«¡Necesito el amor verdadero!»

Autora: Lourdes Humana

1 de agosto de 2009.- El ser humano no puede vivir sin amor. La vida no tiene sentido sin el amor, pero el amor verdadero, capaz de sacrificios, capaz de vivir la pureza por el bien del otro y por el bien propio. El Papa Benedicto XVI dice que “cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario” (24-IV-2005). La fe es el criterio que define nuestro estilo de vida. El ser humano no vive para el placer del instante sino que tiende a la felicidad eterna. Para lograr esa meta no hay que dejarse dominar por el instinto. Hace falta también la renuncia para sanear el amor para que alcance su verdadera grandeza.

Todos estamos llamados a vivir una vida limpia, a luchar contra los deseos desordenados, seamos solteros o casados. Los solteros, practicando la continencia sexual. Son pecados gravemente contrarios a la castidad: la masturbación, la pornografía, los actos homosexuales y las relaciones sexuales fuera del matrimonio. Si se cometen contra menores, estos actos son un atentado aún más grave.

La sexualidad humana merece mucho respeto porque transmite la vida humana. El novio que ama a su novia la respeta, sabe esperar, no pide “pruebas de amor” cuando él no puede ofrecer un matrimonio estable.

Hay personas que tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio por debilidad o por maldad, porque buscan sólo su placer –no el bien del otro- y no domina sus pasiones. Hay gente que no es buena, no es honesta, y coincide que es la gente que no vive la castidad, que es impura. El libertinaje contribuye al eclipse del valor de la vida humana.

El sexo no es un pecado dentro del compromiso matrimonial; el sexo es un don que se ha de guardar para el matrimonio. Fuera del matrimonio la actividad sexual es pecado, ofensa al Creador. El pecado nos separa de Dios y nos destruye.

La libertad es el poder dado por Dios al hombre para hacer esto o aquello. Cuanto más se hace el bien, más libre se va haciendo también la persona. Podemos elegir entre el bien y el mal, pero si elegimos el mal nos hacemos esclavos del vicio.

La virtud de la castidad supone el dominio de sí mismo. Para vivir la castidad hay que conocerse a sí mismo y hay que hacer oración, es decir, hay que hablar con Dios como se habla con un amigo. Tú vales mucho. No dejes que toquen impuramente tu cuerpo.

 

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