Papa Francisco en homilía de Todos los Santos: «Caminar con las bienaventuranzas, con la esperanza de ver cara a cara al Señor y ser santos en el encuentro definitivo con Él»

«El Señor nos ayude, nos de la gracia de esta esperanza, y también la gracia del coraje de salir de todo lo que es destrucción, devastación, relativismo de vida, exclusión de los otros, exclusión de los valores, exclusión de todo lo que el Señor nos ha dado, exclusión de la paz. Nos libre de esto y nos dé la gracia de caminar con la esperanza de encontrarnos cara a cara con Él y esta esperanza, hermanos y hermanas, no desilusiona»

1 de noviembre de 2014.- (Radio Vaticano Camino Católico)  La tarde del sábado 1 de noviembre el Papa Francisco presidió en el Cementerio romano del Verano, la Misa en la Solemnidad de Todos los Santos. “Personas que pertenecen totalmente a Dios”, así definió el Obispo de Roma a todos aquellos, la mayor parte desconocidos hombres y mujeres  que, en lo escondido, han vivido el ideal de las Bienaventuranzas: han sido pobres de espíritu, es decir humildes; han sentido la aflicción por sus males  y por el de los demás; se han comprometido a construir la paz y la concordia, comenzando por sus propios ambientes de vida; han practicado con alegría la misericordia y la caridad; han conservado la pureza del corazón; han sabido elegir con valentía, a costo de ser ridiculizados, incomprendidos, marginados.

Dios los recuerda uno por uno, nombre por nombre. “La santidad consiste en una vida filial, a imagen de Jesús”, observó también el Papa, puntualizando que “ser santos y ser hijos es la misma cosa”. Durante esta celebración, que congregó especialmente a gran cantidad de fieles romanos, se expusieron para la veneración de los fieles, las reliquias de los dos Papas canonizados recientemente: Juan XXIII y Juan Pablo II. Se dirigieron oraciones especiales por los cristianos perseguidos por causa de la fe y una vez más por los pobres, los sufrientes y los que no tienen esperanza. Al final de la liturgia, el Papa pronunció una oración de bendición de las tumbas. El texto completo de la homilía del Santo Padre es el siguiente:

Cuando en la primera lectura he escuchado esta voz del ángel que gritó a gran voz, a los cuatro ángeles a los cuales les había sido concedido de devastar la tierra y el mar, de destruir todo. No devasten la tierra, el mar ni las plantas y a mi me vino a la mente una frase que no está aquí pero que está en el corazón de todos nosotros: Los hombres son capaces de hacerlo mejor, somos capaces de devastar la tierra, mejor que los ángeles y esto lo estamos haciendo, esto lo hacemos, devastar lo creado, devastar la vida, devastar las culturas, devastar los valores, devastar la esperanza. Y cuanta necesidad tenemos de la fuerza del Señor, para que nos selle con su amor con su fuerza para detener esta loca carrera de destrucción.

Destrucción de lo que Él nos ha dado, de las cosas más hermosas que hizo para nosotros, para que nosotros las lleváramos adelante, las hiciéramos crecer, dar sus frutos. Cuando estando en la sacristía miraba las fotos de hace tantos años atrás, he pensado, esto que ha sido tan grave y doloroso, esto es nada en comparación de lo que hoy sucede.

El hombre se apropia de todo, se cree Dios, se cree el rey. Y las guerras, las guerras que siguen no a sembrar grano de vida pero a destruir. Es la industria de la destrucción, es un sistema de vida en el que cuando las cosas no se logran arreglar se descartan, se descartan, se descartan a los niños, se descartan a los ancianos, se descartan a los jóvenes, sin trabajo. Ha hecho esta cultura del descarte, se descartan los pueblos.

Esta es la primera imagen que me vino cuando sentí esta Lectura.

La segunda imagen en la misma lectura, es esta multitud inmensa que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos e idiomas.

Los pueblos, la gente, ahora comienza el frío. Estos pobres que tienen que huir para salvar la vida, de sus casas, de sus pueblos al desierto y viven en carpas y sienten frío, sin medicinas, hambrientos. Porque el dios hombre se ha apropiado de lo creado, de todo lo bonito que Dios hizo para nosotros

¿Pero quién paga la fiesta? Los pequeños, los pobres. Los que de personas terminaron en descarte. Y esto no es historia antigua, sucede hoy. ¡Pero padre esto es lejos! También aquí, sucede hoy.

Y diré aún más, parece que esta gente, que estos niños hambrientos, enfermos, parece que no cuenten, que sean de otra especie, no sean humanos. Esta multitud está delante de Dios y pide: Por favor, salvación; por favor, paz; por favor, pan; por favor trabajo; por favor hijos y abuelos; por favor jóvenes con la dignidad de poder trabajar.

Pero los perseguidos entre ellos, los perseguidos por la fe. ‘Uno de los ancianos se dirigió a mí: ¿Quiénes son estos vestidos de blanco, quiénes son, de dónde vienen? Son aquellos que vienen de la gran tribulación y que lavaron sus vestiduras volviéndolos cándidos en la sangre del Cordero’.

Y hoy sin exagerar, hoy en el día de todos los santos querría que todos pensáramos en todos ellos, los santos desconocidos, pecadores como nosotros, peor que nosotros, pero destruidos.

A esta multitud de gente que viene de la gran tribulación, la mayor parte del mundo está en tribulación. El Señor santifica a este pueblo pecador como nosotros, lo santifica con la tribulación.

Y al final hay una tercera imagen, Dios. La primera la devastación, segunda las víctimas y tercero Dios.

Dios, nosotros desde ahora somos hijos de Dios, lo hemos escuchado en la segunda lectura, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Pero sabemos que cuando Él se habrá manifestado nosotros seremos similares a Él, porque lo veremos como Él es, o sea la esperanza. Y esta es la bendición del Señor que aún tenemos: la esperanza, la esperanza que tenga piedad de su pueblo, que tenga piedad de éstos que están en la gran tribulación, y también que tenga piedad de los destructores para que se conviertan.

Y así la santidad de la Iglesia va adelante, con esta gente, con esta gente, con nosotros, que veremos a Dios como Él es. Y cuál tiene que ser nuestra actitud si queremos entrar en este pueblo, nuestro, si queremos entrar en ese pueblo y caminar hacia el Padre, en este mundo de devastación, de guerras, de tribulación.

Nuestra actitud la hemos escuchado en el Evangelio, es la actitud de las bienaventuranzas. Solamente ese camino nos llevará al encuentro con Dios. Solamente ese camino nos salvara de la destrucción de la devastación de la tierra, de lo creado, de la moral, de la historia, de la familia, de todo.

Solamente ese camino. Nos hará pasar cosas feas, nos traerá problemas y pasar persecuciones. Pero solamente ese camino nos llevará hacia adelante. Y así este pueblo que tanto sufre hoy por el egoísmo de los devastadores, de nuestros hermanos devastadores, ese pueblo va adelante con las bienaventuranzas, con la esperanza de encontrar a Dios, de ver cara a cara al Señor. Con la esperanza de volvernos santos en ese momento del encuentro definitivo con Él

El Señor nos ayude, nos de la gracia de esta esperanza, y también la gracia del coraje de salir de todo lo que es destrucción, devastación, relativismo de vida, exclusión de los otros, exclusión de los valores, exclusión de todo lo que el Señor nos ha dado, exclusión de la paz. Nos libre de esto y nos dé la gracia de caminar con la esperanza de encontrarnos cara a cara con Él y esta esperanza, hermanos y hermanas, no desilusiona.  

Francisco

 

 

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