Papa Francisco en Ángelus 11/8/2013: “El amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo”

“El amor de Dios se manifiesta en Jesús porque nosotros no podemos amar el aire, el todo. No se puede. Amamos personas. Y la persona a la que amamos es Jesús, el don del Padre entre nosotros. Es un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. Y también da sentido a las experiencias negativas, porque nos permite no quedar prisioneros del mal, sino que nos hace pasar más allá, nos abre siempre a la esperanza”

11 de agosto de 2013.- (13 TV / Camino Católico)  “¿Cuál es la realidad que atrae mi corazón como un imán?” ha preguntado hoy el Papa Francisco en su reflexión previa a la oración del Ángelus con los peregrinos de la Plaza del Santuario de San Pedro, en el caluroso mediodía del verano romano.  ‘Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón’ (Lc.12,34),” ha dicho el Sucesor de Pedro, inspirado en el Evangelio de la liturgia del domingo. Por esto, aunque la realidad más importante sea llevar adelante la familia, el trabajo,“es el amor de Dios el que da sentido a los pequeños empeños cotidianos y el que también ayuda a afrontar las grandes pruebas”.

Después de la oración mariana, Papa Francisco ha saludado en primer lugar a los musulmanes del mundo entero, nuestros hermanos, que han concluido la celebración del mes de Ramadán. En el vídeo se escucha y visualiza la intervención integra del Papa traducida al castellano, cuyo  texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Lc 12,32-48) nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu despierto, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nuestro ser. Este es un aspecto fundamental de la vida. Hay un deseo que todos nosotros, sea explícito, sea escondido, tenemos en el corazón, todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.

También es importante ver esta enseñanza de Jesús en el contexto concreto, existencial en el que Él lo ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra a Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino los educa confiándoles a ellos aquello que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su ánimo. Entre estas actitudes se encuentran el desapego a los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, precisamente, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera del retorno a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a buscarnos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya ha hecho con su Madre María Santísima, que la ha llevado al cielo, con Él.

Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo grande, profundo: aquel de encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice se resume en un famoso dicho de Jesús: «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Lc 12,34). El corazón que desea. Todos nosotros tenemos un deseo. Pero, pobre gente aquella que no tiene deseo, el deseo de ir adelante, hacia el horizonte. Para nosotros cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el encuentro propiamente con él, que es nuestra vida, nuestra alegría, Aquel que nos hace felices. Yo les haría dos preguntas, la primera: ¿Todos ustedes tienen un corazón deseoso? Piensen y respondan en silencio en el corazón: ¿Tú tienes un corazón que desea o tienes un corazón cerrado, un corazón dormido, un corazón anestesiado por las cosas de la vida? El deseo, ir adelante al encuentro con Jesús.

La segunda pregunta:¿Dónde está tu tesoro, aquello que tú deseas, porque Jesús nos ha dicho: “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”? yo pregunto: ¿Dónde está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más preciosa, la realidad que atrae mi corazón como un imán?, ¿Qué atrae tu corazón? ¿Puedo decir que es el amor de Dios?, ¿Que es el deseo de hacer el bien a los otros, de vivir para el Señor y para nuestros hermanos?, ¿Puedo decir esto? Cada uno responde en su corazón.

Alguno me responderá: Padre, pero yo soy uno que trabaja, que tiene familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante a mi familia, el trabajo… Cierto, es verdad, es importante. Pero ¿Cuál es la fuerza que tiene unida a la familia? Es justamente el amor. Y quien siembra el amor en nuestro corazón es Dios. El amor de Dios es el que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón.

Pero el amor de Dios ¿Qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico; el amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. ¡Jesús! El amor de Dios se manifiesta en Jesús porque nosotros no podemos amar el aire, el todo. No se puede. Amamos personas. Y la persona a la que amamos es Jesús, el don del Padre entre nosotros. Es un amor que da valor y belleza a todo el resto. Es un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. Y también da sentido a las experiencias negativas, porque nos permite ir más allá de estas experiencias, más allá, de no quedar prisioneros del mal, sino que nos hace pasar más allá, nos abre siempre a la esperanza. El amor de Dios, en Jesús, siempre nos abre a la esperanza, a aquel horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación. De esta manera también las fatigas y las caídas encuentran un sentido, también nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este amor de Dios en Jesús nos perdona siempre. Nos ama tanto que nos perdona siempre.

Queridos hermanos, hoy en la Iglesia hacemos memoria de santa Clara de Asís, que tras las huellas de Francisco dejó todo para consagrarse a Cristo en la pobreza. Santa Clara nos da un testimonio muy bello de este Evangelio de hoy: que ella nos ayude, junto con la Virgen María, a vivirlo también nosotros, cada uno según la propia vocación.

(Tras la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:)

Queridos hermanos y hermanas, recordamos que el próximo jueves es la solemnidad de la Asunción de María. Pensamos en nuestra madre que ha llegado al Cielo con Jesús, y ese día hacemos fiesta a ella.

Quisiera dirigir un saludo a los musulmanes de mundo entero, nuestros hermanos, que hace poco han celebrado la conclusión del mes del Ramadán, dedicado de forma particular al ayuno, a la oración y a la limosna. Como he escrito en mi mensaje para esta ocasión, deseo que cristianos y musulmanes se comprometan para promover el respeto recíproco, especialmente a través de la educación de las nuevas generaciones.

Saludo con afecto a  todos los romanos y los peregrinos presentes. También hoy tiene la alegría de saluda algunos grupos de jóvenes: en primer lugar a los venidos desde Chicago, en peregrinaje a Lourdes y Roma; y después a los jóvenes de Locate, de Predore y Tavernola Bergamasca, y los Scout de Vittoria. Os repito también a vosotros las palabras que han sido el tema del gran encuentro de Río: «Id y haced discípulos entre todas las naciones».

¡A todos vosotros, a todos, os deseo un feliz domingo y buen provecho! ¡Hasta luego!

Papa Francisco

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