ciudad es difícil generar lazos con una comunidad. Pero tengo contacto casi diario con un sacerdote y cuando surge algo importante hablo con él.

¿Cómo ve la situación de la Iglesia?

– No la veo bien. Hay discordia en su interior. Existe una parte que quiere dejarse arrastrar por esta corriente progresista y relativista, donde no existen el bien y la verdad absoluta, y donde incluso no hay cuerpos reales, donde si alguien dice percibirse mujer puede serlo legalmente al día siguiente. Y luego están los que se quieren mantener en la Tradición y en las enseñanzas de la Iglesia. Lo peor que le puede pasar a la Iglesia es la división.

– ¿Qué se puede hacer?

– Creo que si uno se forma con honestidad intelectual siempre llega a la Tradición y a las enseñanzas de la Iglesia de toda la vida. Luego está también la labor de medios como Misión que ayudan a las familias a formarse.

– ¿Le preocupa como padre las ideologías actuales que acechan a los hijos?

– Mucho, porque nos llevan por un camino completamente opuesto al bien, a nuestras creencias y a las de nuestros padres. Que digan, por ejemplo, que un hijo no es de los padres, sino que le pertenece al Estado es una aberración. Dan ganas de arremeter contra el Estado, porque esto es lo más íntimo que le pueden tocar a una persona. Y hoy dicen estas cosas, pero ¿qué harán después? Esto me produce impotencia porque son unos pocos los que las quieren implantar a toda la sociedad.

– ¿Por qué cree que se ataca tanto a la Iglesia?

– Si nos ponemos escatológicos, vemos que el diablo quiere destruir a la Iglesia y a la familia e imponer su reinado en este mundo. Y quiere convencernos de que la Iglesia ya no tiene nada que aportar al mundo. Para mí es al contrario: ¡cuanto peor está el mundo, más razón tiene la existencia de la Iglesia!

– ¿Y piensa en algo que va más allá como es el Cielo y la vida eterna?

– Sí que lo pienso. Desde que mi papá falleció [pocos días antes de esta entrevista], pienso mucho en el Cielo. Querría encontrarme con él allí y sobre todo estar en la presencia de Dios. Espero encontrarme allí con toda mi familia.

– ¿Se siente bendecido por Dios?

Sin duda. Todos los días le agradezco lo que hago, los privilegios que me da el baloncesto y también los sacrificios que exige, como estar lejos cuando murió mi padre. He aprendido a ofrecérselos a Cristo, a apoyarme en Él y a encontrar sentido al sufrimiento. Pero de haber tenido otra vida y otra profesión también me sentiría bendecido.

Marcos Delía con su hijo / Fotografía: Teodoras Biliūnas – Revista Misión

– Cuando viaja a distintas ciudades, ¿intenta conocer sus iglesias?

– Sí, siempre. Quizás en Lituania no haya tantos lugares santos. Pero en los años que estuve en España e Italia intenté conocer muchas iglesias, reliquias… En España pude estar en Santiago, en Caravaca, en Montserrat… Esta profesión te quita tiempo de estar con tu familia, pero por otro lado tiene estas cosas que de otra forma es difícil disfrutar.

– ¿Es muy diferente la fe en los países en los que ha vivido?

– En España y en Italia se vive la fe de una forma muy parecida. En Lituania, los veo muy piadosos y devotos. Hay otra atmósfera en la misa, quizás con más recogimiento. Y también lo veo en la sociedad, es un pueblo que ha sufrido mucho bajo el comunismo, y se ve en las personas. En España e Italia la fe se vive con un enfoque más festivo.

– ¿Qué espera de la vida cuando deje el baloncesto?

– Es una buena pregunta, porque no lo sé ni yo. Sé que el final de mi carrera se acerca, pero no lo estoy planificando. Me gustaría regresar a Saladillo, una ciudad de sólo 30.000 habitantes, y tener mi casa allí. No me veo relacionado con el baloncesto, porque me ha desgastado mucho estos años. Me vería trabajando en unos de los negocios de mi familia y después buscar algo más.

– ¿Cómo surgió su amor por el baloncesto?

– Fue algo progresivo. En mi pueblo jugaba un poco a todos los deportes. Pero un amigo me llevó al mundo del baloncesto cuando tenía 13 años. Comencé a entrenar, mejoré mucho, y me di cuenta de que tenía un talento especial para este deporte. Con el paso de los años comprendí que podía dedicarme a esto profesionalmente.

– ¿Qué le aporta el deporte a niños y jóvenes?

– No soy un fanático de que todo sea deporte, pero está claro que puede ser un fusible importante en la sociedad. Te enseña a trabajar en equipo, a domar el ego que todos tenemos. Te muestra también que es importante sacrificarse por un objetivo, que existen jerarquías que hay que respetar… Son cosas importantes que forjan el carácter y una forma sana de ver la vida.

– Tiene ya todo lo que el mundo ansía: fama, dinero, una familia… ¿Cómo logra mantener los pies en el suelo?

– Es complicado. Muchos acaban teniendo problemas a corto y largo plazo. Para mí, la educación de mis padres fue fundamental para saber mantener la calma, trabajar con humildad, y no creerme superior a nadie. Tomé la fama como algo circunstancial y nunca le he dado valor. Al final, estas cosas que me fueron inculcando de pequeño se han convertido en una línea de trabajo y de vida.

– ¿Cómo asume tantos cambios de país y de ciudad?

– Es difícil. Con el paso de los años, y más ahora que soy padre, estos cambios constantes cada vez cuestan más. Pero junto a mi mujer tratamos de vivirlo como una experiencia enriquecedora, sabiendo que la vida del deportista es corta. Podemos conocer culturas y es también como una peregrinación. En cada sitio visitamos los lugares santos, las iglesias, e intentamos conocer cómo viven la fe.


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