Oración de un homosexual: “Tú no tienes miedo de la ternura de un hombre ¿verdad?”/ Por Eliseo del desierto

22 de agosto de 2013.- (Eliseo del desierto / Aleteia / Camino Católico) Por su interés, ofrecemos la traducción al español del último post del blog italiano Eliseo del desierto, una oración sincera que un hombre homosexual eleva en nombre de todas las personas que experimentan atracción por personas del mismo sexo:

“Que tampoco diga el eunuco: «Yo no soy más que un árbol seco».
Porque así habla el Señor: A los eunucos que observen mis sábados, que elijan lo que a mí me agrada y se mantengan firmes en mi alianza, yo les daré en mi Casa y dentro de mis muros un monumento y un nombre más valioso que los hijos y las hijas: les daré un nombre perpetuo, que no se borrará”.

Oh Dios. ¿Quién puede decir que te conoce? Sin embargo tus ojos me han visto cuando todavía no tenía forma en el vientre de mi madre. Yo quizás no te conozco, a veces te percibo. Me acerco a ti como soy, con mis imperfecciones, mis incoherencias, mis…sombras.

Me acerco a ti porque hoy siento vértigo. No sé como luchar cuando pienso en el futuro, ¡enfrento retos demasiado grandes! Veo los abismos de mi corazón ¿quién podrá colmarlos Señor?

Ven a consolar el grito de la soledad.

A veces me parece que nado donde cubre. Es una sensación extraña, un poco como volar, los pies y los brazos se mueven libres, sin posarse, pero enseguida se siente un estremecimiento de miedo, cuando las fuerzas disminuyen y la respiración se hace fatigosa. Alarga tu brazo, Señor. Dame algo a lo que cogerme. ¡Ayúdame! Como ayudaste a Pedro.

Líbrame del miedo de no conseguirlo, de crecer, del miedo del mañana, de no ser amado, de no encontrar el amor, del miedo de ser hombre y del miedo de los hombres. Ven a abrazarme ahora. Necesito del abrazo de quien sabe completamente quien soy.

Necesito el abrazo que frene el flujo de mi dispersión.

No te pido que me cures, sino que realices completamente tu sueño sobre mí. ¡Hazme soñar Señor! ¡Hazme desear, no los placeres transitorios, sino el vivir, amar, expresarme, ser feliz! ¡Dame paz!

Tú eres el cuerpo de amor que satisface el amor de mi cuerpo y yo, como tu predilecto, Juan, me apoyo sobre tu corazón. ¿Puedo Jesús? Tú no tienes miedo de la ternura de un hombre ¿verdad? En ningún pecho he encontrado la paz, he apoyado mi cabeza sobre demasiadas rocas heladas. ¡Tú eres la Ternura! Déjame escuchar los latidos de tu corazón.

¡Cuántos ladrones y malhechores han entrado en mi recinto y me han asaltado. Mi viña, la mía, no la he custodiado. Yo mismo he sido un malhechor en el corazón de otros hombres. No me he hecho rico, sino más pobre y más hambriento. ¡Cuántos años de carestía! ¡Entra tú en mi recinto! ¡Sólo tú! ¡Sólo tú eres el Pastor bello, el pastor bueno y fuerte que venda mis heridas, que me nutre y me lleva en brazos. Hazme salir del desierto apoyado en ti. Hazme oír tu voz.

Mírame Jesús. Toca Señor mis heridas: con tus dedos seca mis lágrimas, mira los arañazos, los hematomas del alma, mira las magulladuras del desprecio, las manchas del fracaso, las llagas de mi terquedad. Yo te miro a los ojos, Jesús. Esos ojos que me han amado siempre, siempre. Esos ojos que han visto todo y han sufrido conmigo. Siempre pensé que tus ojos fuesen como los del rostro descrito por Santa Faustina, o como los que se imaginan en el rostro de la Sábana Santa. Esa mirada la he encontrado siempre en el rostro de quien me quiere verdaderamente.

Que yo pueda perdonar como has hecho tú conmigo: no quiero quedarme esclavo del pasado, de los errores de mis padres, de la gente de mi edad, de quien se ha aprovechado de mí. ¡También tu corazón está herido! Que mi corazón, como el tuyo, sea fuente de Misericordia. Que mi sufrimiento sea fuente de consuelo para quien tiene sed.

Lentamente comienzo a descubrir que mis manos no están vacías, que tengo, tengo pan y peces, pocos, pero tengo. Señor, me he dado cuenta de esto a pesar de mí, cada vez que sin pretenderlo, creo que por un impulso de mi corazón, arranco un trozo de mi vida y la comparto como un pedazo de pan, sucede algo contagioso a mi alrededor. Esto no me empobrece sino que ¡me colma hasta sorprenderme! Haz de mi vida un don. ¡Haz de lo que soy una multiplicación!

Desde siempre tu voz me dice que soy precioso a tus ojos, que deseas mi oración, mi canto, mi vida, mi alegría plena. Me pongo a tu disposición para encontrar todos los corazones de los que quieres tocar, consolar, sostener. En mi debilidad, manifiesta tu fuerza.

Las cosas de antes comienzan a desaparecer: ya no importa tanto ser seductor sino ser completamente tuyo. Tú me has robado el corazón. Escribe mi nombre en la palma de tu mano. Tu amor vence sobre mis muertes. Quiero ser tu caricia, para verte en la obra y también en las vidas que me rodean, sobre todo en la de los que me parecen más lejanos, y sin embargo están muy cerca de ti. ¡Oh, si lo supiesen, si te sintieran! También a través de esta oración.

Me confío a tu madre, a mi madre. María custódiame en tu seno y condúceme a una vida nueva. Tú eres la que surge como la aurora, bella como la luna, impresionante como un estandarte de guerra. Tú eres la que ha creído en la Palabra y eres bienaventurada, combate conmigo, Reina, hazme ser un soldado de la Paz y una flor en tus manos.

¡En nombre de todos los Eliseos del mundo!

Eliseo del desierto

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