Papa Francisco / En la Audiencia General 3-2-17: «El pecado nos separa de Dios y de nuestros hermanos»

* «Quien es consciente de las propias miserias y abaja los ojos con humildad, siente posarse sobre él la mirada misericordiosa de Dios. Sabemos por experiencia que solo quien puede reconocer los errores y disculparse recibe la comprensión y el perdón de los demás. Escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos están lejos de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas y están guiadas por decisiones contrarias al Evangelio»

Video completo de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

4 de enero de 2018.-(13 TVVatican News / Camino Católico)  En la Audiencia General de este miércoles 3 de enero de 2018, el Papa Francisco habló en su catequesis del acto penitencial de la Misa y afirmó que para ser perdonado uno tiene que humillarse y reconocer verdaderamente sus errores.

Así, el acto penitencial, “en su sobriedad, favorece la actitud con la que disponerse a celebrar dignamente los santos misterios, reconociendo ante Dios y los hermanos nuestros pecados”, explicó.

Francisco recordó que “todos somos pecadores” y recordó que el que es “presuntuoso” es “incapaz de recibir perdón”. “Quien es consciente de las propias miserias y abaja los ojos con humildad, siente posarse sobre él la mirada misericordiosa de Dios”.

“Sabemos por experiencia que solo quien sabe reconocer los errores y pedir excusa recibe la comprensión y el perdón de los otros”.Por eso, “escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos son distantes de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas” y están “guiadas por decisiones contrarias al Evangelio”.

“Por eso, al inicio de la Misa, hacemos de forma comunitaria el acto penitencial mediante una fórmula de confesión general, pronunciada en la primera persona del singular”. Cada uno “confiesa a Dios y a los hermanos que ‘he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión’”.

“El acto penitencial concluye con la absolución del sacerdote, en la que se pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros. Esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia, pues hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental”,dijo en la catequesis.En el vídeo superior se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Retomando la catequesis sobre la celebración de la Eucaristía, hoy consideramos, en el contexto de los ritos de iniciación, el acto penitencial. En su sobriedad, favorece la actitud con la que nos disponemos a celebrar dignamente los santos misterios, es decir, reconocer nuestros pecados ante Dios y nuestros hermanos, reconociendo que somos pecadores. De hecho, la invitación del sacerdote está dirigida a toda la comunidad en oración, porque todos somos pecadores. ¿Qué puede dar el Señor a aquellos que ya tienen un corazón lleno de sí mismos, de su propio éxito? Nada, porque el presuntuoso es incapaz de recibir el perdón, lleno como esta de su presunta justicia. Pensemos en la parábola del fariseo y el publicano, donde solo el segundo – el publicano – regresa a casa justificado, es decir, perdonado (véase Lc 18: 9-14). Quien es consciente de las propias miserias y abaja los ojos con humildad, siente posarse sobre él la mirada misericordiosa de Dios. Sabemos por experiencia que solo quien puede reconocer los errores y disculparse recibe la comprensión y el perdón de los demás.

Escuchar en silencio la voz de la conciencia permite reconocer que nuestros pensamientos están lejos de los pensamientos divinos, que nuestras palabras y nuestras acciones son a menudo mundanas y están guiadas por decisiones contrarias al Evangelio. Por eso, al inicio de la Misa, hacemos de forma comunitaria el acto penitencial mediante una fórmula de confesión general, pronunciada en la primera persona del singular. Cada uno confiesa a Dios y a los hermanos que ‘he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Sí, incluso de omisión, es decir, haber dejado de hacer el bien que podía hacer. A menudo nos sentimos bien porque, decimos, «no he hecho mal a nadie». En realidad, no basta con no hacer mal al prójimo, sino elegir hacer el bien aprovechando las oportunidades para dar buen testimonio de que somos discípulos de Jesús. Es bueno subrayar que confesamos a Dios y a los hermanos somos pecadores: esto nos ayuda a comprender la dimensión del pecado que, si bien nos separa de Dios, también nos separa de nuestros hermanos, y viceversa. El pecado corta: corta la relación con Dios y corta la relación con los hermanos, la relación en la familia, en la sociedad, en la comunidad: el pecado siempre corta, separa, divide.

Las palabras que decimos con la boca son acompañadas del gesto de dar unos golpes en el pecho, reconociendo que he pecado por mi culpa, y no por la de los otros. Sucede a menudo que, por miedo o vergüenza, apuntamos con el dedo para acusar a los otros. Nos cuesta admitir que somos culpables, pero nos hace bien confesarlo con sinceridad. Confesar los propios pecados. Recuerdo una anécdota, que contaba un viejo misionero, de una mujer que se confesó y comenzó a decir los errores de su esposo; Luego pasó a contar los errores de su suegra y luego los pecados de los vecinos. En un momento dado, el confesor le dijo: «Pero, señora, dígame: ¿ha terminado? – Muy bien: terminó con los pecados de los demás. Ahora comienza a decir sus pecados». ¡Diga sus propios pecados!

Después de la confesión del pecado, imploramos a la Santísima Virgen María, los Ángeles y los Santos que recen al Señor por nosotros. También en esto la comunión de los santos es preciosa: es decir, la intercesión de estos «amigos y modelos de vida» (Prefacio del 1 de noviembre) nos sostiene en el camino hacia la plena comunión con Dios, cuando el pecado será definitivamente aniquilado.

Además del «Yo pecador», se puede hacer el acto penitencial con otras fórmulas, por ejemplo: «Misericordia de nosotros, Señor / Contra ti hemos pecado». / Muéstranos, Señor, tu misericordia. / Y concédenos tu salvación «(ver Sal 123,3, 85,8, Jer 14,20). Especialmente el domingo se puede realizar la bendición y la aspersión de agua en memoria del Bautismo (véase OGMR, 51), que cancela todos los pecados. También es posible, como parte del acto penitencial, cantar Kyrie eléison: con la antigua expresión griega, aclamamos al Señor – Kyrios – e imploramos su misericordia (ibid., 52).

Las Sagradas Escrituras nos ofrece luminosos ejemplos de figuras «penitentes» que, entrando en sí mismas después de haber cometido un pecado, encuentran el valor de quitarse la máscara y abrirse a la gracia que renueva el corazón. Piensa en el Rey David y las palabras que se le atribuyen en el Salmo: «Dios mío, Dios mío, en tu amor; en tu gran misericordia, borra mi iniquidad «(51.3). Piensa en el hijo pródigo que regresa a su padre; o la invocación del publicano: «Oh Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador» (Lc 18:13). Pensemos también en San Pedro, Zaqueo y la mujer samaritana. Medirse con la fragilidad del barro con que estamos moldeados ​​es una experiencia que nos fortalece: al tiempo que nos hace darnos cuenta de nuestra debilidad, abre nuestros corazones para invocar la misericordia divina que transforma y convierte. Y esto es lo que hacemos en el acto penitencial al comienzo de la Misa.

(Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:)

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos hoy la catequesis sobre la celebración de la Eucaristía y nos centramos en el acto penitencial, el cual nos dispone a celebrar dignamente la Santa Misa, reconociéndonos pecadores delante de Dios y de los hermanos.

En ese acto introductorio, el sacerdote invita a reconocer nuestros pecados guardando un momento de silencio. Cada uno entra en su interior para tomar conciencia de todo lo que no corresponde con el plan de Dios. Por eso, confesamos en primera persona del singular diciendo: «He pecado mucho de pensamiento, palabras, obras y omisión». Esta fórmula está acompañada con el gesto de golpearse el pecho para indicar que el pecado es propio y no de otro. Después de esta confesión, suplicamos a la Virgen María, a los ángeles y a los santos que intercedan ante el Señor por nosotros. Su intercesión nos sostiene en nuestro camino hacia la plena comunión con Dios.

El acto penitencial concluye con la absolución del sacerdote, en la que se pide a Dios que derrame su misericordia sobre nosotros. Esta absolución no tiene el mismo valor que la del sacramento de la penitencia, pues hay pecados graves, que llamamos mortales, que sólo pueden ser perdonados con la confesión sacramental.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Al inicio de este nuevo año, les deseo que sea para ustedes un tiempo de paz y que puedan contemplar el abrazo de amor y ternura del Señor en sus vidas. Los invito a que se renueven interiormente siguiendo el ejemplo de tantos personajes de la Sagrada Escritura, como el Rey David, San Pedro, la samaritana; ellos, a pesar de haber ofendido a Dios, fueron capaces de pedirle perdón con humildad y sinceridad, y pudieron experimentar su misericordia que transforma y da la alegría verdadera.

Que Dios los bendiga. Muchas gracias.    

Francisco

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