Milagros Bettiol: «A los 12 años, Jesús me encontró, empecé a conocer su amor, se ganó mi corazón, me da lo que el mundo y el pecado nunca van a darme, con Él camino segura»

* «Desde un principio tuve la certeza de que lo que me estaba pasando no era para guardarlo, y con más o menos errores siempre intenté darlo a conocer, porque esa es la necesidad de mi corazón. Jesús me demostró que si nos abrimos a su voluntad y su acción, si tenemos deseos verdaderos de seguir su camino, de conocerlo, deseos verdaderos de conversión, un recto deseo de vivir en la verdad, él hace maravillas de piezas rotas y desgastadas, y hace lo que nosotros no podemos. Jesús me saca del pecado, la tristeza, el miedo que me esclaviza y me hace sentir libre, con él aprendo a no tener temor de ser quien soy, a no ocultar lo que Él me regala que es también regalo para los que me rodean, a expresar mi fe espontáneamente y sin vergüenza»

Camino Católico.- Milagros Bettiol tiene 21 años y es de Argentina. Su familia fue la que la inició en la fe, pero cuando tenía 12 años, Jesús me encontró y por primera vez sentí que me había mirado y llamado personalmente a seguirlo. Eso me cambió la vida y no pude (ni quise) más dejarlo, y poco a poco empecé a crecer en mi amistad con Él, a conocer su amor, proceso que sigo haciendo. Jesús se ganó mi corazón, no hubo forma de resistirme porque nunca había experimentado nada igual. Me invadió una alegría que no conocí nunca en otra parte”, cuenta en Jóvenes Católicos, donde escribe su testimonio de vida de fe que reproducimos:

«Con Jesús camino segura»

Mi nombre es Milagros, tengo 21 años, soy de Argentina y paso a contarles cómo es que intento vivir mi fe en mi vida cotidiana.

La fe para mí es algo central, Dios fue sembrando en mi corazón una sed que solo Él puede llenar y que me permite darle un espacio importante.

Estuve cerca de la Iglesia y de Dios desde bebé (mi familia me inició en la fe), por lo que comencé a conocer de Él y a experimentarlo hace mucho, pero en un momento concreto, cuando tenía 12 años, Jesús me encontró y por primera vez sentí que me había mirado y llamado personalmente a seguirlo. Eso me cambió la vida y no pude (ni quise) más dejarlo, y poco a poco empecé a crecer en mi amistad con Él, a conocer su amor, proceso que sigo haciendo. Jesús se ganó mi corazón, no hubo forma de resistirme porque nunca había experimentado nada igual. Me invadió una alegría que no conocí nunca en otra parte.

Con Él muchas cosas empezaron a tomar sentido, sentí que me había enamorado. Aún después de que pasó mucho tiempo, después de haber vivido muchas experiencias como dificultades, caídas, etc. hay algo que no cambia dentro mío: la convicción de que Él es el Camino, de que estar con Él es lo principal que quiero en la vida, el amor hacia Él y el fuego que siento por dentro.

En mi vida no hay nada que sea interesante de contar si no es por lo que Jesús hace en ella. Me siento muy amada por Él, lo que es motor en mi vida, trato de poner como centro a la Eucaristía, me sostiene la Santa Misa lo más seguido que puedo ir, el rosario, la adoración, la confesión, la oración, la Palabra, la Virgen a quien amo. Con tropiezos, pero esto me ayuda mucho a acrecentar mi amor por Jesús, a escucharlo, mi vida es más feliz así.

Intento hacer en el día a día lo mejor que puedo las cosas que me tocan hacer, como los estudios. Intento en la práctica que mi prioridad principal sea agradarle a Él. Me abandono junto con mis debilidades en sus manos y alguien me enseñó que Jesús hace su obra no a pesar de mi debilidad, sino con mi debilidad incluida. Me hizo entender que en mis heridas más grandes se encontraba mi misión, lo cual me recuerda en ellas la misericordia inmensa de Dios. Asique esas heridas no me detienen, sino que me impulsan a hablar y actuar. Con él puedo conocerme más, ver auténticamente quién soy, Él me dio identidad.

Actualmente participo en una comunidad parroquial de jóvenes y descubro en la iglesia católica mi lugar en el mundo. Directamente no concibo mi vida sin Jesús, sin lo que aprendí a su lado, sin lo que me queda por descubrir de su mano.

Él no se dio ni se da por vencido conmigo, y tampoco lo hace con los demás a quienes llama. Y así es como lo siento. Me ha ido transformando poco a poco el corazón, y le queda mucho trabajo todavía, pero no se da por vencido. Puedo decir que Dios tomo lo más roto de mí, lo que se supone no tenía remedio y lo hizo nuevo, para gloria suya. Y lo sigue haciendo.

Intento verlo en los demás, en quienes son más importantes en mi vida y principalmente en quienes más me cuesta, intento ver su mano en los imprevistos amargos, en lo que sale distinto a lo que esperaba, intento darle de mí todo (lo lindo y lo feo), intento (y con mucho esfuerzo la mayoría de las veces) amar a mis hermanos. Trato de cuidar mucho lo que Jesús me regala, lo que hace conmigo y con las partes que estaban más alejadas de su luz en mi vida.

Mi forma de vivir la fe es intentar ser cristiana en todos lados: cuando me junto con mi familia, amigos, en la universidad, etc. y no dejar a Jesús fuera de ningún aspecto de mi vida. Trato de acompañar a jóvenes, amigos, en este camino.

Dios me habla en las dificultades diarias, me habla en los dolores, las caídas y las heridas. Me ha hablado mucho a través de días de soledad, haciéndome aferrar a que solo Él basta. Así como también en los gestos de amigos, de gente que quiere mi bien, en el cariño de los demás, en la naturaleza, las cosas que puedo disfrutar.

Jesús me saca del pecado, la tristeza, el miedo que me esclaviza y me hace sentir libre, con él aprendo a no tener temor de ser quien soy, a no ocultar lo que Él me regala que es también regalo para los que me rodean, a expresar mi fe espontáneamente y sin vergüenza.

Si alguien me preguntara qué me apasiona: es Jesús, es su mensaje, es su Iglesia, en la cual encontré y encuentro las respuestas a las preguntas que me hacía.

Me ha cruzado en el camino con personas fundamentales en mi fe: familia, sacerdotes y consagrados, amigos, jóvenes con quienes empecé a conocer a Jesús, incluso desconocidos que fueron y son grandes testimonios. Personas sin las cuales no hubiera dado los pasos que di, por las cuales agradezco mucho. Tengo y tuve en su momento muy buenos ejemplos de fe que me impulsan hoy a aspirar a ideales lindos.

Desde un principio tuve la certeza de que lo que me estaba pasando no era para guardarlo, y con más o menos errores siempre intenté darlo a conocer, porque esa es la necesidad de mi corazón.

Jesús me demostró que si nos abrimos a su voluntad y su acción, si tenemos deseos verdaderos de seguir su camino, de conocerlo, deseos verdaderos de conversión, un recto deseo de vivir en la verdad, él hace maravillas de piezas rotas y desgastadas, y hace lo que nosotros no podemos.

No puedo dejar de mencionar a María, ella es una pieza fundamental. Ella fue la que me dio el último empujón para darle a Jesús aquello que no quería darle, aquellas heridas que no quería mostrarle. Fue la que me dio el empujón de decidir dejar de lado lo que me alejaba de Jesús para reemplazarlo por sus cosas. Y sé que ella está cercana a mí en todo, es mi compañera de camino hacia el cielo, le tengo un cariño muy grande.

Aún con todo lo que dije, siento que mis palabras no pueden abarcar todo lo que quisiera expresar…Es casi imposible, pero creo que fue un buen intento de contar la historia de mi amistad con Jesús. Dios me da lo que el mundo, el pecado y las cosas pasajeras nunca van a poder darme, con Él camino segura!

Los invito a todos a dejarse encontrar y hacer de nuevo por Dios, vale la vida!!! Gracias! Que Dios los bendiga!!!

Milagros Bettiol


 

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