Papa a Congreso de personas con discapacidad: “La diversidad es riqueza, que la Iglesia acoja a todos o cierre sus puertas”

“En la parroquia, en la misa, los sacramentos, todos son iguales, porque tienen el mismo Señor Jesús y la misma mamá, María. ¿Cómo acoger a todos? Piensa en un  sacerdote que no acoge a todos. ¿Qué consejo debería darle el Papa? ¡Cierre la puerta de la iglesia, por favor: o todos o nadie! Pero pensemos en un sacerdote que se defiende: «No padre, no es así, no puedo aceptar a todos porque no son capaces de entender». ¡Eres tú el que no es capaz de entender! Lo que debe hacer el sacerdotees ayudar a todos a entender. Comprender la fe, el amor, cómo ser amigos, las diferencias, como se complementan las cosas, cómo uno puede dar una cosa y otro, otra. Esto es ayudar a entender. He utilizado dos palabras hermosas: acoger y escuchar. Acoger, es decir, recibir a todos. Recibir a todos, ¡todos! Y escuchar a todos”

12 de junio de 2016.-  (Asia News / Camino Católico)  El Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en el Congreso «¡… Y siempre comerás en mi mesa!», promovido por el sector de catequesis de las personas con discapacidad de la Oficina Catequística Nacional Italiana en el aula Pablo VI, el sábado 11 de junio por la mañana.  Decidió no pronunciar el discurso preparado que entregó al final del acto y quiso responder improvisando, a dos preguntas formuladas por dos niñas con discapacidad: «el apretón de manos es comunión, pero muchos piensan que es más conveniente hacer caso omiso de la diversidad». Para los sacerdotes que no escuchan, propone  «una pastoral de los oídos». A continuación el texto completo del discurso improvisado contestando las preguntas y debajo el que no pronunció:

La primera pregunta era muy, muy rica. Muy rica. Y hablaba de la diversidad. Todos somos diferentes. No hay uno que sea igual a otro. Y hay algunas diferencias grandes, otras más pequeñas, pero todos somos diferentes. Y ella, la chica que hizo la pregunta, antes, dijo: «Muchas veces tenemos miedo de la diversidad». Hay miedo. ¿Por qué? Porque ir al encuentro de una persona que tiene una diversidad, no digamos fuerte pero sí grande, es un desafío. Y todo reto nos da miedo. Es más cómodo no moverse, es más cómodo ignorar la diversidad y decir «somos todos iguales, y si alguien no es igual, hagámoslo a un lado, no vamos a su encuentro». Es el miedo que nos da todo desafío: todos los retos nos asustan, nos causan miedo. Nos vuelven un poco miedosos. ¡Y no! Las diferencias son justamente riqueza, porque yo tengo una cosa, tú tienes otra y con estas dos hacemos una cosa más hermosa y más grande. Y así podemos seguir adelante.

Y así pensamos en un mundo donde todos sean iguales. Sería un mundo aburrido. Un mundo aburrido. Es cierto que hay diversidades que son dolorosas, todos lo sabemos, las que tienen su raíz en una enfermedad… pero también esas diferencias nos ayudan, nos desafían y nos enriquecen. Por eso, jamás debemos tener miedo de la diversidad, porque es justamente el camino para mejorar. Para ser más bellos y más ricos.

Y ¿cómo se hace esto? Poner en común lo que tenemos. Ponerlo en común. Hay un hermoso gesto que los seres humanos tenemos, un gesto que hacemos casi de manera inconsciente, pero que es un gesto muy profundo: estrecharse la mano. Cuando estrecho tu mano, pongo lo que tengo en común contigo. Si se trata de un apretón de manos sincero, yo te voy a dar la mía y tú me das la tuya. Y esto es algo que nos hace bien a todos.

Seguir adelante con las diversidades. Porque las diversidades son un reto, pero nos hacen crecer. Nos hacen crecer. Y pensar que cada vez que estrecho la mano a otro, doy algo mío y recibo algo suyo. Y esto también nos hace crecer. Esto es lo que me viene responder a la primera pregunta, gracias.

Se me olvidó algo en la primera pregunta, pero respondo ahora con esta respuesta que dio Serena. Pero Serena me pone en dificultades. Porque si digo lo que pienso… Y hablé poco, tres o cuatro líneas. Pero lo he dicho fuerte. Serena habló de una de las cosas más feas, lo más feo que hay entre nosotros: la discriminación. Es una cosa feísima. «No eres como yo, tú vete más allá y yo me quedo aquí». Pero yo quisiera hacer la catequesis, pero en esta parroquia no. Esta parroquia es para los que son iguales, donde no hay diferencias… ¿es bueno o no? ¿Qué debe hacer el párroco? ¡Convertirse! Es cierto que si quieres hacer la Comunión, debes tener una preparación, pero si no sabes este idioma – tal vez eres sordo -debe tener la oportunidad, en esta parroquia, de prepararte con el lenguaje de los sordos. Eso es importante.

Si eres diferente, también tú tienes la oportunidad de ser lo mejor posible. ¡Y eso es verdad! La diversidad no dice que los que tienen los cinco sentidos funcionando bien son diferentes del sordomudo: esto no es cierto. Todos tenemos la misma oportunidad de crecer, de ponernos en marcha, de amar al Señor, de comprender la doctrina cristiana. Todos tenemos la misma oportunidad de recibir los sacramentos, ¿entendido?

Cuando, hace muchos años, hace cien años o más, el Papa Pío X dijo que se debía dar la comunión a los niños,  muchos se escandalizaron. «Pero el niño no entiende, es diferente. No entiende plenamente». Dad la comunión a los niños, dijo el Papa, e hizo de una diferencia una igualdad. Porque él sabía que el niño entiende de otra manera, y cuando hay diferencias entre nosotros, se entiende  de otra manera. También en las escuelas, en los barrios, cada uno tiene su propia riqueza. Es diferente, es como si hablara otro idioma, pero es diferente. Es diferente porque se expresa de una manera diferente, y esto es una riqueza.

Por eso, lo que dijo Serena sucede tantas veces, es una de las cosas más feas en nuestras ciudades, en nuestras vidas: la discriminación. Con palabras ofensivas, incluso. Y no se puede ser discriminados.

Cada uno de nosotros tiene una manera de conocer las cosas, que es diferente. Uno conoce en cierto modo, uno en otra. Pero todo el mundo puede conocer a Dios. [Una niña se levanta de la audiencia y comienza a subir las escaleras hasta el Papa, que deja de hablar] Ven, ven, ven… Esta es valiente, no tiene miedo, se arriesga. Y nos da una lección. Ella nunca será discriminada, se sabe defender sola.

En la parroquia, en la misa, los sacramentos, todos son iguales, porque tienen el mismo Señor Jesús y la misma mamá, María. [Una segunda niña llega donde el Papa, lo besa y se sienta a sus pies junto a la primera]. ¿Cómo acoger a todos? Pero, si tú – no digo a ti, que sé que acoges a todos, sino que lo digo a todos – piensa en un  sacerdote que no acoge a todos. ¿Qué consejo debería darle el Papa? ¡Cierre la puerta de la iglesia, por favor: o todos o nadie!

Pero pensemos en un sacerdote que se defiende: «No padre, no es así, no puedo aceptar a todos porque no son capaces de entender». ¡Eres tú el que no es capaz de entender!

Lo que debe hacer el sacerdote, ayudado por laicos, catequistas y por tanta gente, es ayudar a todos a entender. Comprender la fe, el amor, cómo ser amigos, las diferencias, como se complementan las cosas, cómo uno puede dar una cosa y otro, otra. Esto es ayudar a entender. He utilizado dos palabras hermosas: acoger y escuchar. Acoger, es decir, recibir a todos. Recibir a todos, ¡todos! Y escuchar a todos.

Os digo una cosa. Hoy creo que en el trabajo pastoral de la Iglesia se hacen tantas cosas bellas, tantas cosas buenas. Pero hay una cosa que tiene que hacerse más, incluso los sacerdotes y los laicos, pero sobretodo los sacerdotes: el apostolado de la oreja, escuchar. «Pero padre, es aburrido escuchar, son siempre las mismas historias». Pero no son las mismas personas, y el Señor se encuentra en el corazón de todas las personas. Y debes tener la paciencia de escuchar, acoger y escuchar.

Creo que con esto he respondido a las preguntas. Yo había preparado un discurso, el prefecto va a entregarlo para que sea conocido por todos [se encuentra a continuación, ndr]. Leer un discurso es un poco aburrido. Hay un momento, estad atentos: cuando alguien empieza a leer un discurso, un poco… Con un poco de ingenio, empiezas a mirar el reloj, como diciendo “¿cuándo acabará de hablar este?». El discurso es para leer, o leedlo vosotros. Muchísimas gracias por esta visita, por esta belleza de las diversidades que hacen comunidad. Uno a partir del otro, el otro a partir de uno. Muchas gracias y rezad por mí.

Francisco


Texto completo del discurso no pronunciado

Estimados amigos,

Les doy la bienvenida con motivo del 25 aniversario de la institución del Sector para la Catequesis de los discapacitados de la Oficina de Catequesis Nacional italiana. Un aniversario que estimula a renovar su compromiso para asegurar que las personas con discapacidad sean plenamente acogidas en parroquias, asociaciones y movimientos eclesiales. Doy gracias por las preguntas que me habeis hecho, y que muestran su pasión en este ámbito de la pastoral. Se requiere un enfoque doble: la conciencia de la educabilidad en la fe de la persona con discapacidades, incluso graves y muy graves; y la voluntad de considerarla como sujeto activo en la comunidad en la cual vive.

Estos hermanos y hermanas – como incluso lo demuestra este Congreso – no sólo son capaces de vivir una experiencia genuina de encuentro con Cristo, sino que también son capaces de testimoniarla a los demás. Se ha hablado mucho del cuidado pastoral de las personas con discapacidad; hay que seguir adelante, por ejemplo, reconociendo mejor su capacidad apostólica y misionera, y primero y ante todo, reconociendo el valor de su «presencia» como personas, como miembros vivos del Cuerpo eclesial. En la debilidad y fragilidad se esconden tesoros capaces de renovar nuestras comunidades cristianas.

En la Iglesia, gracias a Dios, se registra una difundida atención a la discapacidad en sus formas física, mental y sensorial, y una actitud generalizada de acogimiento. Sin embargo, nuestras comunidades aún se luchan con esfuerzo por practicar una verdadera inclusión, una participación plena que se vuelva finalmente ordinaria, normal. Y esto requiere no sólo de técnicas y programas específicos, sino ante todo, del reconocimiento y la aceptación de los rostros, tenaz y paciente certeza de que cada persona es única e irrepetible, y cada rostro excluido es un empobrecimiento de la comunidad.

También en esta área, es fundamental la implicación de las familias, que piden no sólo ser aceptadas, sino también ser estimuladas y alentadas. Nuestras comunidades cristianas han de ser «hogares» dónde todo sufrimiento encuentre compasión, en las cuales toda familia con su carga de dolor y fatiga pueda sentirse comprendida y respetada en su dignidad. Como he señalado en la exhortación apostólica Amoris laetitia, «la atención dedicada tanto a los migrantes como a las personas con discapacidades es un signo del Espíritu. Porque ambas situaciones son paradigmáticas: ponen especialmente en juego cómo se vive hoy la lógica de la acogida misericordiosa y de la integración de los más frágiles»(n 47).

En el camino de la inclusión de las personas con discapacidad ocupa naturalmente un puesto decisivo su admisión en los Sacramentos. Si reconocemos la peculiaridad y la belleza de su experiencia de Cristo y de la Iglesia, debemos, en consecuencia, indicar claramente que están llamados a la plenitud de la vida sacramental, incluso ante la presencia de graves disfunciones psíquicas. Es triste constatar que en algunos casos siga habiendo dudas, resistencias e incluso rechazos. A menudo se justifica la negativa diciendo: «si de todos modos, no entienden», o: «No lo necesitan». En realidad, con dicha actitud, se muestra no haber comprendido el significado de Sacramentos mismos, y de hecho se niega a las personas con discapacidad el ejercicio de su filiación divina y la plena participación en la comunidad eclesial.

El Sacramento es un don y la liturgia es vida: antes de ser entendido racionalmente, pide ser vivido en la especificidad personal y eclesial. En este sentido, la comunidad cristiana está llamada a trabajar para que todo bautizado pueda experimentar a Cristo en los sacramentos. Por lo tanto, ha de ser una viva preocupación de la comunidad hacer de tal manera para asegurarse de que las personas discapacitadas pueden experimentar que Dios es nuestro Padre y nos ama, que tiene predilección por los pobres y los pequeños a través de los actos simples y cotidianos de amor de que son destinatarios. Como se indica en el Directorio General para la Catequesis: «El amor del Padre hacia estos hijos más débiles y la continua presencia de Jesús con su Espíritu dan fe de que toda persona, no importa cuán limitada sea, es capaz de crecer en santidad» (n. 189).

Es importante prestar también atención a la ubicación y a la participación de las personas con discapacidad en las asambleas litúrgicas: estar en la asamblea y dar su propio aporte a la acción litúrgica con el canto y con gestos significativos, contribuye a sostener el sentido de pertenencia de cada uno. Se trata de hacer crecer una mentalidad y un estilo que proteja de los prejuicios, exclusiones y marginaciones, favoreciendo una efectiva fraternidad en el respeto de la diversidad, apreciada como valor. Queridos hermanos y hermanas, os agradezco por todo lo que habéis hecho en estos veinticinco años de trabajo al servicio de comunidades cada vez más acogedoras y atentas a los últimos. Seguid adelante con perseverancia y con a ayuda de Nuestra Madre, María Santísima. Rezo por vosotros y os bendigo de corazón; y vosotros también, por favor, rezad por mí.  

Francisco

 

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