Papa Francisco en el Ángelus: «¡Conviértete! Para poder recibir al Dios de la alegría»

* «La Conferencia del clima ha apenas concluido en París con la adopción de un acuerdo que muchos definieron histórico. Su actuación requerirá un empeño coral y una generosa dedicación por parte de cada uno. Deseando que sea garantizada una particular atención a las poblaciones más vulnerables exhorto a la entera comunidad internacional proseguir con solicitud el camino emprendido en el signo de una solidaridad que se convierta cada vez más concreta»

Vídeo completo traducido al español

13 de diciembre de 2015.- (13 TV / Radio Vaticano Camino Católico) “¿Qué cosa debemos hacer?”,con la pregunta que el Evangelio de San Lucas presenta en la liturgia del Tercer Domingo de Adviento, el Papa Francisco inició la oración dominical a la Madre de Dios, señalando que es una pregunta que se refiere a tres categorías de personas distintas: la gente, los publicanos y algunos soldados. “Cada uno de estos grupos – dijo el Papa – interroga al profeta sobre aquello que debe hacer para actuar la conversión que él está predicando”. El Bautista, precisó el Pontífice, da tres respuestas para “un idéntico camino de conversión, que se manifiesta en compromisos concretos de justicia y solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor concreto por el prójimo”.

De esta manera, precisó el Obispo de Roma, que ninguna categoría de personas está excluida del camino de la conversión para obtener la salvación, ya que “Dios no impide a ninguno la posibilidad de salvarse”; Él, dijo el Papa, “está ansioso de usar misericordia con todos y de acoger a cada uno en el tierno abrazo de la reconciliación y el perdón”.

Hoy, la pregunta que la liturgia nos presenta es una invitación a “cambiar de dirección, convertirse, y retomar el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad”.

Tras dirigir el rezo del Ángelus, el Papa Francisco recordó que este sábado concluyó la Conferencia sobre el clima de París “con la adopción de un acuerdo que muchos definieron histórico”, pero hizo un llamamiento a la comunidad internacional a que“la solidaridad sea más concreta”. En el vídeo superior se escucha y visualiza la meditación del Santo Padre traducida al español y las palabras posteriores al rezo de la oración mariana, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy hay una pregunta repetida tres veces: «¿Qué debemos hacer? » (Lc 3,10.12.14). Le preguntan a Juan Bautista tres categorías de personas: primero, la muchedumbre en general; segundo, los publicanos, es decir los cobradores de impuestos; y tercero, algunos soldados. Cada uno de estos grupos pregunta al profeta qué debe hacer para realizar la conversión que él está predicando. La respuesta de Juan a la pregunta de la muchedumbre es el compartir los bienes de primera necesidad:  «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto» ( v.11). A los cobradores de impuestos dice no exigir nada más de la suma debida (cfr v.13), ¿qué quiere decir esto? No hacer sobornos, es claro Bautista; y el tercer grupo a los soldados les pide no extorsionar nada a ninguno sino contentarse de sus pagos (cfr v.14). Son las tres respuestas para las tres preguntas. Tres respuestas para un idéntico camino de conversión, que se manifiesta en empeños concretos de justicia y de solidaridad. Es el camino que Jesús indica en toda su predicación: el camino del amor hecho por el prójimo.

Y en estas advertencias de Juan Bautista comprendemos cuáles eran las tendencias generales de quien en aquella época tenía el poder, bajo las formas diversas. Las cosas no han cambiado tanto. No obstante, ninguna categoría de personas está excluida del recorrer el camino de la conversión para obtener la salvación, ni siquiera los publicanos considerados pecadores por definición. Ni siquiera ellos están excluidos de la salvación. Dios no impide a ninguno la posibilidad de salvarse. Él está –se puede decir esta palabra– Él está ansioso por usar la misericordia, usarla hacia todos en el tierno abrazo de reconciliación y de perdón.

Esta pregunta – ¿qué debemos hacer? – la sentimos también nuestra. La liturgia de hoy nos repite, con las palabras de Juan, que es necesario convertirse, es necesario cambiar la dirección de marcha y emprender el camino de la justicia, de la solidaridad, de la sobriedad: son los valores imprescindibles de una existencia plenamente humana y auténticamente cristiana. ¡Conviértanse! Es la síntesis del mensaje del Bautista. Y la liturgia de este tercer domingo de Adviento nos ayuda a redescubrir una dimensión particular de la conversión: la alegría. Quien se convierte y se acerca al Señor siente la alegría. El profeta Sofonías nos dice hoy: «¡Alegráte, hija de Sion!», dirigido a Jerusalén (Sof 3,14); y el apóstol Pablo exhorta así a los cristianos de Filipo: «Alégrense siempre en el Señor» (Fil 4,4). Hoy se necesita valentía para hablar de alegría, ¡se necesita sobre todo fe! El mundo está sofocado por tantos problemas, el futuro agobiado por incógnitas y temores. Y sin embargo, el cristiano es una persona alegre, y su alegría no es cualquier cosa superficial y efímera, sino profundo y estable, porque es un don del Señor que llena la vida. Nuestra alegría deriva de la certeza que «el Señor está cerca» (Fil 4,5). Está cerca con su ternura, con su misericordia, con su perdón, con su amor.

Que la Virgen María nos ayude a reforzar nuestra fe, para que sepamos acoger al Dios de la alegría, que siempre quiere vivir en medio de sus hijos. Y que nuestra Madre nos enseñe a compartir las lágrimas con quien llora, para poder compartir también la sonrisa.

(Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:)

Vídeo fragmento del llamamiento del Papa sobre el acuerdo del clima para que «la solidaridad sea más concreta»

Queridos hermanos y hermanas,

La Conferencia del clima ha apenas concluido en París con la adopción de un acuerdo que muchos definieron histórico. Su actuación requerirá un empeño coral y una generosa dedicación por parte de cada uno. Deseando que sea garantizada una particular atención a las poblaciones más vulnerables exhorto a la entera comunidad internacional proseguir con solicitud el camino emprendido en el signo de una solidaridad que se convierta cada vez más concreta.

Martes próximo, 15 de diciembre, en Nairobi iniciará la Conferencia Ministerial de la Organización Internacional del Comercio. Me dirijo a los Países que participarán, de modo que las decisiones que serán tomadas tengan en cuenta las necesidades de los pobres y de las personas más vulnerables, como también de las legítimas aspiraciones de los Países menos desarrollados y del bien común de la entera familia humana.

En todas las catedrales del mundo, están abiertas las Puertas Santas, para que el Jubileo de la Misericordia pueda ser vivido plenamente en las Iglesias particulares. Deseo que este momento fuerte estimule a tantos para hacerse instrumentos de la ternura de Dios. Como expresión de las obras de misericordia, están abiertas también las “Puertas de la Misericordia” en los lugares de dificultad y de marginación.  En este sentido, saludo a los detenidos de las cárceles de todo el mundo, especialmente aquellos de la cárcel de Padua, que hoy están unidos a nosotros espiritualmente para este momento de oración, y les agradezco el regalo del concierto.

Saludo a todos ustedes, peregrinos llegados de Roma, de Italia y de tantas partes del mundo. En particular saludo a aquellos procedentes de Varsovia y de Madrid. Dirijo un pensamiento especial a la fundación Dispensario Santa Marta en el Vaticano: a los padres con sus hijos, a los voluntarios y a las Hermanas Hijas de la Caridad; ¡gracias por su testimonio de solidaridad y de acogida! Saludo también a los miembros del Movimiento de los Focolares junto a amigos de algunas comunidades islámicas. Vayan hacia adelante, vayan hacia adelante con valentía en su camino de diálogo y de fraternidad, porque ¡todos somos hijos de Dios!

A todos un cordial deseo de buen domingo y buen almuerzo. No se olviden, por favor, de rezar por mí. ¡Hasta la vista!

Francisco

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