Megan Mª Conway se convirtió en una joven vandálica, pero en la Universidad Católica se encontró con Dios y ahora es monja

* «Vi que la Virgen me pedía tres cosas: “Una de ellas era dejar mis malos amigos. Gracias a la confesión, Dios me dio la fuerza para hacerlo. Después de esta confesión, y gracias a la Virgen, me sentí muy fuerte y pude hacer aquello que antes no podía hacer. Dejé de ir a las fiestas y con mis amigos. Dejé todo aquello y gané la paz en el alma y una cercanía muy grande con el Amor de Dios. Comprendí que aunque tienes pecados y fallos, su misericordia y su amor es más grande que tu pecado»

 Camino Católico.- La Hna. Megan Mª Conway es una mujer con un gran sentido del humor, de esas personas de las que decimos que son“cómicas”. En el vídeo superior se visualiza y escucha el programa “Cambio de Agujas” de H.M. televisión en el cual comienza su testimonio presentándose y ya nos saca la primera sonrisa: “Soy la Hna. Megan Mª, tengo treinta y un años y nací en Honolulu, Hawái, en un paraíso terrenal… pero yo estoy hecha para el Paraíso celestial”.

Es la pequeña de seis hermanos, nacidos en un familia profundamente católica. De pequeña fue al Colegio de las Religiosas Dominicas de Nashville. Pasó después a un instituto. Ahí comenzaron los problemas. Lo explica ella misma: “El instituto también era católico, pero allí no había religiosas y mi madre era la directora. Y ahí comenzaron los problemas. Me eché malos amigos, y ya la primera semana mi madre tuvo que valorar si expulsarme del instituto, porque había cometido un acto vandálico”.

Para Megan era una presión muy grande ser“la hija de la directora”. Eso provocó que tomara varias decisiones incorrectas, en primer lugar, la elección de amigos: “Ante la presión de no querer ser conocida como la hija de la directora, escogí amigos que para mí eran buenos, pero mi madre siempre me avisaba. Como ella era la directora, los conocía, y sabía que eran chicos que ya habían dado problemas en el instituto en años anteriores. Pero yo no hacía caso a mi madre porque, cuando eres adolescente, piensas que tus padres no saben nada. Al final mi madre no me echó, porque era la primera semana, pero tuve que pasar muchas horas limpiando el instituto para reparar lo que había hecho”.

Los años fueron pasando en el instituto hasta que un día, una compañera se acercó para tener con ella una conversación que iba a ser trascendental: “Así pasó el tiempo hasta que, el último año, una chica se me acercó y me preguntó por mi relación con Dios. Yo la dije que quién era ella para preguntarme sobre ese tema, cuando ella era una persona de mala reputación, conocida por su vida libertina. Ella me contó que había estado en un retiro y que eso había cambiado su vida, que había comenzado a tener una relación con Dios. Supongo que como ella me veía mal, quería ayudarme, porque yo a lo que me dedicaba era a ir de fiesta, a cometer actos vandálicos, a tener malas conversaciones… Vivía así porque me gustaba ese ambiente social. Me parecía divertido, Y también porque seguía el ejemplo de mis hermanos, que iban por este camino y eran un modelo para mí”. 

La conversación fue larga y de mucho provecho para Megan: “Estuve hablando con esa chica como tres horas. Yo me fui abriendo, y me di cuenta de que había perdido la relación que había tenido anteriormente con Dios. En la conversación con ella nació de nuevo el deseo a volver a tener esa relación con el Señor. En esta época aquella compañera me ayudó mucho”. 

El paso a la Universidad supuso un nuevo retroceso en el camino espiritual apenas recuperado: “Después fui a una Universidad para la que me dieron una beca de deportes, porque yo jugaba al futbol. Como no conocía allí a nadie, y había ido solo para jugar al futbol, me metí de lleno en ese ambiente. Cuando perteneces a un equipo de futbol, lo haces todo con ellos: salir, comer, ir de fiesta… Tienes que hacerlo todo con el equipo. Como entrenábamos juntos, después íbamos todos al mismo sitio, porque sino te acusaban de causar desunión. Y si luego perdíamos un partido, te echaban la culpa porque habías causado desunión. El trato entre chicos y chicas era muy malo: relaciones prematrimoniales, bebida, drogas, malas diversiones.. Yo iba con ellos a pesar de que en mi cabeza estaban siempre los consejos que mi amiga me había dado en el instituto y todo lo que habíamos hablado. Pero pensaba que, si no estaba con el equipo, después me echarían la culpa si perdíamos algún partido. Además, tampoco tenía en la Universidad otros amigos más religiosos así que, por no estar sola, no dejaba de ir con ellos”.

El pago de esa dicotomía, entre lo que sabía que debía hacer y lo que realmente hacía, fue la tristeza: “En esta época, se notaba que yo estaba muy triste. Mis padres se daban cuenta y, cuando volvía a casa, sentían que algo me pasaba. Yo estaba metida en ese ambiente para no estar sola, pero me sentía más sola que nunca. Por otro lado, sabía que lo que hacía estaba mal, y que yo conocía otra cosa, sabía que Dios existía y que Él esperaba otra cosa de mí”.

“Cuando ahora miro hacia atrás, sé que Dios siempre está conmigo, nunca estoy sola. Pero antes no lo veía así, y creía que no estar sola significa estar siempre rodeada de gente. Pero, a la vez, como no era feliz, me daba cuenta de que tenía que salir de este ambiente. Recuerdo que cuando yo hablaba con mi amiga del instituto sobre Dios, y empezó a cambiar mi vida, yo le dije que si me convertía tenía que ser monja porque, para mí, la única manera de corresponder al Amor que Dios me tenía era entregándome totalmente. Mi amiga no lo veía así. Ahora entiendo que aquello era la primera llamada que Dios estaba haciendo a mi corazón, que me decía: Yo soy Dios, y te lo doy todo, y tú te tienes que dar toda a mí”.

Después de un año en esa Universidad, la Hna. Megan Mª comprendió que debía cambiar de Universidad para tratar de encontrar un ambiente más sano: “Quería  salir de esa Universidad porque comencé a caer en el relativismo moral. Durante diez años había recibido una buena educación religiosa y moral de mis padres y de las hermanas Dominicas. Y casi lo pierdo todo en un año. Me justificaba a mí misma diciendo que no pasaba nada, que yo no hacía lo que el resto, pero que si ellos lo querían hacer que estaba bien, que era cosa suya, y eran cosas como: embarazos fuera del matrimonio, abortos, drogas… Quería ir a una universidad católica para no perder la fe, pero tampoco quería ser monja”.

Entró en una universidad católica, pero se encontró con un tremendo escándalo, es decir, con una piedra de tropezar y caer, como dice Jesucristo en el Evangelio. Muchos de esos“jóvenes católicos” se comportaban exactamente igual que los jóvenes de la universidad no católica: “Entré en universidad católica, en Florida. Un amigo me había hablado de ella. Y, nada más llegar, me encontré con gente que iba de fiesta. Pensé que, como eran gente de fe, que no pasaba nada por irme a las fiestas -donde había muy mal ambiente- con ellos, que no perdería la fe por eso. No me daba cuenta de que hacíamos dos cosas que eran incompatibles: primero íbamos de fiesta, luego el sábado nos confesábamos  -con poca intención de cambiar de vida- y el domingo íbamos a Misa. Y así siempre, una semana tras otra”. 

De nuevo, el Señor habló a su corazón a través de una amiga que comenzó a cambiar: “Tenía una compañera de habitación con la que siempre me iba de fiesta. Un día me la encontré llorando y le pregunté qué le pasaba. Me dijo que se había confesado y que pensaba que tenía vocación. Ella tenía novio, pero rompió con él y me dijo que tenía que discernir, tenía que ver si verdaderamente tenía vocación. Un día la acompañé a hablar con un sacerdote, y después de la conversación, me comentó que la habían invitado a cenar con las religiosas que estaban en nuestra universidad y con su fundador. Me pidió que la acompañase. Yo no quería, pero al final me convenció y fuimos. Yo no quería ir con ella porque me habían dicho que el fundador de la congregación de las hermanas era un santo, y yo pensaba que podía leer las almas, y yo no quería que leyese la mía delante de todo el mundo porque yo sabía lo que había… El  sacerdote no leía las almas, pero era algo parecido a lo que yo imaginaba. Asistimos a la cena y fue como cuando el Señor cenó con Mateo, el publicano. El Señor me hablaba directamente. Mientras el Padre conversaba con mi amiga y con las hermanas, yo me iba preguntando qué era lo que yo hacía allí. Fui recordando lo que había vivido con las Dominicas, lo que había recibido de mis padres, todo lo que había perdido, cómo había llegado a esa universidad… Y veía que era Dios el que me había conducido hasta allí”. 

A partir de ese momento, Megan comenzó a cambiar un poco. Un día, una hermana le hizo una pregunta que la desconcertó:“Me preguntó: «Oye, ¿tú sabes que estás llamada a ser santa?» Yo me quedé extrañada. Conocía a los santos, por la formación con las dominicas, pero pensaba que eso ya era algo del pasado, que nadie estaba llamado a eso en la actualidad. Me lo repitieron, y yo pensé entonces que me decían eso porque en realidad no me conocían. Me sentía muy pecadora. Tenía mala reputación por mi actitud en las clases, era muy negativa, contestaba fatal a los profesores, iba a las fiestas y hacía lo que quería… Por eso, yo le decía a las hermanas: «Vosotras no sabéis quien soy yo. Yo tengo muy mala reputación, no puedo ser buena como para ser santa». Las hermanas me animaban y, poco a poco, me fui acercando cada vez más a ellas”. 

Un día asistió a una reunión de formación cristiana que daban la hermanas: “No dijeron nada nuevo realmente, pero para mí -en aquel momento de mi vida- fue totalmente nuevo. Me hablaban del amor de Dios, del que yo dudaba porque vivía mal. Me hacían reflexionar, hablábamos sobre el pecado, la vida de la gracia, la santidad… Y me di cuenta de que si yo me moría en aquellos momentos, como estaba tan lejos de Dios, me iba al infierno. Este pensamiento  me movió a querer cambiar cuanto antes, pero era una lucha, porque tenía mis amigos, y cuando me veían con las hermanas me decían que iba a ser una de ellas, y me bromeaban con ese tema diciéndome que sería la monja más guay, porque sería la que más aguantara bebiendo, y cosas así. Yo les decía que no quería ser monja, que solo me enseñaban cosas buenas. Ellos me escuchaban y después cambiaban de tema”. 

En esa época, Megan comenzó a hacer la consagración a la Virgen según San Luis María Grignion de Montfort, una consagración total a Ella. Megan confiesa: “Yo hacía mis oraciones de consagración, y luego me iba a las fiestas. Un día, en el libro de oraciones, leí que teníamos que mirar a los santos padres, que habían dejado el dinero, el mundo y sus amigos por Dios, y me di cuenta de que si ellos habían sido capaces de hacer eso, yo también podía. Y sentí que eso era lo que Dios quería que yo hiciese”.

“Tuve muchas luchas, pero por la gracia de Dios hice una buena confesión y se lo conté todo al sacerdote. Le dije todo, todo, cosa que no había hecho en confesiones anteriores. Le expliqué al sacerdote que estaba muy quemada de la vida. El sacerdote me escuchó con mucha paciencia, y después me puso una penitencia muy pequeña comparada con mis pecados. Me dijo que el Señor no me rechazaba ni me odiaba, sino que me acogía y me enseñaba el camino. Después fui a la capilla, y vi claramente que la Virgen, con la que siempre había tenido una relación muy cercana gracias a mis padres y a las dominicas, y que como es tan buena madre te cuida aunque no seas un buen hijo y más después de hacer la consagración, como digo, vi que la Virgen me pedía tres cosas: “Una de ellas era dejar mis malos amigos. Gracias a la confesión, Dios me dio la fuerza para hacerlo. Después de esta confesión, y gracias a la Virgen, me sentí muy fuerte y pude hacer aquello que antes no podía hacer. Dejé de ir a las fiestas y con mis amigos”.

“Dejé todo aquello y gané la paz en el alma y una cercanía muy grande con el Amor de Dios. Comprendí que aunque tienes pecados y fallos, su misericordia y su amor es más grande que tu pecado. Tener esa paz y seguridad merece la pena, se superan todos los obstáculos. Cuando conoces la misericordia y paciencia de Dios que está esperándote, en el momento en que encuentras esto, adquieres una paz y seguridad en su amor que te ayuda a superar todas las otras cosas, entonces ganas la paz de la conciencia y la fuerza de su misericordia y su amor. Y, es gracioso, porque tú te haces propiedad de su Misericordia, pero a la vez su misericordia se hace tu propiedad”.

La Hna. Megan Mª, con su experiencia personal, nos da la clave para alcanzar esta paz del corazón y de la conciencia: “Para lograr esto, tienes que confiar y abandonarte en el Señor, no mirarte a ti mismo, olvidar lo que pierdes que, en realidad no es nada, porque lo que vives es nada, y pensar en lo que vas a ganar que es Dios mismo, es su misericordia, es el cielo, su amor. Hay que pensar que, al final, todo en este mundo pasa, puedes ir a fiestas pero eso pasa, eso al final no es nada. Ayuda mucho pensar en el cielo, o sino en la muerte, en el infierno. Entonces, se hace poco el sufrimiento que supone el dejar a los malos amigos, o las malas diversiones, las cobardías… Lo sufres un poco en esta tierra, pero al final ganas el Cielo, la Vida Eterna. Porque muchas veces vives de esa manera para disfrutar en esta tierra, pero esta vida al final se acaba”.   

Fuente:Eukmamie
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