María Macanás, 21 años: «El médico dijo a mi madre  que venía con espina bífida y que abortara. Dios me hizo ver todo lo que podía dar y que no era un ‘por qué’ sino ‘para qué’»

* «Cambió mi vida y empecé a verme con los ojos con los que me veía Dios. Antes era una niña súper tímida y tenía muchísimas inseguridades. Cuando ves que Dios te quiere tal cual eres y que no solo te quiere sino que te ha creado así, ¿cómo no te vas a querer tú? Y no tengo motivos para estar enfadada con Dios sino para estar súper agradecida y decir: Somos un buen equipo»

Camino Católico.-  María Macanás estudia Medicina, es alegre, disfrutona, tiene muchos hermanos y muchísimos más amigos. A priori una vida envidiable. Sin embargo, como todos, María también tiene su talón de Aquiles. Dice que eso que la hace especial, lo mejor de ella, lo que la convierte inevitablemente en el centro de cualquier ambiente en que se encuentra, se lo debe a su espina bífida. Nació a pesar de ella.

“Cuando mi madre se enteró de que estaba embarazada estaba súper ilusionada y lo acepta. En la ecografía que le hacen a los tres meses el médico le dijo que venía con problemas, que venía con espina bífida. Y básicamente le dijo que era una enfermedad con la que no me iba a mover de una silla de ruedas, que iba a ser un vegetal y que lo mejor que podía hacer era abortarme. Mi madre gracias a Dios tiene muchísima fe y decidió que no abortaba, porque si los planes de Dios eran que su hija viniese así, su hija venía a su casa con su familia y era su hija ante todo, viniera como viniese. Así que decidió continuar con el embarazo”, cuenta María en un vídeo del  Opus Dei.

María Macanás entendió que nunca debía ponerse límites a sí misma

Ha crecido con la espina bífida, forma parte de su vida, y con el tiempo -hoy tiene 21 años- se ha visto agravado. Ha aprendido a sobrellevarla, pero reconoce que en ocasiones le supera. Además, sabe que siempre tendrá que convivir con ella porque no puede darle una solución, pero eso la ha convertido en especial y constantemente se ve obligada a repartirse. Sí, repartirse entre las decenas de personas que la quieren y reclaman su tiempo: amigos del colegio, amigos de la urbanización, amigos del club, amigos de la facultad, primos, hermanos, sobrinos… Porque es una persona muy, muy especial.

Pero el tándem María Jesús-María desbarató todos esos presagios a golpe de fe, de sacrificio, de tesón. “Inténtalo”, oía María cada vez que preguntaba a su madre si podía montar en bici, saltar a la comba, correr tras sus hermanos. “Si no puedes, no será porque no lo hayas intentado”.

Así entendió que nunca debía ponerse límites a sí misma, y que los que encontrara no serían mayores que los de cualquier otra persona porque “todos, absolutamente todos, tenemos barreras que no podemos salvar”.

María al entrar en la adolescencia deseaba ser como las demás chicas: “Era una niña que desde muy pequeña había tenido fe. Mi madre me había inculcado la fe católica, iba a misa, tenía a Dios, pero yo no tenía una relación con Dios de tú a tú. Haciendo oración yo me preguntaba: ¿Por qué yo? ¿Por qué de mis seis hermanos yo? ¿Por qué de mis 20 amigas yo? ¿Por qué de mis 30 primos yo?  Y le decía al Señor: Yo quiero ser normal, lo que la sociedad entiende como normal.

La vida de María Macanás está llena de todo lo que de verdad le importa: Dios, su familia, sus innumerables amigos, sus ratos de ocio, de diversión…

Cuando conocí a Dios me hizo ver todo lo que podía dar al mundo y que no era un ‘por qué’ sino ‘para qué’. Ahí cambió mi vida y empecé a verme con los ojos con los que me veía Dios. Antes era una niña súper tímida y tenía muchísimas inseguridades. Cuando ves que Dios te quiere tal cual eres y que no solo te quiere sino que te ha creado así, ¿cómo no te vas a querer tú? Y no tengo motivos para estar enfadada con Dios sino para estar súper agradecida y decir: Somos un buen equipo”.

En ese momento de su conversión, cuando su cabeza se rebeló ante el hecho de que algunos la vieran diferente, María decidió que quienes la mirasen por la calle, iban a recibir una inesperada respuesta: su sonrisa. “Porque, explica, si Dios quería que yo destacara de esa forma, a lo mejor era porque aquellas personas necesitaban llevarse algo bonito de mí”. Abatida la curiosidad, esa sonrisa es la que queda grabada en la retina de los “mirones” que quizá pensaran entonces haberla conocido desde siempre.

Y la mejor María se fue forjando a martillo y cincel, de los que salió una persona fuerte, sacrificada, con una voluntad a prueba de bomba, “amiga” del dolor y los dolientes, de alegría contagiosa, enamorada de la vida; de esa vida suya tan llena de gente.

Por eso nunca ha corrido tras el 10 en los tres años de Medicina que lleva cursados: porque su vida está llena de todo lo que de verdad le importa: Dios, su familia, sus innumerables amigos, sus ratos de ocio, de diversión…, y le parece bien llegar a ser médico de notable alto.

Esas han sido también sus anclas. Y por encima de todas ellas, Dios y su madre. Ya escribió el poeta Luis Rosales que “al vino y al hombre se les conoce por la madre”.


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