María de Cea, 19 años: «La fe y mi relación con Dios son la esencia de mi vida. Cada día le doy a Dios mi vida para que me enseñe a quererme para poder querer a los demás»

* «Cuando Dios se convierte en tu centro de gravedad, tu vida se convierte en todo menos normal. Porque toda gira en torno al amor que tienes dentro y el que quieres dar, Amor a la vida, a la gente que me rodea, a la que me quiere y a la que no, amor a la cruz. Y vives expectante a cuál será la próxima maravilla del milagro de tu vida, incluso cual será el próximo bache que te dejará ver todo lo bueno que compensa el esfuerzo de superarlo. Mi vida es un acto de entrega constante, a Dios y al mundo y le pido que llegue a cada persona que me rodea a través de mí. Y así se hace de la rutina algo extraordinario, poniendo todo mi ser y cada acto y dándome hasta gastarme. Y, sobre todo, la clave para que todo esto funcione está en vivir rezando, no pensando. Dejar cada decisión en manos de Dios y estar dispuesto a ser la excepción a la norma por que como dijo la Madre Teresa de Calcuta ‘a veces creemos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota’»

Camino Católico.- María de Cea tiene 19 años y nació en una familia católica practicante, pero “cuando me empecé a plantear cuales eran mis prioridades, qué cosas tenían que tener un protagonismo en mi vida y cuales no merecían más atención, entonces tomé la que creo que ha sido la decisión más importante de mi vida, no quería ser una católica de herencia”.

Así María explica que “vivo mi fe como vivo mi vida. No son dos cosas que pueda ni quiera separar, la fe y mi relación con Dios son la esencia de mi vida. Mi fe la vivo cada día levantadme cada mañana y dándole a Dios mi si más grande y sincero a lo que me ponga delante ese día y todos los que vengan. Le doy mi vida entera para que la haga suya y me enseñe a querer y a quererme para poder querer a los demás. Esto de ir a contracorriente cada día y de tomar decisiones valientes no implica empezar una cruzada e intentar imponer lo que yo pienso sino compartir el amor que llevo dentro y que Dios me ha dado con todo el que me rodea”. María de Cea cuenta su testimonio de crecimiento en la fe en Jóvenes Católicos en primera persona:

Iba a empezar este texto diciendo que soy una chica de lo más normal pero la verdad es que estaría mintiendo descaradamente. Me llamo María, tengo 19 años, y vivo a contracorriente, o igual a favor de ella.

Para poneros un poco en situación os diré que nací en una familia católica practicante y desde muy pequeña he recibido formación religiosa en el cole, en casa y a través de otros medios. Con esta explicación, mi vida sí que parece muy normal, o, mejor dicho, prototípica. Pero como supongo que le pasará a todo el mundo antes o después, llegó el momento en el que me empecé a plantear cuales eran mis prioridades, qué cosas tenían que tener un protagonismo en mi vida y cuales no merecían más atención.

Y entonces tomé la que creo que ha sido la decisión más importante de mi vida, no quería ser una católica de herencia. Los valores que me habían transmitido y el empujón inicial del ambiente que me rodeaba habían estado muy bien, pero ese no era el papel que quería que Dios tuviera en mi vida.

Seguir a Cristo no podía ser un paso más en mi rutina, una serie de acciones o de rezos que completar cada día y que fueran una obligación. Por qué el amor de Dios no es una deuda que tenga que saldar, sino algo que se me ha regalado y cuando tienes un regalo tan grande y tanta vida dentro solo quieres compartirla y contagiársela a todo el mundo.

Es muy fácil vivir siguiendo la corriente, incluso dentro de la religión, creerte lo que te dicen y seguir para delante sin cuestionarte nada, incluso pensar que participando de muchas actividades estas cumpliendo con lo que “se espera” de ti. Pero es infinitamente más bonito vivir planteándote cada reto y cada desafío como una nueva oportunidad para dejarte amar un poquito más por Dios dándole los mandos para dirija tus pasos.

Cuando eres un niño no te planteas cada decisión que tomas y como va a repercutir en la gente que te rodea, pero cuando tienes casi 20 años, vives fuera de casa y vas a la universidad cada paso va medido porque parece que andas por un campo de minas. O que eres el pez más pequeño del mundo nadando a contracorriente en medio de la inmensidad el océano.

Cuando desde jóvenes católicos me propusieron hacer esta colaboración, la pregunta era clara y directa ¿Cómo vives tu fe? La respuesta me parece fácil, vivo mi fe como vivo mi vida. No son dos cosas que pueda ni quiera separar, la fe y mi relación con Dios son la esencia de mi vida.

Cuando estás en casa y el cole, en general en un ambiente favorable, es muy cómodo y muy fácil seguir a la masa. Pero cuando te ves tu solo rodeado de un montón de gente con opiniones y prejuicios tan diferentes a los tuyos que te hacen plantearte hasta tu nombre lo más fácil sería dar media vuelta, dejar atrás todo lo que tenías tan claro y aplicarte eso de que “si no puedes con tu enemigo únete a él” pero renunciar a tu fe implica renunciar a una parte de ti.

Como católica del siglo XXI y como una joven que se ve metida en este ambiente hasta el fondo os puedo asegurar que la fe es una decisión para valientes. Un sacerdote me dijo una vez que la fe no es maquillar la vida con un poco de religión sino vivir sabiendo que llevas a Dios dentro de ti. No creo que tenga que ser mártir y vivir creyendo que cada cosa que hago es un sacrificio por el bien de la humanidad.

Mi fe la vivo cada día levantadme cada mañana y dándole a Dios mi si más grande y sincero a lo que me ponga delante ese día y todos los que vengan. Le doy mi vida entera para que la haga suya y me enseñe a querer y a quererme para poder querer a los demás. Esto de ir a contracorriente cada día y de tomar decisiones valientes no implica empezar una cruzada e intentar imponer lo que yo pienso sino compartir el amor que llevo dentro y que Dios me ha dado con todo el que me rodea. Darme entera en cada cosa que hago, en cada trabajo de la universidad, en cada charla con mis amigas. Tener la mente y el corazón abierto a escuchar lo que cada uno tiene que decir y ver lo bueno que hay en lo que piensa.

Cuando Dios se convierte en tu centro de gravedad, tu vida se convierte en todo menos normal. Porque toda gira en torno al amor que tienes dentro y el que quieres dar, Amor a la vida, a la gente que me rodea, a la que me quiere y a la que no, amor a la cruz. Y vives expectante a cuál será la próxima maravilla del milagro de tu vida, incluso cual será el próximo bache que te dejará ver todo lo bueno que compensa el esfuerzo de superarlo. Y te das cuenta de que ese pez que parecía pequeñito en medio de una masa de agua tiene la fuerza del océano entero de su parte.

Creo que mi clave para vivir una vida de fe está en darme del todo en cada cosa que hago, no porque los demás lo vean sino porque tengo amor de dentro para dar y repartir. Y puede merecer un tópico, pero no hay nada más contagioso y que llame más la atención del mundo que la felicidad y la paz, porque al final todo ser humano anhela lo mismo aunque lo busque en distintas fuentes. En mi caso Dios es esa fuente, y la gente que me rodea lo sabe, y aunque la inmensa mayoría no lo entienda no me importa porque no hay fuerza más grande para mover el mundo que la de un corazón enamorado y mucho más si ese amor viene de Dios.

Mi vida es un acto de entrega constante, a Dios y al mundo, lo pongo todo en las manos del capitán del barco porque necesito su ayuda hasta para limpiar la cubierta, y le pido que llegue a cada persona que me rodea a través de mí. Y así se hace de la rutina algo extraordinario, poniendo todo mi ser y cada acto y dándome hasta gastarme.

Y, sobre todo, la clave para que todo esto funcione está en vivir rezando, no pensando. Dejar cada decisión en manos de Dios y estar dispuesto a ser la excepción a la norma por que como dijo la Madre Teresa de Calcuta “a veces creemos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”.

María de Cea


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