Papa Francisco en el Ángelus, 13-3-2022: «Necesitamos la luz de Dios, que reaviva el deseo y la fuerza de rezar, de mirar dentro de nosotros y dedicar tiempo a los demás»

* «En este tiempo de Cuaresma, después de las fatigas de cada día, nos hará bien no apagar la luz de la habitación sin antes ponernos bajo la luz de Dios. Rezar un poco antes de dormir. Démosle al Señor la oportunidad de sorprendernos y despertar nuestro corazón. Esto lo podemos hacer, por ejemplo, abriendo el Evangelio y dejándonos asombrar por la Palabra de Dios, porque la Escritura ilumina nuestros pasos e inflama nuestro corazón. O podemos mirar el Crucifijo y maravillarnos ante el amor loco de Dios, que nunca se cansa de nosotros y tiene el poder de transfigurar nuestros días, de darles un nuevo sentido, una luz diferente, una luz inesperada»

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «Acabamos de rezar a la Virgen María. Esta semana, la ciudad que lleva su nombre, Mariúpol, se ha convertido en una ciudad mártir de la desgarradora guerra que está devastando Ucrania. Frente a la barbarie de la matanza de niños, de personas inocentes y de civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: ha de cesar la inaceptable agresión armada, antes de que reduzca las ciudades a cementerios. Con dolor en el corazón uno mi voz a la de la gente común, que implora el fin de la guerra. En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren, pongan fin a los bombardeos y a los ataques… En nombre de Dios, les pido: ¡detengan esta matanza! ¡En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren y pongan fin a los bombardeos y atentados!…  Aumenten los momentos de oración por la paz. Dios es solo el Dios de la paz, no es el Dios de la guerra, y los que apoyan la violencia profanan su nombre»

13 de marzo de 2022.- (Camino Católico)  El 13 de marzo, segundo domingo de Cuaresma, el Papa Francisco ha rezado la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, junto a los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Reflexionando sobre el Evangelio hodierno que narra la Transfiguración de Jesús (cf. Lc 9, 28-36) mientras rezaba en el monte Tabor, el Santo Padre ha invitado a los fieles a plantearse si ¿acaso este sueño fuera de lugar de los discípulos, no se parece a tantos sueños que nos entran en momentos que sabemos importantes?

Tal vez por la tarde –ha continuado argumentando el Papa- cuando nos gustaría rezar, estar más despiertos, pasar un rato con Jesús después de un día de mil carreras y compromisos; o cuando es el momento de intercambiar unas palabras con la familia, ya no tenemos fuerzas.

Al respecto, Francisco ha puntualizado que precisamente el tiempo fuerte de la Cuaresma es una oportunidad en este sentido: “Es un período en el que Dios quiere despertarnos del letargo interior. Porque —no lo olvidemos nunca— mantener el corazón despierto no depende solo de nosotros: es una gracia, y hay que pedirla. Los tres discípulos del Evangelio así lo demuestran: eran buenos, habían seguido a Jesús al monte, aunque solo con sus fuerzas no conseguían mantenerse despiertos. Pero se despiertan justo durante la Transfiguración”.

“Podemos pensar -añade Francisco- que fue la luz de Jesús la que los despertó. Como ellos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza para orar, para mirar hacia adentro y dedicar tiempo a los demás”.

Para el Papa es posible vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios y el momento ideal para hacerlo es la Cuaresma: “Después de las fatigas de cada día, nos hará bien no apagar la luz de la habitación sin antes ponernos bajo la luz de Dios. Démosle al Señor la oportunidad de sorprendernos y despertar nuestro corazón”.

Y para lograrlo, el Santo Padre propone, por ejemplo, abrir el Evangelio y dejarnos asombrar por la Palabra de Dios, «porque la Escritura ilumina nuestros pasos e inflama nuestro corazón», o mirar el Crucifijo y maravillarnos «ante el amor loco de Dios que nunca se cansa de nosotros y tiene el poder de transfigurar nuestros días, de darles un nuevo sentido, una luz diferente e inesperada».

Después de rezar el Ángelus, el Papa Francisco ha hecho un nuevo y contundente llamamiento pidiendo por la paz y el cese de la guerra en Ucrania.  «Acabamos de rezar a la Virgen María», ha dicho el Santo Padre en su alocución, recordando que esta semana la ciudad ucraniana que lleva su nombre, Mariupol, se ha convertido en una ciudad mártir en la desgarradora guerra que asola a este país: «Ante la barbarie de la matanza de niños, inocentes y civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: lo único que hay que hacer es poner fin a la inaceptable agresión armada, antes de que reduzca las ciudades a cementerios». En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de este segundo domingo de Cuaresma narra la Transfiguración de Jesús (cf. Lc 9, 28-36). Mientras rezaba en un monte alto, Jesús cambia de aspecto, sus vestidos se vuelven blancos y resplandecientes, y en la luz de su gloria aparecen Moisés y Elías, hablando con Él de la Pascua que le espera en Jerusalén, es decir, de su pasión, muerte y resurrección.

Testigos de este extraordinario acontecimiento son los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, que han subido al monte con Jesús. Nos los imaginamos con los ojos bien abiertos ante aquel espectáculo único. Y ciertamente habrá sido así. Pero el evangelista Lucas señala que «Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño» y que «despertándose vieron la gloria de Jesús» (cf. v. 32). El sueño de los tres discípulos parece como una nota discordante. Más tarde, estos mismos apóstoles se dormirán en Getsemaní, durante la oración angustiosa de Jesús, que les había pedido que velaran (cf. Mc 14, 37-41). Causa asombro esta somnolencia en momentos tan importantes.

Pero leyendo con atención, vemos que Pedro, Juan y Santiago se adormecen antes de que comience la Transfiguración, es decir, justo cuando Jesús está en oración. Sucederá lo mismo en Getsemaní. Evidentemente era una oración que se prolongaba, en silencio y recogimiento. Podemos pensar que al principio ellos también estaban rezando, hasta que prevaleció el cansancio, el sueño.

Hermanos, hermanas, ¿acaso no se parece este sueño fuera de lugar al sueño que nos entra en momentos que sabemos importantes? Tal vez por la tarde, cuando nos gustaría rezar, pasar un rato con Jesús después de un día de mil carreras y compromisos. O cuando es el momento de intercambiar unas palabras con la familia y ya no tienes fuerzas. Nos gustaría estar más despiertos, atentos, implicados, para no perder ocasiones únicas, pero no podemos, o lo hacemos de cualquier manera y poco.

El tiempo fuerte de la Cuaresma es una oportunidad en este sentido. Es un período en el que Dios quiere despertarnos del letargo interior, de esta somnolencia que no deja que el Espíritu se exprese. Porque —no lo olvidemos nunca— mantener el corazón despierto no depende solo de nosotros: es una gracia, y hay que pedirla. Los tres discípulos del Evangelio así lo demuestran: eran buenos, habían seguido a Jesús al monte, pero solo con sus fuerzas no conseguían mantenerse despiertos. Nos sucede también a nosotros. Pero se despiertan justo durante la Transfiguración. Podemos pensar que fue la luz de Jesús la que los despertó. Como ellos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza de rezar, de mirar dentro de nosotros y dedicar tiempo a los demás. Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios. Y cuando no podamos superar esto, debemos decirle al Espíritu Santo: “Ayúdanos. Ven, ven Espíritu Santo. Ayúdame: quiero encontrar a Jesús, quiero estar atento, despierto”. Pedirle al Espíritu Santo que nos saque de esta somnolencia que nos impide rezar.

En este tiempo de Cuaresma, después de las fatigas de cada día, nos hará bien no apagar la luz de la habitación sin antes ponernos bajo la luz de Dios. Rezar un poco antes de dormir. Démosle al Señor la oportunidad de sorprendernos y despertar nuestro corazón. Esto lo podemos hacer, por ejemplo, abriendo el Evangelio y dejándonos asombrar por la Palabra de Dios, porque la Escritura ilumina nuestros pasos e inflama nuestro corazón. O podemos mirar el Crucifijo y maravillarnos ante el amor loco de Dios, que nunca se cansa de nosotros y tiene el poder de transfigurar nuestros días, de darles un nuevo sentido, una luz diferente, una luz inesperada.

Que la Virgen María nos ayude a mantener nuestro corazón despierto para acoger este tiempo de gracia que Dios nos ofrece.

Oración del Ángelus:

Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.
Et concépit de Spíritu Sancto.
Ave Maria…

Ecce ancílla Dómini.
Fiat mihi secúndum verbum tuum.
Ave Maria…

Et Verbum caro factum est.
Et habitávit in nobis.
Ave Maria…

Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.
Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.

Orémus.
Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,
méntibus nostris infunde;
ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.

Amen.

Gloria Patri… (ter)
Requiem aeternam…

Benedictio Apostolica seu Papalis

Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.
Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,
Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.

Amen.

Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:

Hermanos y hermanas:

Acabamos de rezar a la Virgen María. Esta semana, la ciudad que lleva su nombre, Mariúpol, se ha convertido en una ciudad mártir de la desgarradora guerra que está devastando Ucrania. Frente a la barbarie de la matanza de niños, de personas inocentes y de civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: ha de cesar la inaceptable agresión armada, antes de que reduzca las ciudades a cementerios. Con dolor en el corazón uno mi voz a la de la gente común, que implora el fin de la guerra. En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren, pongan fin a los bombardeos y a los ataques… En nombre de Dios, les pido: ¡detengan esta matanza! ¡En nombre de Dios, escuchen el grito de los que sufren y pongan fin a los bombardeos y atentados! Se trabaje real y resueltamente en la negociación, y que los corredores humanitarios sean efectivos y seguros. En nombre de Dios, les pido: ¡detengan esta matanza!

Quisiera exhortar una vez más a la acogida de tantos refugiados en los que Cristo está presente y dar las gracias por la gran red de solidaridad que se ha formado. Les pido a todas las comunidades diocesanas y religiosas que aumenten los momentos de oración por la paz. Dios es solo el Dios de la paz, no es el Dios de la guerra, y los que apoyan la violencia profanan su nombre. Ahora recemos en silencio por los que sufren y para que Dios convierta los corazones a una firme voluntad de paz.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos procedentes de Italia y de varios países. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Nápoles, Fuorigrotta, Pianura, Florencia y Carmignano; así como a la delegación del Movimiento No Violento.

Os deseo a todos un feliz domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.

Francisco


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