El Papa en el Ángelus, 2-1-2022: «Dios quiere habitar en nosotros, Él viene, dejemos que habite nuestro corazón y toque nuestras zonas oscuras: ‘Mira, Señor, allí no hay luz’»

* «Una cosa espléndida: el modo de actuar de Dios. Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él. Lo hace porque no se resigna a que podamos extraviarnos yendo lejos de Él, lejos de la eternidad, lejos de la luz. He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos indignos, esto no lo detiene. Él viene. Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos para recibirlo, prefiere venir de todos modos. Y si nosotros le cerramos la puerta en la cara, Él espera. Es precisamente el Buen Pastor. ¿Y la imagen más bella del Buen Pastor? El Verbo que se hace carne para compartir nuestra vida. Jesús es el Buen Pastor que viene a buscarnos allí donde nosotros estamos: en nuestros problemas, en nuestra miseria… Ahí viene Él»

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «Hoy los invito a la concreción. ¿Cuáles son las cosas interiores que yo creo que a Dios no le gustan? ¿Cuál es el espacio que considero sólo para mí y al que no quiero que Dios venga?  Cada uno de nosotros sea concreto, y respondamos a esto. “Sí, sí, yo querría que Jesús viniera, pero esto, que esto no lo toque; y esto, no, y esto…”. Cada uno tiene su propio pecado, llamémoslo por su nombre. Y Él no se asusta de nuestros pecados: ha venido para curarnos. Al menos, hagámoselo ver, que Él vea el pecado. Seamos valientes, digamos: “Señor, yo estoy en esta situación, no quiero cambiar. Pero tú, por favor, no te alejes demasiado”. Bella oración, esta. Seamos sinceros hoy»

2 de enero de 2022.- (Camino Católico)  El domingo 2 de enero, el Papa Francisco ha rezado la oración mariana del Ángelus, asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano junto a los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Francisco ha invitado a los fieles y peregrinos a aprovechar estos días navideños para acoger al Señor en nuestro corazón, no sólo con palabras, sino con gestos concretos: «Invitémoslo oficialmente a formar parte de nuestras vidas sobre todo presentándole nuestra zonas oscuras y contándole sin miedo los problemas sociales y eclesiales de nuestro tiempo, porque Dios ama habitar entre nosotros».

El Pontífice ha reflexionado sobre el Evangelio del día, según san Juan (Jn 1, 14), que presenta una hermosa frase que siempre rezamos a la hora del Ángelus y que es la única que nos revela el sentido de la Navidad: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». El Papa se detuvo a analizar otro binomio presente en el Prólogo del Evangelio de Juan: luz y tinieblas (cfr. v. 5): «Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros, en cambio, hay muchas oscuridades. Ahora, con Jesús, se encuentran la Luz y las tinieblas: la santidad y la culpa, la gracia y el pecado».

Pero… ¿qué quiere anunciar el Evangelio con estas polaridades? Para Francisco se trata de una cosa espléndida, es decir, el modo de actuar de Dios: “He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos indignos, eso no lo detiene. Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos a recibirlo, prefiere venir de todos modos”.

El Pontífice ha recordado que, a menudo, nos mantenemos a distancia de Dios porque pensamos que no somos dignos de Él por otros motivos: “Piensa en el establo de Belén. Jesús nació allí, en esa pobreza, para decirte que ciertamente no teme visitar tu corazón, habitar en una vida desaliñada. Habitar. Es el verbo que utiliza hoy el Evangelio: expresa un compartir total, una gran intimidad. Esto es lo que Dios quiere”.

Pero para lograr que Dios habite en nuestro corazón –ha añadido el Santo Padre- cada uno debe hacerle un espacio, pero no sólo con palabras, sino con gestos concretos: Deteniéndonos ante el pesebre, «porque muestra a Jesús que viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas»; y presentándole allí nuestras situaciones, lo que vivimos. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy nos ofrece una hermosa frase, que siempre rezamos a la hora del Ángelus y que por sí sola nos revela el sentido de la Navidad: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Estas palabras, si lo pensamos, contienen una paradoja. Ponen juntas dos realidades opuestas: el Verbo y la carne. “Verbo” indica que Jesús es la Palabra eterna del Padre, Padre infinita, que existe desde siempre, antes de todas las cosas creadas; “carne”, en cambio, indica precisamente nuestra realidad, realidad creada, frágil, limitada, mortal. Antes de Jesús eran dos mundos separados: el Cielo opuesto a la tierra, lo infinito opuesto a lo finito, el espíritu opuesto a la materia. Y hay otra oposición en el Prólogo del Evangelio de Juan, otro binomio: luz y tinieblas (cf. v. 5). Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo. Luz y tinieblas. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros, en cambio, hay muchas oscuridades. Ahora, con Jesús, se encuentran la Luz y las tinieblas: la santidad y la culpa, la gracia y el pecado. Jesús, la encarnación de Jesús es precisamente el lugar del encuentro, del encuentro entre Dios y los hombres, el encuentro entre la gracia y el pecado.

¿Qué quiere anunciar el Evangelio con estas polaridades? Una cosa espléndida: el modo de actuar de Dios. Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él. ¿Y por qué Dios hace esto? ¿Por qué desciende entre nosotros? Lo hace porque no se resigna a que podamos extraviarnos yendo lejos de Él, lejos de la eternidad, lejos de la luz. He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos indignos, esto no lo detiene. Él viene. Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos para recibirlo, prefiere venir de todos modos. Y si nosotros le cerramos la puerta en la cara, Él espera. Es precisamente el Buen Pastor. ¿Y la imagen más bella del Buen Pastor? El Verbo que se hace carne para compartir nuestra vida. Jesús es el Buen Pastor que viene a buscarnos allí donde nosotros estamos: en nuestros problemas, en nuestra miseria… Ahí viene Él.

Queridos hermanos y hermanas, a menudo nos mantenemos a distancia de Dios porque pensamos que no somos dignos de Él por otros motivos. Y es verdad. Pero la Navidad nos invita a ver las cosas desde su punto de vista. Dios desea encarnarse. Si tu corazón te parece demasiado contaminado por el mal, te parece desordenado, por favor no te cierres, no tengas miedo. Él viene. Piensa en el establo de Belén. Jesús nació allí, en esa pobreza, para decirte que ciertamente no teme visitar tu corazón, habitar en una vida desaliñada. Ésta es la palabra: habitarHabitar es el verbo que utiliza hoy el Evangelio para significar esta realidad: expresa un compartir total, una gran intimidad. Y esto es lo que Dios quiere: quiere habitar con nosotros, quiere habitar en nosotros, no permanecer lejos.

Y me pregunto, a mí, a ustedes y a todos: nosotros, ¿queremos hacerle espacio? Con palabras, sí; nadie dirá: “¡Yo no!”; sí. ¿Pero concretamente? Tal vez haya aspectos de la vida que guardamos para nosotros, exclusivos, o lugares interiores en los cuales tenemos miedo que entre el Evangelio, donde no queremos poner a Dios en medio. Hoy los invito a la concreción. ¿Cuáles son las cosas interiores que yo creo que a Dios no le gustan? ¿Cuál es el espacio que considero sólo para mí y al que no quiero que Dios venga?  Cada uno de nosotros sea concreto, y respondamos a esto. “Sí, sí, yo querría que Jesús viniera, pero esto, que esto no lo toque; y esto, no, y esto…”. Cada uno tiene su propio pecado, llamémoslo por su nombre. Y Él no se asusta de nuestros pecados: ha venido para curarnos. Al menos, hagámoselo ver, que Él vea el pecado. Seamos valientes, digamos: “Señor, yo estoy en esta situación, no quiero cambiar. Pero tú, por favor, no te alejes demasiado”. Bella oración, esta. Seamos sinceros hoy.

En estos días navideños nos hará bien acoger al Señor precisamente allí. ¿Cómo? Por ejemplo, deteniéndose ante el pesebre, porque muestra a Jesús que viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas ― algunos son culpa nuestra, otros, culpa de los demás―, y Jesús viene. Vemos a los pastores que trabajan duramente, a Herodes que amenaza a los inocentes, una gran pobreza… Pero en medio de todo esto, en medio de tantos problemas ―y también en medio de nuestros problemas― está Dios, está Dios que quiere habitar con nosotros. Y espera que le presentemos nuestras situaciones, lo que vivimos. Entonces, ante el pesebre, hablemos con Jesús de nuestras vicisitudes concretas. Invitémoslo oficialmente a nuestra vida, sobre todo a las zonas oscuras: “Mira, Señor, que allí no hay luz, allí la electricidad no llega, pero por favor no toques, porque no quiero dejar esta situación”. Hablar con claridad, concretamente. Las zonas oscuras, nuestros “establos interiores”: cada uno los tiene. Y también contémosle sin miedo los problemas sociales, los problemas eclesiales de nuestro tiempo, los problemas personales, también los peores: Dios ama habitar en nuestro establo.

Que la Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo carne, nos ayude a cultivar una mayor intimidad con el Señor.

Oración del Ángelus:

Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.
Et concépit de Spíritu Sancto.
Ave Maria…

Ecce ancílla Dómini.
Fiat mihi secúndum verbum tuum.
Ave Maria…

Et Verbum caro factum est.
Et habitávit in nobis.
Ave Maria…

Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.
Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.

Orémus.
Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,
méntibus nostris infunde;
ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.

Amen.

Gloria Patri… (ter)
Requiem aeternam…

Benedictio Apostolica seu Papalis

Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.
Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,
Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.

Amen.

Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Dirijo de corazón mi saludo a todos ustedes, fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de otros países: veo banderas polacas, brasileñas, uruguayas, argentinas, paraguayas, colombianas y venezolanas: ¡bienvenidos a todos!

Saludo a las familias, a las asociaciones, a los grupos parroquiales, especialmente a los de Postioma y Porcellengo, en la diócesis de Treviso, así como a los adolescentes de la Federación Regnum Christi y a los chicos de la Inmaculada.

En este primer domingo del año renuevo a todos mis deseos de paz y de bien en el Señor. En los momentos felices y en los tristes, encomendémonos a Él, que es nuestra fuerza y nuestra esperanza. Y no lo olviden: invitemos al Señor a entrar en nosotros, a venir a nuestra realidad, por fea que sea, como un establo: “Señor, yo no querría que tú entraras, pero míralo, quédate cerca”. Hagamos esto.

Les deseo un buen domingo y buen almuerzo. Y no se olviden de rezar por mí. ¡Hasta la ponto!

Francisco


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