Papa Francisco en la Audiencia, 24-8-2022: «La muerte es el encuentro con Jesús que me está esperando para llevarme con Él a la ciudad celestial. Nuestro destino es resucitar»

*  «El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva  tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre. Nosotros no podemos  imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que ella mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá permanecer seres humanos en el cielo de Dios. Nos  permitirá participar, con sublime emoción, a la exuberancia infinita y feliz del acto creador de Dios, del  que viviremos en primera persona todas las aventuras interminables»

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «Renuevo mi invitación a implorar al Señor la paz para el amado pueblo ucraniano que desde hace seis meses -hoy- sufre el horror de la guerra. Espero que se tomen medidas concretas para poner fin a la guerra y evitar el riesgo de un desastre nuclear en Zaporizhzhia. Llevo en mi corazón a los presos, especialmente a los que se encuentran en condiciones frágiles, y pido a las autoridades responsables que trabajen por su liberación. Pienso en los niños, muchos muertos, luego muchos refugiados, aquí en Italia hay muchos, muchos heridos, muchos niños ucranianos y niños rusos que se han quedado huérfanos y los huérfanos no tienen nacionalidad, han perdido a su padre o madre, son rusos, son ucranianos. Pienso en tanta crueldad, en tantos inocentes que están pagando la locura, la locura de todos los bandos, porque la guerra es una locura y nadie en la guerra puede decir: ‘No, no estoy loco’. La locura de la guerra»

24 de agosto de 2022.- (Camino Católico)  En la Audiencia General de este miércoles 24 de agosto, el Papa Francisco ha asegurado que “nuestro destino es resucitar” y que tras la llamada del Señor, “llega la fiesta”. Al comienzo de su catequesis, la última de su ciclo de catequesis sobre la vejez, el Papa Francisco -quien ha llegado hasta el Aula Pablo VI en silla de ruedas-, ha recordado la reciente celebración de la Asunción al cielo de la Madre de Jesús: “Este misterio ilumina el  cumplimiento de la gracia que ha plasmado el destino de María y que también ilumina nuestro destino, que es el cielo”.

Foto: Vatican Media

“Según la fe cristiana, el Resucitado es el  primogénito de muchos hermanos y hermanas. El Señor resucitado ha sido el primero, luego iremos nosotros. Este es nuestro destino, resucitar”, ha asegurado. En esta línea, el Santo Padre explica que, “si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo”.

Además, asegura que “Él vendrá, no sólo al final para todos, sino que vendrá cada vez para cada uno de nosotros, vendrá a buscarnos, a buscarnos para llevarnos con Él”. “En este sentido -continuó el Papa-, la muerte es un poco el paso al encuentro con Jesús, que me está esperando para llevarme con Él”.

Más tarde, el Papa defendió que tras la muerte, nuestros rostros serán reconocibles y eso “nos permitirá permanecer seres humanos en el cielo de Dios”.

A continuación, se ha dirigido a los ancianos y ha explicado que ellos deben ser “luz para los demás”: “Toda nuestra vida aparece como una semilla que deberá ser  enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo el mundo. No sin dolores, no sin dolor,  pero nacerá”.

El Papa ha hecho hoy un nuevo llamamiento, cuando Ucrania lleva hoy ya seis meses de guerra: “Espero que se tomen medidas concretas para poner fin a la guerra y evitar el riesgo de un desastre nuclear en Zaporizhzhia. Pienso en los presos, los niños, en los refugiados, pienso en tanta crueldad”. En el vídeo superior de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Foto: Vatican Media

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Acabamos de celebrar la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el  cumplimiento de la gracia que ha plasmado el destino de María y que también ilumina nuestro destino, que es el cielo.

Foto: Vatican Media

Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo quisiera concluir el ciclo de las catequesis sobre la vejez. En  occidente la contemplamos elevada hacia arriba envuelta por una luz gloriosa; en oriente se representa  tumbada, durmiente, rodeada por los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la lleva entre las  manos como si fuera una niña.

La teología ha reflexionado siempre sobre la relación de esta singular «asunción» con la muerte,  que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino de la generación a la vida a todos nosotros.

Foto: Vatican Media

En el acto divino de  la reunificación de María con Cristo resucitado no trasciende simplemente la normal corrupción corporal  de la muerte humana, sino se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. En efecto, se anticipa el  destino de la resurrección que nos concierne: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el  primogénito de muchos hermanos y hermanas.  El Señor resucitado ha sido el primero, luego iremos nosotros. Este es nuestro destino, resucitar.

Podríamos decir – siguiendo la palabra de Jesús a Nicodemo – que es como volver a nacer (cf. Jn 3, 3-8). Si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo. No por  casualidad el Apóstol Pablo, en el texto que se ha leído al principio, habla de los dolores de parto (cf. Rm 8,22). Como, recién salidos del seno de nuestra madre, somos siempre nosotros, el mismo ser humano  que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos en el cielo, en el espacio de Dios, y somos siempre nosotros los que hemos caminado sobre esta tierra. Análogamente a lo que le sucedió a Jesús: el  Resucitado es siempre Jesús: no pierde su humanidad, su vivencia, ni siquiera su corporeidad, porque sin  ella ya no sería Él, no sería Jesús. Con su humanidad y sus vivencias.

Foto: Vatican Media

Nos lo dice la experiencia de los discípulos, a quienes Él aparece durante cuarenta días tras su  resurrección. El Señor muestra las heridas que sellaron su sacrificio; pero ya no son las fealdades del  envilecimiento sufrido dolorosamente, ya son la prueba indeleble de su amor fiel hasta el final. ¡Jesús  resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios!

Y en ella no pierde la memoria, no  abandona su propia historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra. A sus amigos les  prometió: «Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin  de que donde yo esté, estén también ustedes» (Jn 14,3).  Y Él vendrá, no sólo al final para todos, sino que vendrá cada vez para cada uno de nosotros, vendrá a buscarnos, a buscarnos para llevarnos con Él.

Foto: Vatican Media

En este sentido, la muerte es el paso al encuentro con Jesús, que me está esperando para llevarme con Él.

El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva  tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre. Nosotros no podemos  imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que ella mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá permanecer seres humanos en el cielo de Dios. Nos  permitirá participar, con sublime emoción, a la exuberancia infinita y feliz del acto creador de Dios, del  que viviremos en primera persona todas las aventuras interminables.

Foto: Vatican Media

Jesús, cuando habla del Reino de Dios, lo describe como un banquete de bodas, como una fiesta  con los amigos, como el trabajo que hace perfecta la casa, o las sorpresas que hacen la cosecha más rica de la siembra. Tomar en serio las palabras evangélicas sobre el Reino habilita nuestra sensibilidad a gozar  del amor laborioso y creativo de Dios, y nos pone en sintonía con el destino inaudito de la vida que  sembramos.

En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, hablo a los ancianos y ancianas, la importancia de tantos «detalles» de los  que se constituye la vida – una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa  inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel – se hace más grave.

Foto: Vatican Media

Lo esencial de la vida, es que en las cercanías de nuestra despedida nos damos más importancia, nos parece definitivamente claro. He aquí:  esta sabiduría de la vejez es el lugar de nuestra gestación, que ilumina la vida de los niños, de los jóvenes,  de los mayores, de toda la comunidad. Los ancianos debemos ser esto, luz para los demás.

Toda nuestra vida aparece como una semilla que deberá ser  enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo el mundo. No sin dolores, no sin dolor,  pero nacerá (cf. Jn 16,21-23). Y la vida del cuerpo resucitado será cien y mil veces más viva que la que  probamos en esta tierra (cf. Mc 10,28-31).

Foto: Vatican Media

El Señor resucitado, no por casualidad, mientras espera a los Apóstoles a la orilla del lago, asa el  pescado (cf. Jn 21,9) y luego se lo ofrece. Este gesto de amor atento nos hace intuir lo que nos espera mientras pasamos a la otra orilla. Sí, queridos hermanos y hermanas, especialmente vosotros, ancianos, lo  mejor de la vida todavía está por llegar. Somos ancianos, ¿qué más podemos esperar? Lo mejor. Porque lo mejor de la vida todavía está por llegar. Esperemos, esperemos esta plenitud de vida que nos espera a todos cuando el Señor nos llame.

Que la Madre del Señor y Madre nuestra, que nos ha precedido en el  Paraíso, nos devuelva la inquietud de la espera.  Porque no es una espera anestesiada, no es una espera aburrida, no. Es una espera con inquietud, una espera de cuándo vendrá mi Señor, cuándo podré ir…y da un poco de miedo porque este camino no sé qué significa, y pasar aquella puerta da un poco de miedo. Pero está siempre la mano del Señor que te lleva adelante, y pasada la puerta está la fiesta.

Estemos atentos, vosotros queridos ancianos y ancianas coetáneos, estemos atentos, Él nos está esperando. Es solo un camino, y después la fiesta. Gracias.

Foto: Vatican Media

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Foto: Vatican Media

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre la vejez, y lo hacemos recordando la Asunción de la Virgen María a los cielos. Este misterio se pone en relación con la Resurrección de Jesús, y nos anticipa el destino que nos espera cuando resucitemos. En las llagas de Jesús, que permanecen ya resucitado ―conserva las llagas―, vemos que Él no perdió su humanidad ni la memoria de su vida, ni de su historia. Nosotros, aunque no podemos imaginarnos cómo será la transformación de nuestro cuerpo al resucitar, sabemos que reconoceremos nuestros rostros y las personas que amamos. Nos encontraremos.

Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto. Esto sucederá, aunque no sin tribulación, como lo indica san Pablo al hablar de los dolores de parto que sufre la creación. Pero Jesús nos espera con amor, nos prepara un lugar a la mesa en su Reino, del cual disfrutaremos al pasar a la otra vida. Queridos hermanos, queridas ancianas, queridos ancianos, confiemos en las promesas del Señor, lo mejor de la vida está aún por llegar.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que, en el camino de esta vida terrena, sepamos sembrar con gestos de amor y ternura lo que cosecharemos en el Reino de los cielos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Foto: Vatican Media

Hablando en otras lenguas Francisco ha expresado:

Renuevo mi invitación a implorar al Señor la paz para el amado pueblo ucraniano que desde hace seis meses -hoy- sufre el horror de la guerra. Espero que se tomen medidas concretas para poner fin a la guerra y evitar el riesgo de un desastre nuclear en Zaporizhzhia. Llevo en mi corazón a los presos, especialmente a los que se encuentran en condiciones frágiles, y pido a las autoridades responsables que trabajen por su liberación.

Foto: Vatican Media

Pienso en los niños, muchos muertos, luego muchos refugiados, aquí en Italia hay muchos, muchos heridos, muchos niños ucranianos y niños rusos que se han quedado huérfanos y los huérfanos no tienen nacionalidad, han perdido a su padre o madre, son rusos, son ucranianos. Pienso en tanta crueldad, en tantos inocentes que están pagando la locura, la locura de todos los bandos, porque la guerra es una locura y nadie en la guerra puede decir: ‘No, no estoy loco’. La locura de la guerra.

Pienso en la pobre chica a la que le explotó una bomba bajo el asiento de un coche en Moscú.  ¡Los inocentes pagan la guerra, los inocentes!

Pensemos en esta realidad y digámonos: la guerra es una locura. Y los que ganan con la guerra y el comercio de armas son criminales que matan a la humanidad. Y pensamos en otros países que llevan tiempo en guerra: Siria desde hace más de 10 años, pensemos en la guerra de Yemen, donde muchos niños pasan hambre, pensamos en los rohingya que recorren el mundo por la injusticia de ser expulsados ​​de su tierra.

Pero hoy de manera especial, a seis meses del inicio de la guerra, pensemos en Ucrania y Rusia, ambos países que consagré al Inmaculado Corazón de María. Que tú, como Madre, vuelvas tu mirada a estos dos amados países: ¡Mira Ucrania, mira Rusia y tráenos la paz! ¡Necesitamos paz!

Francisco


Para entrar en el catálogo y en la tienda pincha en la imagen

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad