Oración por los hijos a la Virgen del Perpetuo Socorro

“¡Madre mía, socorre a mis hijos! que esta palabra sea el grito de mi corazón desde la aurora. ¡Oh María! que tu bendición los acompañe, los guarde, los defienda, los anime, los sostenga en todas partes y en todas las cosas. Cuando postrados ante la presencia del Señor le ofrezcan sus tributos de alabanza y oración, cuando le presenten sus necesidades, o imploren sus divinas misericordias. ¡Madre mía socorre a mis hijos!”

27 de junio de 2017.- (Camino Católico)  El 27 de junio se celebra la Fiesta de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, patrona de los Padres Redentoristas y cuyo icono original está en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso. Esta imagen recuerda el cuidado de la Virgen por Jesús, desde su concepción hasta su muerte, y que hoy sigue protegiendo a sus hijos que acuden a ella.

Se dice que en el siglo XV un comerciante adinerado del Mar Mediterráneo tenía la pintura del Perpetuo Socorro, aunque se desconoce el cómo llegó a sus manos. Para proteger el cuadro de ser destruido, decidió llevarlo a Italia y en la travesía se desató una terrible tormenta.

El comerciante tomó el cuadro en alto, pidió socorro y el mar se calmó. Estando ya en Roma, él tenía un amigo, a quien le mostró el cuadro y le dijo que un día el mundo entero rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

Después de un tiempo, el mercader enfermó y, antes de morir, le hizo prometer a su amigo que colocaría la pintura en una iglesia ilustre. Sin embargo, la esposa del amigo se encariño con la pintura y este no realizó su promesa.

Nuestra Señora se le apareció al hombre en varias ocasiones pidiéndole cumpliera, pero al no querer disgustar a su mujer, enfermó y murió. Más adelante la Virgen habló con la hija de seis años y le dio el mismo mensaje de que deseaba que el cuadro fuera puesto en una iglesia. La pequeña fue y se lo contó a su madre.

La mamá se asustó y a una vecina que se burló de lo ocurrido le vinieron unos dolores tan fuertes que solo se alivió cuando invocó arrepentida la ayuda de la Virgen y tocó el cuadro. Nuestra Señora se volvió a aparecer a la niña y le dijo que la pintura debía ser puesta en la iglesia de San Mateo, que quedaba entre las Basílicas Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. Finalmente, así se hizo y se obraron grandes milagros.

Siglos después, Napoleón destruyó muchas iglesias, entre ellas la de San Mateo, pero un padre agustino logró llevarse secretamente el cuadro y más adelante fue colocado en una capilla agustiniana en Posterula.

Los Redentoristas construyen la Iglesia de San Alfonso sobre las ruinas de la iglesia de San Mateo y en sus investigaciones descubrieron que antes ahí estaba el milagroso cuadro del Perpetuo Socorro y que lo tenían los Agustinos. Gracias a un sacerdote jesuita conocieron el deseo de la Virgen de ser honrada en ese lugar.

Es así que el superior de los Redentoristas solicitó al Beato Pío IX, quien dispuso que el cuadro fuera devuelto a la Iglesia entre Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. Asimismo, encargó a los Redentoristas que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida.

Los Agustinos, una vez que supieron la historia y el deseo del Pontífice, gustosos devolvieron la imagen mariana para complacer a la Virgen.

Hoy en día la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha expandido por diversos lugares, construyéndose iglesias y santuarios en su honor. Su retrato es conocido y venerado en todas partes del mundo. Pidamos por nuestros hijos a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro con la siguiente oración:

¡Socorre a mis hijos!

¡Madre mía, socorre a mis hijos!
que esta palabra sea el grito de
mi corazón desde la aurora.
¡Oh María! que tu bendición
los acompañe, los guarde, los defienda
los anime, los sostenga en todas
partes y en todas las cosas.
Cuando postrados ante la
presencia del Señor le ofrezcan
sus tributos de alabanza y
oración, cuando le presenten
sus necesidades, o imploren
sus divinas misericordias.
¡Madre mía socorre a mis hijos!

Cuando se dirijan al trabajo
donde el deber los llama,
cuando pasen
de una ocupación a otra,
a cada movimiento que ejecuten,
a cada paso que den
y a cada nueva acción.
¡Madre mía socorre a mis hijos!

Cuando la prueba venga
a ejercitar su debilísima virtud
y el cáliz del sufrimiento se
muestre antes sus ojos,
cuando la Divina Misericordia,
quiera instruirlos y
purificarlos por el sufrimiento.
¡Madre mía socorre a mis hijos!

Cuando el infierno
desencadenado contra ellos
se esfuerce en seducirlos
con los atractivos del placer,
las violencias de las tentaciones
y los malos ejemplos.
¡Madre mía socorre y preserva
de todo mal a mis hijos!

Cuando se dirijan a buscar
el remedio de sus males
y la curación de sus heridas
en el Tribunal de la
reconciliación y de la paz
¡Madre mía socorre a mis hijos!

Cuando se acerquen
a la Sagrada Mesa
para alimentarse con el
Pan de los Angeles,
con el Verbo hecho carne
por nosotros
en tus purísimas entrañas.
¡Madre mía bendice a mis hijos!

Cuando en la noche se
dispongan al descanso
a fin de continuar con nuevo fervor
al día siguiente su camino hacia la patria eterna
¡Madre mía bendice a mis hijos!

Que tu bendición, Madre mía,
descienda sobre ellos,
en el día, en la noche,
en el consuelo, en la tristeza,
en el trabajo, en el descanso,
en la salud y en la enfermedad,
en la vida y en la muerte
y que esta no sea repentina,
y por toda una eternidad. Así Sea

(Se rezan tres avemarías)

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