Papa Francisco en el Regina Coeli: «A nadie la Iglesia cierra la puerta en la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador. Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo»

* «El Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros  para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor  misericordioso del Señor: ¡Esta es nuestra misión!»

24 de mayo de 2015.- (13 TV / Radio VaticanoCamino Católico)  Al presidir el rezo del último Regina Coeli de 2015, el Papa Francisco dijo que la Iglesia no excluye a nadie y no le cierra las puertas a ninguno “en la cara” porque es madre.

Desde la ventana del estudio pontificio que da a la Plaza de San Pedro y ante miles de fieles presentes, el Papa recordó que este domingo se celebra la Solemnidad de Pentecostés, una fiesta que subraya que “la Iglesia nace universal, una y católica, con una identidad más abierta, que abraza el mundo entero, sin excluir a ninguno. A nadie la Iglesia cierra la puerta en la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo.. La madre Iglesia abre, deja sus puertas abiertas a todos porque es madre”.

Así, dijo el Papa, se inicia entonces una nueva “estación”, la del “testimonio y la fraternidad”, una nueva etapa “que viene de lo alto, de Dios, como llamas de fuego que se posaron sobre la cabeza de cada discípulo”.En el vídeo se visualiza y escucha toda la alocución del Santo Padre, cuyo texto es el siguiente:

La fiesta de Pentecostés nos hace revivir los inicios de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús, “vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento (…) y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,1-2). De esta efusión los discípulos son transformados completamente: el miedo se cambia en coraje, la cerrazón cede el lugar al anuncio y toda duda es aplastada por la fe llena de amor. Es el “bautismo” de la Iglesia, que así comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.

Aquel evento, que cambia el corazón y la vida de los Apóstoles y de los demás discípulos, se repercute inmediatamente fuera del Cenáculo. En efecto, aquella puerta mantenida cerrada durante cincuenta días, finalmente es abierta de par en par, y la primera Comunidad cristiana, ya no replegada sobre sí misma, comienza a hablar a las muchedumbres de diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho (cfr. v. 11), es decir, de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y prefigura la dimensión universal de la misión de los Apóstoles. La Iglesia no nace aislada, nace universal, una, católica, con una identidad precisa pero abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. A nadie la Iglesia cierra la puerta en la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre, abre de par en par sus puertas a todos porque es madre.

El Espíritu Santo, derramado en Pentecostés en el corazón de los discípulos, es el inicio de una nueva estación: la estación del testimonio y de la fraternidad. Es una estación que viene de lo alto, de Dios, como las lenguas de fuego que se posaban sobre la cabeza de cada discípulo. Era la llama del amor que quema toda aspereza; era la lengua del Evangelio que atraviesa los confines puestos por los hombres y toca los corazones de la muchedumbre, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad. Como aquel día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros  para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos al mundo entero el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor  misericordioso del Señor: ¡Esta es nuestra misión!

También a nosotros se nos da como don la “lengua” del  Evangelio y el “fuego” del Espíritu Santo, para que mientras anunciamos a Jesús resucitado, vivo y presente entre nosotros, enardezcamos nuestro corazón y también el corazón de los pueblos acercándolos a Él, camino, verdad y vida.

Nos encomendamos a la materna intercesión de María Santísima, que estaba presente como Madre en medio de sus discípulos en el Cenáculo: es la madre de la Iglesia, la madre de Jesús que se ha convertido en madre de la Iglesia. Nos encomendamos a Ella a fin de que el Espíritu descienda abundantemente sobre la Iglesia de nuestro tiempo, colme los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor. 

(Después de la oración mariana del Regina Coeli el Papa ha dicho:)

Queridos hermanos y hermanas:

Sigo con viva preocupación la situación de los numerosos refugiados en el Golfo de Bengala y en el mar de Andamán. Aprecio los esfuerzos cumplidos por los países que les han dado su disponibilidad y acogen a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros. Animo a la comunidad internacional para darles la asistencia humanitaria necesaria.

Tal día como hoy, hace 100 años, Italia entró en la Gran Guerra, esa masacre inútil. Pedimos por las víctimas pidiendo al Espíritu Santo el don de la paz.

Ayer, en el Salvador y en Kenia, fueron proclamados beatos un obispo y una religiosa. El primero es monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por odio a la fe, mientras estaba celebrando la eucaristía. Este pastor celante, sobre el ejemplo de Jesús, eligió estar en medio de su pueblo, especialmente de los pobres y  los oprimidos, también a costa de la propia vida. La religiosa es sor Irene Stefani, italiana, de las Misioneras de la Consolata, que sirvió a la población keniana con alegría, misericordia y tierna compasión. El ejemplo heroico de estos beatos suscite en cada uno de nosotros el vivo deseo de testimoniar el Evangelio con valentía y abnegación.

Saludo a todos vosotros, queridos romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular a los fieles procedentes de Gran Bretaña, Barcelona, de Friburgo, y el coro de jóvenes de Herxheim. Saludo a la comunidad Dominicana de Roma, los fieles de Cervaro (Frosinone), los militares de la aeronáutica de Nápoles, la Sacra Coral Jónica y los chicos de confirmación de Pievidizzio (Brescia).
Saludo hoy, en el día de la María Auxiliadora, a la comunidad salesiana. Que el Señor les dé fuerza para llevar adelante el espíritu de san Juan Bosco.

Les deseo a todos un buen domingo – un poco caluroso. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!”

Francisco

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