Pablo Bugallo llevaba 20 años lejos de la Iglesia, va a un Cursillo de Cristiandad «a ver como los curas le lavan el cerebro a la gente» y se convierte

* «Vas allí pensando que no te sucederá nada. Escuchas testimonios que te parecen absurdos… pero, por lo que se ve, el Espíritu Santo te ablanda. En mi caso, fue la durísima escena de la flagelación en el filme La Pasión de Mel Gibson La Pasión, película que creo que ya había visto. Se rompió algo dentro de mí, saltaron lágrimas a mis ojos, intentaba ocultarlo. Yo creía en Dios, pero me había olvidado de Cristo. Mi olvido de Cristo era como una amnesia autoinducida. Lo que me pasó, por dentro, interior, es difícil de explicar»

Camino Católico.-  Pablo Bugallo, de 58 años, desde Madrid ha contado su testimonio de retorno a la fe y a la Iglesia en HM Televisión, en el programa Cambio de Agujas y P.J.G. en Religión en Libertad ha sintetizado su historia. Casado «desde hace 30 años por lo civil, desde hace 9 por la Iglesia», está acostumbrado a trabajar con palabras. Es escritor y músico… y sin embargo le cuesta encontrar las palabras adecuadas para detallar cómo Dios trabajó en su interior para transformarle. Lo hizo de forma impactante, contundente, en un Cursillo de Cristiandad, al que acudió pensando que se limitaría a encontrar ideas, quizá, para algún relato.

La fe en la infancia

Pablo se educó en una familia católica pero poco fervorosa. «Yo a los 7 años estaba interno en un colegio de salesianos. Creo que recibí allí la confirmación antes que la comunión. Recuerdo el cachete del obispo. Hice la comunión con mi hermano. Mis padres tenían ese día un enfado y fuimos solos a la iglesia. Ese colegio es de mis recuerdos más antiguos. Recuerdo procesiones con la Virgen por la noche». En otro colegio de interno, con los dominicos, recuerda el rosario y la misa diaria.

De vuelta a casa, intentaba ir a misa los domingos por cumplir, pero sin integrarse.

La adolescencia, la carne… y el alejamiento de la Iglesia

Y en la adolescencia, en la lucha por la castidad, «al no tener tampoco ningún tipo de dirección, es aún un milagro que mi conexión con la Iglesia aún se mantuviese hasta los 22 años». A esa edad cortó con Dios. A esa edad acudió a una confesión «desgarradora» y al salir decidió: «se acabó, no más». Se acabó la lucha contra el pecado. Estableció una falsa paz.

Se alejaría durante 25 años de Dios. Y adoptó un estilo de vida más o menos equilibrado: sin grandes vicios, con un trabajo bueno, fundando una familia… Pero lejos de Dios.

Pablo, su esposa y sus hijas

No entraba en las iglesias ni para bodas o bautizos de amigos, excepto en un caso, para ser padrino de una sobrina. Además, también había hecho bautizar a sus hijas. «Le dije al sacerdote: pido el bautizo para mis hijas porque no las tengo todas conmigo, y si me equivoco, probablemente estaría privando a mis hijas del mayor don, que es ser hijas de Dios». Si Dios no tenía nada que ver, el bautismo era solo un poco de agua en la cabeza, no causaba daño. Si, por el contrario, la Iglesia tenía razón, era temerario como padre arriesgarse. «Yo intento ser muy racional, muy lógico. Creo que lo soy».

«Iré a ver como les lavan el cerebro»

Un día, su hermano le invitó a un Cursillo de Cristiandad, de un fin de semana. Pablo siempre había mantenido algún interés por lo religioso. De hecho, en ese momento estaba leyendo las Confesiones de San Agustín. Y pensó: «vale, voy a ver ese Cursillo, a ver como los sacerdotes le lavan el cerebro a esa pobre gente». Pensó que quizá le podía servir para sacar temas para escribir algún relato, alguna obra de teatro…

Allí se acercó a un sacerdote. «En la Iglesia cargáis a los jóvenes con cargas, como ir a misa cada domingo...», le dijo.

«Vas allí pensando que no te sucederá nada. Escuchas testimonios que te parecen absurdos… pero, por lo que se ve, el Espíritu Santo te ablanda. En mi caso, fue una escena de la película La Pasión, película que creo que ya había visto».

Fue durante la durísima escena de la flagelación en el filme de Mel Gibson. «Se rompió algo dentro de mí, saltaron lágrimas a mis ojos, intentaba ocultarlo. Yo creía en Dios, pero me había olvidado de Cristo. Mi olvido de Cristo era como una amnesia autoinducida. Lo que me pasó, por dentro, interior, es difícil de explicar», admite este hombre que escribe y cuida las palabras.

Una primera confesión: un instinto de Dios se despertó

Hubo la oportunidad de confesarse. Fue a decirle al confesor: «No sé de qué me he de confesar». Sentía arrepentimiento, pero no sabía como concretarlo o verbalizarlo. Se confesó como pudo… pero no se animó después a comulgar en el Cursillo, porque un «instinto de Dios» se le estaba despertando y no le dejaba acudir a la fila de la comunión.

Salió del Cursillo, dice, «noqueado, como beodo». «Como Obélix, que ha caído en el caldero, pero de la gracia… te empapas, como una esponja, que se llena, y piensas ‘qué me pasa, quién me explicará esto’. Empezó a ir a misa cada domingo”.

«En ese Cursillo entré gusano, y salí mariposa, aunque sea mariposa nocturna, no muy bella». Él era una persona de llorar poco, y había leído cómo lloraba Agustín en sus Confesiones. Pero ahora a él le empezó a pasar: lloraba en la Iglesia, lloraba a veces en situaciones muy incómodas, lloraba mucho y a menudo.

Pablo había vuelto a casa con una convicción: ofender al Señor era algo muy injusto. Es como si hubiera escuchado sus palabras: «vete y no peques más». «Yo tenía ya la determinación de no pecar». Pero era un ritmo nuevo. «Vuelves a casa, con dos hijas, 20 años de matrimonio, y le dices a tu mujer que las cosas no pueden seguir igual».

Quería ahora un noviazgo cristiano… tras 20 años de matrimonio civil

Recuerda Pablo que «una de las cosas por las que se abandona la Iglesia con más frecuencia es por la moral sexual. Nos parece que Dios pide algo imposible, contranatura. Y vives amancebado -son palabras un poco feas, pero… no estás casado por la Iglesia- y yo no quería pecar más». Su idea era pasar ahora a vivir un noviazgo cristiano con su esposa hasta poder casarse por la Iglesia. Para él iba a ser fácil, porque se sentía lleno de gracia, con un poderoso instinto contra el pecado. «Pero, claro, ¡mi mujer no había estado en el Cursillo!» Para ella era «muy complicado, y ella se batió con Dios».

A la izquierda, Pablo y su esposa cuando se casaron por lo civil. A la derecha, su boda por la Iglesia después de la conversión de Pablo

A los 4 meses ella accedió a casarse por la Iglesia. No había otra salida. «O nos casábamos por la Iglesia o la seguiría queriendo… pero no pensaba pecar».

Recuerdo el momento que por fin pudo volver a comulgar. Era a las 12 de la noche, en la parroquia, con las dos especies. «Como borracho, me derrumbé en un asiento, yo entendí que dijeran que los Apóstoles con el Espíritu Santo estaban como borrachos. Yo veía un gran crucifijo y pensaba: ¡Es Él!»

Ya después, orando a la Virgen, sintió que ella le decía: «Si quieres ser mi hijo, ten a todos como hermanos». Ese mandato, dice, es el resumen de cómo intenta vivir hoy su vida.

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